Ocurrió hace mucho tiempo, casi en otra era geológica. Entre abril y noviembre de 2019, Pablo Casado bajó el nivel de agresividad de su discurso y llevó a cabo una táctica que los políticos ignoran como si fuera ilegal: hablar sólo en público cuando sea indispensable y no multiplicarse en todos los micrófonos. Algo tuvieron que ver en el cambio Núñez Feijóo y Moreno Bonilla. Después de sufrir el peor resultado electoral en la historia del PP, Casado atendió el ruego. Y le fue bastante bien en las urnas en noviembre.
Volvemos al presente tras esta breve incursión en la historia antigua. Ahora Casado se ha enganchado a la videoconferencia para liderar la cruzada del PP contra el Gobierno por el coronavirus e intentar que la legislatura no llegue a su fin. Se cuentan los días para que acuse a Pedro Sánchez de haber traicionado a los muertos del coronavirus, como Rajoy hizo con Zapatero a cuenta de otros muertos.
En la noche del martes, Casado tenía una cita fácil, de esas que puedes hacer medio dormido. Una entrevista con Pedro Piqueras en Telecinco. De repente, saltó la sorpresa. Al hilo de la solidaridad con el personal sanitario, Piqueras le preguntó si creía que habrá aumentar en el futuro los fondos para la sanidad pública. Una pregunta directa, pero tampoco tan difícil como para que pueda figurar en la selectividad. Si el PP reclama más medios para médicos y enfermeras, se supone que eso habrá que pagarlo de alguna manera.
A Casado le salió la FAES de dentro. Copiar y pegar. Clic. Ni pestañeó cuando demostró que sus prioridades son otras. “El sector público se financia con impuestos del sector privado”, dijo –más correcto sería decir que se financia con los que pagan los ciudadanos– y continuó afirmando que “si no hubiera empresas, trabajadores por cuenta ajena y autónomos que pagan impuestos en nuestro país, no podríamos pagar la sanidad pública”.
Cierto, y si no hubiera españoles, no existiría España. Casado dejó claro que, ante la mayor pandemia en un siglo y una crisis económica que será peor que la de hace una década, su gran aspiración es que bajen los impuestos. El BCE quema dinero como si fuera una incineradora para comprar deuda soberana y los gobiernos europeos, incluidos los conservadores, aprueban aumentos gigantescos del gasto público para encajar el golpe de un hundimiento económico brutal, y a Casado sólo se le ocurre que las empresas y las rentas más altas paguen menos impuestos.
La actividad parlamentaria más habitual se reanudará probablemente la próxima semana, lo que es una medida necesaria y que el PP llevaba tiempo pidiendo. En el Congreso, Casado podrá repetir los ataques empleados hasta ahora, al igual que sus diputados, que tienen cancha libre para lanzarse contra el Gobierno en Twitter. Con frases como esta: “¿Qué es la unidad nacional? ¿Participar en las mentiras del Gobierno? ¿Cubrir sus incompetencias, como poner en riesgo la vida de los que luchan en primera línea contra el virus? Si es eso, yo no formo parte”.
Error. Esa es una frase de Marine Le Pen, líder del Frente Nacional. Casi idéntica a las que se escuchan en España. Casado, Le Pen y el italiano Matteo Salvini son los líderes de la oposición en Europa que más están sacudiendo a sus gobiernos. Le Pen no ha rentabilizado esa energía en las encuestas –más bien sale perdiendo–. La encuesta de GAD3 para ABC daba resultados muy malos para el Gobierno de Sánchez, pero eran aún peores para el PP.
Otra encuesta posterior de Metroscopia es menos negativa para Sánchez. Un 46% rechaza su gestión, mientras un 42% la aprueba. Están igualados los que comprenden que la reacción del Gobierno esté siendo improvisada por ser una crisis “para la que nadie estaba preparado” (42%), frente a los que opinan lo contrario (43%).
Improvisación no es una palabra que uno quiera escuchar en una situación tan dramática como esta. Lo cierto es que todos los gobiernos están improvisando en esta crisis. Ningún sistema sanitario europeo estaba diseñado para soportar esta epidemia. Con una sanidad más cara que la de España, el castigo que ha empezado a sufrir el Reino Unido es estremecedor. Los datos del miércoles mostraron 938 muertos más allí en las últimas 24 horas. En Italia baja ese número muy poco a poco, 542 muertos más, marcando el camino lleno de dolor por el que irán transitando después España, Francia y Reino Unido.
Improvisar es lo que ocurre cuando un Gobierno se ve arrastrado a debates que sólo tendrán sentido dentro de unas semanas. Es lo que ha pasado al español, cuyos ministros no dejan de abrir puertas que aún es pronto para traspasar. Ha ocurrido con la discusión sobre la forma en que se pondrá fin al confinamiento en algún momento de mayo si todo va bien. Hay que dar mensajes de optimismo a la población, pero no es muy inteligente hacer promesas que no sabes si podrás cumplir ni especular sobre unas medidas que todavía no se han decidido.
La costumbre del periodismo, no siempre juiciosa, de ir por delante de la noticia ha originado muchos artículos sobre cómo será el fin del confinamiento (cuando ni en Italia han llegado a ese punto). Algunos de ellos han sido los más leídos en varios medios. El Gobierno ha caído en esa trampa –o la ha propiciado con algunas filtraciones– y le hemos oído distintas interpretaciones, aumentadas por el exagerado número de ruedas de prensa. Cuanto más habla un político en un momento en que las certidumbres son escasas, más posibilidades hay de que lamente después sus declaraciones. Y algunos ministros no paran de hablar.
Les habría ido mejor si se hubieran ceñido al mensaje que dio Angela Merkel esta semana: “Lo peor que podría pasar es que se flexibilizaran ahora (las medidas) sólo para tener que volver al principio si se producen más muertes”.
En su comparecencia del miércoles en el Congreso, el ministro Illa fue un poco en esa línea: “No hay que hacer un llamamiento al relajamiento. Nos equivocaríamos”.
La oposición prefirió rellenar la hoja de reclamaciones. La diputada del PP Cuca Gamarra exigió “tests masivos” para toda la población (47 millones). Corea del Sur, un ejemplo de éxito en ese campo, ha hecho 486.000 tests hasta este miércoles en un país de 51 millones de habitantes. Quien diga que es irresponsable demandar cosas imposibles, no conoce a los políticos españoles.
El portavoz del BNG reclamó un plan de fin de confinamiento para ya, eso sí “avalado por criterios científicos”, como si los científicos supieran ya cuántos casos se van a detectar dentro de tres semanas y por tanto hasta qué punto se puede abrir la mano. El de UPN no pidió menos: “Yo quiero que me digan si las mascarillas son necesarias independientemente de que haya mascarillas suficientes o no”. Como si lo segundo fuera irrelevante o no fuera más importante que las haya para el personal sanitario.
Todos los medios de comunicación ofrecen guías para que la gente haga sus propias mascarillas en casa. Parece que es el signo de los tiempos. La improvisación.
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