Casi no hubo lágrimas. Entre la multitud que abarrotaba la Plaza de Mayo había alguno que se llevaba las manos a los ojos, pero el clima en las calles, antes y después del último discurso de Cristina Fernández como presidenta, era de fiesta. El kirchnerismo celebró sus 12 años y medio en el gobierno con la Casa Rosada, el centro del poder político, como escenario. Y lo hizo como mejor sabe hacerlo: con bombos y banderas.
Horas antes de que ella saliera a la plaza, la sede del gobierno ya latía al ritmo de los cánticos de fuera, mientras ella inauguraba un busto de su marido acompañada por el presidente boliviano Evo Morales y arropada por el núcleo duro del kirchnerismo. “No me hagan hablar mucho que a las doce me convierto en calabaza”, ironizó la presidenta al referirse a su judicializado final de mandato. “Me hubiera gustado entregar los atributos del mando en el congreso. ”Golpe de Estado, golpe de Estado“, corea la multitud. Ella recoge el guante: ”Con este estado de las cosas todos los argentinos estamos un poco en libertad condicional“, lanzó.
“Cuando Néstor llegó a la Casa Rosada los argentinos estábamos con una mano adelante y otra atrás”, aseguró la presidenta para ilustrar la situación de 2003, tras el default y con la mitad del país sumido en la pobreza. Después hizo un repaso por los logros de la gestión kirchnerista, y plantó su desafío al próximo gobierno. “Espero que los que nos suceden puedan, dentro de cuatro años, pararse frente a esta plaza y decirle a los argentinos que pueden mirarlos a los ojos”. Y sedespidió con un “gracias por tanto amor” con la voz quebrada.
La Cristina Fernández que no consiguió ganar las elecciones con el candidato de su partido, Daniel Scioli –ella no podía presentarse para otro mandato– demostró en su último acto público como presidenta que sigue entusiasmando y movilizando a los suyos, además de una vocación de liderazgo que puede convertirla en jefa de la oposición sin cargo institucional. La fiesta kirchnerista colmó la noche porteña. Mañana será el día de Mauricio Macri. Y los argentinos –el 51% que votó el cambio y el 49% que apoyó al gobierno– se pondrán a jugar al juego de las diferencias.