Hace una década con España sufriendo una terrible crisis económica y un Gobierno del Partido Popular con mayoría absoluta, algunos de los diputados de ese partido sufrieron una experiencia dolorosa. Les ocurría cuando estaban con sus familias comiendo en un restaurante el fin de semana. Alguien comenzaba a insultarles en voz alta, delante de su cónyuge e hijos, culpándoles de la crisis y de las privaciones que estaban sufriendo. No quisieron denunciarlo en voz alta y convertirlo en un tema político, porque pensaban que eso sólo aumentaría el número de incidentes.
Había algo de injusto en esa situación. Ellos apoyaban con sus votos esa política económica, pero no tenían ninguna capacidad de decisión. Eso lo sabe todo el mundo que se dedica a la política parlamentaria. Al diputado le toca apretar el botón en las votaciones en el sentido que le marcan desde arriba. La clase de tropa está para escuchar y obedecer.
El PP se ha debido de olvidar de esos años. En esa estrategia de tierra quemada en la que el destino de la patria está en peligro, no se hacen prisioneros. De hecho, si cae uno en sus manos, la orden parece ser rematarlos. El jueves, el día en que finalmente el Congreso aprobó la investidura de Pedro Sánchez, la cuenta de Twitter del grupo parlamentario del PP, se dedicó a señalar uno a uno a una veintena de diputados socialistas que lógicamente iban a votar a favor de la reelección de su líder.
Eran los diputados a los que les habían encontrado en años anteriores frases críticas con la amnistía o con el independentismo catalán. Uno de ellos era el turolense Herminio Sancho del que recuperaron una frase de agosto de 2018. El texto del PP era el mismo para todos: “Hoy entrega sus principios y vota sí a la investidura de Pedro Sánchez a cambio de la amnistía”. Y se añadía el hashtag “Todo por la silla”.
En el PP tenían que saber que ese señalamiento no cambiaría ningún voto. Era una venganza personal de unos diputados que votan lo que les marcan sus líderes contra otros diputados que votan lo que les marcan sus líderes. Y nunca sabrán qué hará la gente con la información facilitada por el PP, qué efecto tendrá en ellos. Desde luego, no diálogos elegantes citando a Ortega y Gasset.
Resulta que Sancho había sido uno de los diputados socialistas que estaban desayunando en un bar cercano al Congreso a primera hora de la mañana antes del pleno, cuando un grupo de personas empezó a insultarles y acosarles. Lanzaron un huevo que se estrelló en su cabeza. “Si no es por la policía, no salimos”, dijo Sancho. Los agentes los escoltaron hasta el Congreso.
En el apartado de posibles agresiones, no parece de las peores. Nadie está en condiciones de garantizar que ese tipo de incidentes se reduzca a huevazos. Quien lanza un huevo, también podría lanzar una botella de cristal si está lo bastante furioso.
Una de las virtudes de la democracia liberal, a diferencia de dictaduras y sistemas autoritarios, es que permite en teoría resolver de forma pacífica las contradicciones internas de una sociedad y sus conflictos políticos y económicos. Esa capacidad se reduce si se niega legitimidad democrática al rival. Cuando se sostiene no ya que el adversario se equivoca, sino que sus actos o ideas son un peligro para el futuro de la nación y que por tanto son responsables de todo lo malo que pueda pasar.
En el pleno, después de que el socialista Patxi López denunciara el ataque a sus compañeros, Miguel Tellado, del PP, pidió la palabra. No le correspondía con el reglamento en la mano, pero la presidenta del Congreso se la concedió, como ha hecho en otras ocasiones en este debate. “Condenamos la violencia siempre y nos solidarizamos con el diputado socialista que ha sido agredido”, dijo Tellado, el encargado en su partido de golpear al rival en sus partes. “Ustedes la alientan en el momento que la perdonan y la amnistían”.
Así que, según esa idea, esa violencia está mal, pero los responsables serían los que la han sufrido.
Al finalizar la votación de la investidura, Alberto Núñez Feijóo se acercó al escaño de Pedro Sánchez. Se esperaba el apretón de manos protocolario al ganador que es habitual, una forma de respeto y de desear buena suerte, aunque por dentro se te lleven los demonios. Cortesía parlamentaria, si podemos llamarlo así.
Lo que hizo Feijóo fue continuar el debate. No rebajar la crispación ni siquiera después de la votación. El líder del PP le dijo al ganador que “esto es una equivocación” y que él será “el responsable” de lo que ocurra. Pero es que además fue a contárselo a los periodistas. No podía parecer bajo ningún concepto que había mostrado un mínimo de cortesía con el presidente reelegido.
Leña al mono. Guerra a muerte al enemigo. Y si pasa un hecho violento, la culpa es suya. Menos mal que se hace en defensa de la Constitución. Si llega a ser en contra, habría que hacer un cuerpo a tierra rápido.