Puro factor humano. Todo tiene un límite y el de Pedro Sánchez ha llegado con los ataques, bulos y difamaciones de la derecha política, judicial y mediática contra su esposa, Begoña Gómez. El presidente del Gobierno se pregunta: “¿Merece la pena todo esto? Sinceramente, no lo sé. Este ataque no tiene precedentes, es tan grave y tan burdo que necesito parar y reflexionar con mi esposa. Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también”, confiesa en una carta dirigida a la ciudadanía en su cuenta de X (antes Twitter).
Pedro Sánchez anuncia así que necesita parar para reflexionar –hasta el lunes– y decidir si debe seguir o no al frente del Gobierno o “renunciar a este alto honor” porque “a pesar de la caricatura que la derecha y la ultraderecha política y mediática han tratado de hacer de mí, nunca ha tenido apego al cargo”, y sí “al deber, al compromiso político y al servicio público”.
El anuncio llegó poco después de las siete de la tarde de un miércoles en el que se supo que un magistrado de Madrid había abierto diligencias contra Begoña Gómez por tráfico de influencias a raíz de una denuncia del pseudosindicato Manos Limpias y que el PP de Feijóo pidiera explicaciones y desatara una catarata de sospechas contra su esposa, su hermano y hasta su suegro.
Habrá quien se pregunte cuánto hay de sincero en su escrito y cuánto de una operación táctica que desencadene una ola de apoyo a un presidente que hasta el momento si de algo se le ha tachado es de hierático e inalterable. Quienes le rodean niegan la impostura y argumentan que se trata de “pundonor”, “hartazgo” y de “hasta aquí hemos llegado”.
España –o la esfera pública, mejor dicho– vive en una guerra sin cuartel y sin trincheras en la que todo vale. No hay límites, ni frenos, ni ganas de higienizar la vida pública. Y esto ya no va sólo de partidos, ni de siglas, ni de políticos. El excoordinador de IU Gaspar Llamazares lo escribía así: “Al igual que algunas veces hemos sido los políticos los primeros causantes de nuestro propio desprestigio, ahora son los jueces los que corren el riesgo de seguirnos por la misma pendiente, sin que las asociaciones judiciales, el órgano de gobierno y la inspección lo eviten”.
Tal cual. Sólo así se explica que un pseudosindicato ultra presente una denuncia contra la esposa del presidente del Gobierno construida con recortes de prensa y un bulo acreditado sobre su relación con varias empresas privadas que recibieron fondos públicos y un juez decida declarar la causa secreta y abrir una investigación al respecto sin preguntar siquiera a la Fiscalía. El Confidencial se hacía eco de ello en la mañana del miércoles y en el Parlamento sin que nadie le preguntara por ello, Sánchez proclamó que, pese a todo, seguía creyendo en la Justicia española.
Fue un desahogo que los suyos interpretaron como un “¡hasta aquí hemos llegado!” y que en el momento en que lo exhortó desconocían el alcance que tendría. Unos, opinaban que se había precipitado, que había exhibido “su flanco más débil e intocable”, que era el de su familia, y que lo que debía hacer era mantener la calma y la cabeza fría “ya que Begoña Gómez no tiene nada que ocultar ni ha hecho nada irregular”. Y otros entendieron que su exhibición de abatimiento era “la demostración de que es humano y no todopoderoso”, además de un hombre “incapaz de soportar más difamaciones contra su entorno personal” .
No es Pedro Sánchez precisamente de los políticos que dejen brotar sus emociones, pero este miércoles desde el instante en el que asomó por la puerta del hemiciclo, su paso firme, su mandíbula tensa y su rictus serio lo delataron. Acompañado de la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, y ya sentado en su escaño, mantenía la mirada perdida y los labios pegados. Ni una confidencia, ni una sola mueca cruzó con nadie mientras la habitual nube de fotógrafos retrataba un rostro circunspecto.
El recuerdo del día que entregó el acta de diputado
La imagen de un presidente afligido recordó al del secretario general del PSOE forzado a dimitir por los barones y tótem de su partido el 1 de octubre de 2016 y que semanas después se presentaba en el Congreso para anunciar que renunciaba al acta de diputado para no tener que facilitar la investidura de Mariano Rajoy que había acordado el Comité Federal. Aquella comparecencia, que le sirvió para ganarse el apoyo masivo de la militancia socialista, fue su primer acto de campaña para unas primarias a cara de perro frente a Susana Díaz con las que reconquistó el liderato.
Evocaciones aparte, la noche del pasado martes el presidente había sabido que un digital publicaría unas horas más tarde que un juzgado de Madrid ha abierto diligencias contra su mujer y, de pronto, del Sánchez de emociones inhibidas y frialdad pasmosa salió la persona que esconde el político. “Está afectado anímicamente”, “no articula palabra” y “apenas ha dormido” fueron los comentarios más repetidos entre ministros y diputados socialistas. “No es una cuestión de debilidad sino de pundonor ante una deriva sin escrúpulos y desesperada” en la que los de Feijóo han sido “cooperadores necesarios cuando no inductores”, resumían desde su gabinete a primera hora de la tarde cuando nadie sabía la decisión que iba a anunciar horas más tarde.
