La corrupción tumba a Mariano Rajoy

“No es una trama del PP, es una trama contra el PP”. Así definió Mariano Rajoy el caso Gürtel cuando se destapó en 2009. En aquel momento, rodeado por la plana mayor de su partido, no sospechaba que, nueve años después, no sólo una sentencia judicial iba a probar que Gürtel era una trama para financiar ilegalmente al PP; sino que la propia trama Gürtel, del PP, convertiría a Mariano Rajoy en el primer presidente de la democracia desalojado por una moción de censura de la presidencia.

Las mociones de censura anteriores, de Felipe González, Antonio Hernández Mancha y Pablo Iglesias, sirvieron, con González y con Iglesias, para intentar reforzar un perfil alternativo al Gobierno de turno –Adolfo Suárez y Mariano Rajoy–; y en el caso de Hernández Mancha, para evidenciar que la derecha española necesitaba cambiar su propio liderazgo. 

Pero en este caso, la presentada por Pedro Sánchez a la carrera, al calor de la sentencia de Gürtel, en la semana en la que el ex ministro Eduardo Zaplana era detenido; y convocada con urgencia por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, apunta al éxito. 

Y apunta al éxito porque, como se ha visto este jueves, el consenso en contra de Rajoy es amplísimo. Sólo Ciudadanos y Albert Rivera han querido retratarse como salvavidas del presidente del Gobierno, en un momento en el que nadie quiere tocarlo, insistiendo hasta la saciedad en “una salida pactada” de la mano del Ejecutivo, ya llegó a calificar el día como “terrible para España”. Ni siquiera el discurso más rico en chascarrillos y chanzas que en argumentos de José Luis Ábalos ha desalentado al resto de los grupos –lejos de la trabajada intervención hace un año de Irene Montero, única mujer que ha desempeñado ese papel–. Ni siquiera la inconcreción de Pedro Sánchez, más allá de algunos guiños –a diferencia del prolijo proyecto de país expuesto hace un año por Iglesias–, sobre qué quiere hacer, durante cuánto tiempo y con quién quiere contar.

La promesa de la regeneración, de la limpieza, frente a la corrupción que representa el partido del Gobierno, el partido presidido por el presidente del Gobierno, ha bastado para inclinar la balanza: los discursos del Congreso quizá sirvan para conectar o desconectar con la ciudadanía, pero no parece que muevan voluntades a favor o en contra de los diputados.

Rajoy, que siguió toda la sesión de la tarde encerrado en un restaurante con sus colaboradores más próximos, ha pulverizado en una semana el crédito que consiguió para aprobar unos presupuestos gracias al PNV. Pero el PNV, con sus codiciados cinco diputados, se ha asegurado que Sánchez no vaya a tocar lo prometido por Rajoy para sacar adelante sus cuentas. Y sus cinco votos han cruzado de lado en el hemiciclo. 

¿Gobernará Sánchez con 84 diputados? ¿Podrá hacerlo? Tiene la Mesa del Congreso en contra, y también el Senado, pero se le presupone mayor posibilidad para llegar acuerdos a izquierda y derecha que Rajoy, si bien sabe fehacientemente que le están haciendo presidente los partidos de izquierdas y las formaciones nacionalistas. Es decir: a las izquierdas y a los nacionalistas e independentistas debe su futuro cargo. 

Pablo Iglesias le ha invitado a “ganar juntos las próximas elecciones” y Alberto Garzón ha confiado que se “abra un nuevo horizonte para el país”. Sánchez ha recogido el guante, pero por delante tiene varias dificultades: gobernar con los Presupuestos de Rajoy, retirar su apoyo a la intervención de Catalunya y desactivar el artículo 155, y ver cuántos asuntos hasta ahora vetados por el Gobierno pueden iniciar y terminar el trámite parlamentario.

Ahora llega a un cargo, la presidencia, que seguramente soñó tras el 20D, pero que le fue imposible porque no pudo exportar su pacto con Ciudadanos al resto de formaciones, precisamente porque la dirección del PSOE le impidió pactar con quienes ahora son fundamentales para hacerle presidente: Unidos Podemos, las confluencias y los nacionalistas. Un sueño que probablemente se desvaneció cuando Susana Díaz lo desalojó de la secretaría general del PSOE; y que tendría aparcado a la espera que la suerte le sonriera en las próximas elecciones.

Pero el momento es ahora. Y gracias a los mismos motivos que argumentó Iglesias hace un año en su moción de censura, en la que el PSOE se abstuvo: la corrupción. La corrupción que ha terminado por tumbar a Rajoy.