Nada peor que instalarse en unas altas expectativas para que el resultado no sea el esperado y resulte un fracaso. Ha pasado en el cara a cara Sánchez-Feijóo. 100 minutos de combate mucho más que de debate. Tenso, bronco, faltón y lleno de interrupciones e interjecciones por ambas partes.
El aspirante salió mucho mejor de lo que entró a la cita porque salió al ataque y directo a la yugular del contrario. Ni moderado, ni ponderado. Con mentiras y medias verdades. Pero el presidente tuvo serias dificultades para imponerse en un formato al que acudió confiado, en el que apenas hubo moderación y en el que se mostró atropellado y sin la más mínima solemnidad presidencial.
Feijóo iba ganando en todas las encuestas y salía a empatar en un formato que, a priori, le resultaba incómodo y pretendió evitar para no arriesgar. No le fue mal, sino todo lo contrario. Quizá porque en un debate no importa tanto lo que se dice como la manera en que se dice y porque el candidato del PP llegó a mentir con el manejo de los datos con una maestría y una solemnidad que para el espectador pudo resultar apabullante frente a un presidente que salió demasiado confiado y seguro de su telegenia, mucho más después del éxito de sus últimas entrevistas.
Se enzarzaron con Vox y Bildu antes incluso de que los moderadores, Vicente Vallés y Ana Pastor, abrieran el bloque de los posibles pactos porque estas elecciones no van tanto de quién ganará como de con quién se gobernará y se trataba de retratar a cada cual con sus potenciales aliados. El presidente le reprochó al líder del PP sus gobiernos con los “negacionistas” y “machistas” de Vox y Feijóo le acusó de pactar con el “brazo político de ETA”.
Todo en una noche en la que el candidato del PP evitó condenar el insultante eslógan “Que te vote Txapote” o dirigirse a las mujeres que temen por la llegada de la ultraderecha a las instituciones ante la actitud de Vox de no colocarse detrás de las pancartas que condenan los asesinatos machistas –seis en la última semana– o secundar los minutos de silencio en señal de repulsa. Prefirió, eso sí, detenerse sólo en la ley de libertad sexual que ha provocado la excarcelación de 117 agresores sexuales y 1.155 reducciones de condena mientras Sánchez se afanaba en recordar los pactos del PP con la ultraderecha que ya han provocado la retirada de banderas LGTBI, la eliminación de concejalías o consejerías de Igualdad y la censura de obras de teatro y películas en varios ayuntamientos. También defendió la ley y consideró sus más de mil rebajas de condena y más de cien excarcelaciones como la consecuencia de un “error jurídico” al tiempo que acusó a su rival de “tragar” con los planteamientos de Vox y “claudicar” ante la extrema derecha “cambiando principios por votos”, “un intercambio obsceno e impúdico”, sentenció, antes de asegurar que él ganará las elecciones porque los españoles no permitirán que “PP y Vox les metan en el túnel del tiempo”.
Si con el resultado del debate Sánchez aspiraba a movilizar a la izquierda, frenar el flujo de votantes socialistas al PP o retratar sobre todo a Feijóo junto a la ultraderecha, es difícil que lo lograra. Y es que el formato, además de un combate, resultó un espectáculo escasamente atractivo ante tanta bulla y tanta interrupción. Mientras el líder de los populares esquivaba todo el rato sus acuerdos con la extrema derecha, se presentaba como un hombre dispuesto a dialogar con todo el mundo, a gobernar con moderación y a “unir a los españoles” tras la división que, según dijo, ha traído el “sanchismo”. “¿Y con qué lo piensa pegar? ¿con pegamento supervox?”, le respondió con sorna el presidente.
“Eso no es verdad”, “eso no es cierto”, “déjeme hablar”, “no me interrumpa” o “no me dé lecciones” fueron algunas de las expresiones que los contendientes se cruzaron durante 100 minutos en los que un Feijóo más suelto que de costumbre trataba de impedir que Sánchez acabara una sola frase o colocara un solo mensaje. Una estrategia con la que el del PP pareció llevar la iniciativa durante gran parte del debate y no se olvidó de ninguno de los asuntos con los que más virulencia la derecha ha atacado al presidente en los últimos años: el uso del Falcon, el “pinchazo” de su teléfono móvil o los pactos “con el brazo político de ETA”.
Ni una idea, ni una propuesta, ni un modelo de país con el que ilusionar al electorado. Sólo un papel en el que Feijóo llegó a estampar su firma para ofrecer a Sánchez un acuerdo que comprometa a ambos a respetar la lista más votada y al que el presidente respondió “llame usted a Fernández Vara”, el candidato extremeño que ganó las elecciones y ha sido desalojado de la Junta tras un acuerdo entre PP y Vox. “Comprométase y firme aquí que usted hará lo mismo si gano yo”, insistía el del PP.
Todo fue baldío para el objetivo que se había marcado Sánchez, que esperaba a un oponente de perfil bajo que le bastaba con salir a empatar el partido y, sin embargo, se descolgó con una batería de golpes bajos que hicieron imposible siquiera que Sánchez reivindicase su balance económico o las políticas sociales. Todo giró en torno a los pactos, pero aun así el candidato del PP se escabulló de la pregunta de si haría vicepresidente al líder de Vox, si bien descargó la responsabilidad de este hipotético escenario en el PSOE.
En el apartado de la política exterior, salió a relucir el giro que imprimió Sánchez en relación con el Sáhara. Un tema que dio pie al popular a asegurar que si gobierna no adoptará ninguna decisión clave en este terreno sin tener el acuerdo del Congreso de los Diputados.
Hasta aquí el único cara a cara de los seis que había pedido Sánchez. Quizá con los otros cinco hubiera podido recuperar. Demasiado tarde ya. Feijóo acudió con intención de destrozarlo, dicen en el PSOE, “ante la imposibilidad de ganarlo”, que no se trata de ganar o perder, sino de embarrar el campo. Y lo logró.
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