El líder del PP, en efecto, no había mencionado el asunto en su habitual cara a cara con el presidente, pero en la Moncloa daban por hecho, como luego sucedió, que la derecha entraría de lleno en lo que el Gobierno en pleno se apresuró a calificar de “una denuncia falsa más”. Lo hizo el ministro Bolaños y, después, María Jesús Montero añadía que “estamos ante el peor PP de la historia” y que “Feijóo se confunde con las prácticas y los discursos de ultraderecha”. No en vano, la vicesecretaria de los populares Esther Muñoz, puso minutos después en marcha la máquina del fango de la que ahora habla Sánchez y no sólo para pedir explicaciones a Sánchez y amagar con llamar a su esposa a la comisión que investiga el llamado caso Koldo, sino también para esparcir sospechas sobre el hermano de Pedro Sánchez por residir en Portugal y sobre su suegro “que se enriquece con esas saunas que se dedicaban a lo que se dedicaban”.
En la Moncloa están seguros de que la denuncia no tendrá recorrido, pero también hay quien defiende que “hasta puede ser buena noticia que el asunto haya acabado en el juzgado con estos denunciantes y en manos de un juez con antecedentes peculiares”. Se refieren de un lado a Manos Limpias, una organización cuya trayectoria en denuncias falsas está acreditada y cuyo secretario general, Miguel Bernard, acaba de ser absuelto por el Supremo de la acusación de participar en la extorsión judicial y mediática a bancos y empresas. Y, de otro, al titular del juzgado número 41 de Madrid, Juan Carlos Peinado, quien en 2019 citó como imputados a varios periodistas por informar sobre el sumario abierto por terrorismo contra miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR), aunque a los pocos días dejó sin efecto al medida después de un informe en contra de la Fiscalía.
“Primero intentaron inhabilitar al presidente en la Oficina de Conflictos de Intereses. Luego manipularon al Senado creando una comisión falsa, como falsa fue la denuncia ante la Oficina de Conflictos. Y ahora también utilizan una denuncia falsa de una organización ultraderechista para difamar y para injuriar a la Presidencia del Gobierno”, afirmó Montero.
Patxi López, el portavoz parlamentario, fue incluso más lejos y dijo que “uno empieza a estar un poco harto. Este es un país donde hay que demostrar la inocencia. Se lanzan acusaciones sin datos o información veraz, sin pruebas. Solo para hacer daño y para difamar”. Ni López, ni Montero, ni Bolaños, ni nadie de su gabinete sabía de las intenciones del presidente, ya que la decisión la tomó en una conversación que mantuvo sólo con su esposa. Después, de su puño y letra, aseguran, y tras reflexionar con su esposa redactó la carta y convocó a su gabinete para que la subieran a las redes sociales.
Horas antes, llamó la atención que el presidente abandonara el hemiciclo, no se dirigiera, como es habitual, a la zona de gobierno del Congreso y enfilara, cariacontecido, directo al coche oficial sin que diera tiempo siquiera a que el equipo de seguridad tuviera preparado el dispositivo para salir del recinto, lo que obligó a Sánchez a permanecer sólo dentro del vehículo durante tres minutos hasta que pudo arrancar con destino a La Moncloa.
Una llamada a la reflexión colectiva
Fuentes de su equipo denuncian la campaña de “acoso y derribo” contra el presidente y su entorno personal y no quieren, de momento, entrar a valorar los posibles escenarios que pudieran abrirse con una hipotética renuncia de Sánchez, quien en todo caso hará pública la decisión el próximo lunes en una comparecencia pública. Y aquí entran ya las especulaciones sobre una posible moción de confianza a la que el presidente pudiera someterse en el Congreso y para la que necesitaría mayoría simple para obtener el respaldo. De ser así precisaría el voto favorable de sus actuales aliados, si bien Junts podría abstenerse sin provocar con ello un efecto negativo sobre la iniciativa.
Sea como fuere, hasta el lunes no se conocerá la decisión ni lo que hay detrás de la sorprendente carta presidencial con la que Sánchez ya ha conseguido innumerables muestras de apoyo dentro y fuera de España. Hasta entonces, el presidente ha suspendido toda su agenda pública, tanto institucional como de partido, si bien su sanedrín habitual, que incluye a María Jesús Montero, Félix Bolaños, Óscar Puente y Santos Cerdán, seguía reunido en Moncloa bien entrada la noche, junto a su jefe de gabinete y el secretario de Estado de Comunicación. Y allí hubo una reflexión compartida sobre la necesidad de hacer una reflexión colectiva respecto al clima irrespirable de la esfera pública y sobre un Sánchez quebrado e irreconocible hasta para sus más cercanos.