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Candidatos escondidos en sus naves estelares y muy lejos de la Tierra

María José Montero, Cayetana Álvarez de Toledo y las constelaciones detrás en el debate de TVE.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Todo el mundo quiere debates televisados en campañas electorales. Luego ven esa cacofonía de personas hablando al mismo tiempo, escasez de propuestas concretas, abundancia de acusaciones personales y algún bulo que se cuela en la refriega, y la cosa deja de tener tanta gracia. La prioridad de la mayoría de los participantes es atizar duro al rival y luego, en el tiempo que quede, algunas ideas políticas.

El formato televisivo del debate es bipartidista por naturaleza. Siempre queda bastante bien cuando sólo hay dos protagonistas. Es más complicado, y una pesadilla para el moderador, cuando hay muchos más, seis en el debate emitido por TVE en la noche del martes.

Pero a veces surge la sorpresa. Incluso se llega a vulnerar la idea de que lo más importante en un debate como este es no cometer errores graves, no salir de él con todos los titulares destacando el tremendo patinazo.

Eso fue lo que le ocurrió a Cayetana Álvarez de Toledo en su estreno en las grandes ligas. Fue diputada del PP hace unos años, pero ahora representa al partido en el debate de TVE, encabeza la candidatura en Barcelona con la misión de impedir que el PP se convierta en extraparlamentario en Catalunya y ya tiene padrinos periodísticos en Madrid para que sea la portavoz parlamentaria de su grupo en la próxima legislatura.

El catacrac sucedió cuando Álvarez de Toledo –“Cayetana”, según el moderador– tomó la escabrosa decisión de hablar de relaciones sexuales. Aprovechando que no estábamos en horario infantil. Y no forzada por otras intervenciones, sino porque quiso. Lo llevaba escrito. Casi todo lo que dijo lo llevaba en unos papeles que consultaba con frecuencia.

Empezó atacando la política del PSOE sobre feminismo dirigiéndose a María Jesús Montero:

Álvarez de Toledo: “Dejen de hacer demagogia con las mujeres”.

M. J. Montero: “Para ustedes, el feminismo es demagogia”.

Sólo fue una forma de abrir boca, porque había más, mucho más:

Álvarez de Toledo: “Un punto de su programa electoral que me pareció fascinante. El consentimiento afirmativo. Dice su programa: garantizaremos con el Código Penal que todo lo que no sea un es un no. ¿De verdad, van a garantizar eso penalmente? ¿Que un silencio es un no?”.

M.J. Montero: “No es no”.

Álvarez de Toledo: “¿Me deja acabar? Ustedes dicen que un silencio es un no. Y una duda. ¿De verdad van diciendo ustedes sí, sí, sí hasta el final? Un poco extraño, ¿no? Como un sufrimiento”.

Todo eso lo dijo con un papel en la mano que consultaba. No improvisaba. No se dejó llevar por la tensión del debate. Lo había escrito antes, porque pensó que era una idea estupenda para atacar al PSOE o a las feministas. Sí, sí, sí. Lo dijo muy seria, aunque no hay que descartar que fuera un sarcasmo. ¿Para que sus votantes se rieran imaginándose la escena?

Poner en duda la necesidad de un consentimiento claro y rotundo en las relaciones sexuales es una forma extraña de buscar votos, excepto en el colectivo de los hombres que abusan de las mujeres. O en el de los hombres que desprecian a las feministas. O en el de las mujeres que no soportan a las feministas.

Esos votantes existen y no son pocos. ¿Sobre ellos quiere construir Álvarez de Toledo su regreso a la política? Esa es la impresión que da. Algunos padrinos periodísticos habrán quedado un poco asustados.

El resto del debate fue una sucesión de las declaraciones con las que los políticos intentan convencer a los que ya tienen convencidos. Con las ideas principales, escuchadas en infinidad de ocasiones, que tienen muy asumidas aquellos que ya han decidido votar a cada uno de esos partidos. Los indecisos –esos que dicen que son legión– se habrán quedado igual.

Dos horas de debate y no se habló de cambio climático. Lo normal en España. Será que va a afectar a todo el planeta, menos a nosotros. Hubo alguna referencia de pasada, como para destacar que es muy importante, pero ninguna explicación concreta sobre qué hacer. Lo primero lo sabe todo el mundo, excepto Donald Trump. Es lo segundo lo que hay que introducir en el debate.

El fondo del plató era una animación en movimiento de constelaciones formándose. Una idea no muy acertada, porque un fondo en movimiento contribuye a despistar al espectador. Es ruido visual que interfiere en el mensaje de los candidatos. Pero si lo vemos como una metáfora malvada, tiene más sentido. Los candidatos estaban en sus galaxias particulares, chocando entre ellos con sus naves y desplazándose por un espacio muy alejado de sus votantes.

En el espacio nadie puede oír tus gritos, decía la publicidad de 'Alien'. En este debate, es lo único que se escuchó. Además del “sí, sí, sí”, de Álvarez de Toledo.

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