Guerra, enemigo, movilización: el Estado adopta el lenguaje bélico en la batalla contra el coronavirus

“Estamos en guerra”, dijo mirando fijamente a la cámara Emmanuel Macron en su discurso a la nación del lunes. “El enemigo es invisible y requiere nuestra movilización general”. Guerra, enemigo, movilización. Cuando los jefes de Estado o de Gobierno exigen medidas extraordinarias a sus ciudadanos apelan con frecuencia a un lenguaje de resonancias indudablemente bélicas. Eso se ha multiplicado en la crisis del coronavirus.

“El enemigo no está a las puertas”, dijo Pedro Sánchez el martes. “Penetró hace ya tiempo en la ciudad. Ahora la muralla para contenerlo está en todo aquello que hemos puesto en pie como país, como comunidad”. El lenguaje bélico puede tender trampas. Si el enemigo ha superado las defensas y está dentro de la ciudad, la muralla ya no sirve de mucho. Pero se supone que la gente capta la intención de estas metáforas.

En la señal de la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros ofrecida por Moncloa, el plano estaba cerrado sobre Sánchez dejando fuera el atril, el micrófono y cualquier otro elemento. En una intervención dedicada en su mayor parte a las medidas económicas de respuesta, se quería que el presidente hablara directamente a los ciudadanos, también cuando respondía a las preguntas de los periodistas enviadas a través de un chat.

La retórica tiene su explicación y su utilidad. Las sociedades abiertas en Europa occidental no están acostumbradas a las medidas draconianas que ahora se extienden en varios países, al menos desde 1945. Los países ricos no han sufrido durante varias generaciones el tipo de prohibiciones que sufren las naciones con dictaduras o sistemas autoritarios.

El Gobierno francés comprobó el fin de semana lo poco que valían las recomendaciones. Había permitido la celebración de la primera ronda de las elecciones locales y eso arrojaba una imagen de normalidad alterada sólo por una serie de consejos sobre medidas de distanciamiento. Y lo que ocurrió fue que los franceses salieron a la calle el domingo y llenaron los parques y los mercadillos. Así que Macron entró en acción. “Cualquier violación de estas reglas será castigada”, dijo en el discurso.

Dado que la respuesta a la emergencia sanitaria no tendrá éxito si la gente no altera su conducta habitual, se reclama a los ciudadanos que se comporten como soldados en una guerra. Deben obedecer órdenes y mostrar la máxima determinación. La victoria está al alcance de la mano si se cumplen las instrucciones.

Giuseppe Conte era un profesor de Derecho sin militancia política, y no demasiado carisma, que fue elegido por M5S y la Liga para presidir el Gobierno italiano. Ha continuado en el Gobierno posterior, ya sin la Liga, demostrando una seguridad que no se suponía a un tecnócrata en la endiablada política italiana. También ha ajustado su lenguaje a los tiempos del coronavirus. “He estado pensando en los viejos discursos de Churchill. Es nuestra hora más oscura, pero lo conseguiremos”, dijo a La Repubblica. Churchill, el icono de todos los gobernantes para los momentos difíciles.

Llega el Estado con todo su poder

No hay manifestación más rotunda del poder del Estado en una democracia que la política económica. La crisis del coronavirus ha terminado por arrojar por la borda el discurso oficial de la austeridad y la preocupación obsesiva por el déficit público. Siempre hay alguien que se queda detrás, como le pasó a Christine Lagarde. La presidenta del BCE dio una respuesta casi desdeñosa sobre los problemas que la crisis podía causar en las primas de riesgo, como si no fuera de su incumbencia, y los mercados hicieron pagar el precio de su torpeza a la deuda italiana y española. Su equivocación fue tan evidente que tuvo que conceder una entrevista de inmediato para intentar rectificar. Sin éxito.

Los gobiernos europeos, incluido el alemán, no pueden cometer el mismo error. Se acabó la época en que Merkel y Rajoy comparaban la economía del Estado con la de la familia y con la idea de que no se puede gastar más de lo que se ingresa. Ahora los programas de aumento del gasto público para conjurar la amenaza de un hundimiento catastrófico se miden con un impacto de centenares de miles de millones de euros.

Alemania, Francia e Italia ya lo anunciaron. El martes, se unieron España y Reino Unido. Boris Johnson, otra vez apelando a la guerra: “Debemos actuar como un Gobierno en tiempo de guerra y hacer lo que sea necesario para apoyar a nuestra economía”. En inglés, “whatever it takes”, las mismas palabras que usó Mario Draghi cuando se impuso al criterio alemán y empleó el poder financiero del BCE para acabar con los ataques a los bonos de los países europeos más vulnerables en la crisis de la deuda de la pasada década.

En esta demostración mayúscula del poder del Estado, Sánchez no se quedó corto con las promesas. “El corazón de este real decreto es no dejar a nadie atrás”, dijo con unas palabras que luego repitió y que se le recordarán con frecuencia en los próximos meses.

Por ello, tiró de optimismo, imprescindible para levantar la moral de los ciudadanos encerrados en sus casas: “Esto es una crisis temporal y debe tratarse como temporal”. Puedes llamar a la guerra, pero es imprescindible comunicar alto y claro que esa batalla se va a ganar.

El lenguaje bélico puede parecer muy efectivo a los políticos. No está exento de consecuencias peligrosas para el día después al momento del último contagio. La idea de levantar muros contra la pandemia evoca el peligro que viene de fuera, el que se originó en China e impactó en Europa con toda su fuerza cuando llegó al norte de Italia. Los partidos ultraderechistas han hecho circular la receta falsa de que esto se habría solucionado si se hubieran cerrado a tiempo las fronteras cuando en realidad el coronavirus ya estaba presente antes de que se hicieran esas peticiones.

La OMS no recomienda el cierre de fronteras en estas emergencias sanitarias, porque una crisis global exige la colaboración de todos los gobiernos. Es cierto que al final no es extraño que se terminen aplicando restricciones en pasos fronterizos, como así está ocurriendo, pero si es la alternativa de inicio lo único que consigue es crear desconfianza y recelos entre gobiernos y pueblos distintos. Y asentar la idea de que todo lo malo y pernicioso viene de fuera.

El lenguaje de guerra cuenta con inconvenientes. Algunos no querrán abandonarlo cuando acabe esta crisis. Donde antes veían a un virus, luego verán personas.

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