Érase una vez una presidenta de la Comunidad de Madrid que confiaba tanto, tanto, tanto en la izquierda que hasta se olvidó de que formaba parte del ala más conservadora del PP. Después de años de trabajar duro cerca de Esperanza Aguirre y de intentar copiar su estilo abrasivo, un día sufrió un acceso de locura y pasó a ser abducida por la pérfida izquierda y sus acreditados métodos de control mental. Tan poderosos que debieron de ser diseñados por el KGB en algún laboratorio secreto. Sólo así podían haber doblegado la voluntad de Isabel Díaz Ayuso.
Allá por febrero la presidenta iba feliz por la vida sin saber que ya no era libre. En televisión, llegó a decir el día 26 que no había de qué preocuparse. Sólo era una gripe y el sistema sanitario de Madrid estaba perfectamente preparado para cualquier contingencia. No era ella quien hablaba, sino algún comisario prosoviético que era el que elegía sus palabras. Es raro que la presentadora del programa no se diera cuenta y no le avisara. ¿Eres tú realmente, Isabel? ¿No es el Maligno el que habla por tu boca?
El experimento de manipulación de la voluntad no se limitaba a Ayuso. Su directora general de Salud Pública envió el 5 de marzo una carta con las principales medidas sanitarias recomendadas. Una frase destacaba en el texto: “La población general puede continuar con su actividad con toda normalidad”. ¿Acaso era como en la película 'La invasión de ladrones de cuerpos' y la izquierda había colocado vainas en los domicilios de los dirigentes del PP madrileño para que los sustitutos ejecutaran sus planes?
Es cierto que esa comunicación de la Consejería de Sanidad recomendaba que “se eviten los lugares con aglomeración de personas, como eventos multitudinarios o medios de transporte públicos en horas punta”. Una semana después, se jugó en Liverpool un partido de la Liga de Campeones al que viajaron más de 2.500 aficionados del Atlético de Madrid cuando había ya casi 800 casos de coronavirus en la comunidad. La UEFA fue la principal responsable de que ese partido no se celebrara a puerta cerrada, pero tampoco se escuchó a Díaz Ayuso decir que ese viaje masivo era una irresponsabilidad. Señal de que aún estaba siendo controlada desde lejos, desde Venezuela probablemente.
A finales de mes, ya se había librado del hechizo. Había pasado a modo experto: “Esto se veía venir. Era de esperar que esto iba a llegar. La conexión de China es directa, no hay una sola goma del pelo que no sea made in China”. Gomas del pelo feministas, sin duda.
Su gran error
En su comparecencia del miércoles en el pleno de la Asamblea de Madrid, Díaz Ayuso explicó a la oposición que su gran error había sido “fiarse de la izquierda”. Cuántas veces se había rebelado antes contra el lenguaje “políticamente correcto” y resulta que en el momento de la verdad se vio doblegada. Los comunicados e informes de la Organización Mundial de la Salud son públicos y están a disposición de todos. Pero esta vez Díaz Ayuso estaba siendo controlada por fuerzas oscuras. Como también los miembros del comité de expertos de la Consejería de Sanidad (con ellos se reunió Ayuso el 30 de enero por primera vez) y los responsables de los hospitales madrileños. De repente, todos se fiaban de la izquierda en una Comunidad gobernada por el PP desde hace 25 años.
La presidenta acusó a los partidos de izquierda de “crear y propagar bulos y mentiras para generar miedo y lanzar a la gente contra el Gobierno de Madrid”. Lo hizo en la misma sesión en la que horas antes sacó a relucir el bulo de los guantes, una historieta de intriga inventada por Vox a la que Ayuso no le hizo ascos. Varias ministras llevaban guantes morados en la manifestación del 8M “porque temían que el virus estuviera descontrolado”, dijo. Ya, y no dijeron nada porque les cae mal el ministro de Sanidad y querían darle un susto. La política española da más argumentos de los que el cine de serie B puede digerir.
En la sesión de control en el Congreso, Teodoro García Egea exigió a Pablo Iglesias que asumiera “su responsabilidad por la muerte de 16.000 personas mayores en las residencias bajo su tutela”. El PP se pasó la Constitución y los estatutos por el arco del virus, ya que las competencias sobre esas residencias están en las autonomías. Tanto es así que Ayuso quitó esas competencias a su consejero de Asuntos Sociales y se las traspasó al de Sanidad sin consultar antes a Iglesias. Egea se inventó que el estado de alarma había cambiado eso.
Por eso, una residencia de Madrid desbordada por la extensión de la enfermedad reclamó ayuda urgente el 13 de marzo a la Consejería de Sanidad, no al Gobierno central. No recibieron ayuda y el 16 enviaron un email a Díaz Ayuso. Tampoco sirvió de mucho. Lo siguiente que se supo es que 17 ancianos murieron en esos días.
Ante esta tragedia, sería conveniente que los políticos no utilizaran los cadáveres para atizarse con ellos. No sirve de mucho vestirse de negro o llevar corbata del mismo color si luego acusas al rival de ser un enterrador. O si ignoras las competencias que te asigna la ley.
Díaz Ayuso alardeó al final de la sesión parlamentaria de que “teníamos razón” en todos los asuntos más importantes de esta crisis. También en lo de subcontratar a Telepizza y Rodilla la labor de alimentar a niños de familias pobres. Protestó la oposición, ya que llevan 40 días con esa dieta no muy sana. La presidenta se rió de ellos. “Les apuesto lo que quieran a que el niño se come primero la pizza y luego (hace una mueca como de asco) contra su voluntad la ensalada”, afirmó.
Un auténtico liberal nunca pondría trabas al deseo inalienable de un niño a comer pizza, patatas fritas, hamburguesa o Coca-Cola. Cada día. Todo eso de la obesidad infantil es un bulo para interferir en el libre mercado. “No me ofenden a mí. Les ofenden a ellos” (los padres de los niños). Además, son pobres y no pueden ser muy exigentes con la dieta.
Acabada la sesión, la presidenta de las proteínas y las grasas saturadas se volvió a su residencia, convencida de que la defensa de una nutrición sana es un rollo que se inventaron los comunistas. Pero, como la izquierda ya no controla su mente, no hay motivos para disimular. Pizza recalentada para todos.
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