Saben los veteranos de la investigación criminal que con una sospecha se aprende a convivir. Puede ser una matrícula, la colilla de un cigarro o un comentario que quedó suspendido en el aire. Los titulares de la prensa van y vienen en los casos de gran atracción mediática, pero ese rumor no abandona la cabeza de los policías. En ocasiones, hasta el homenaje de despedida a 40 años de servicio y aun más allá. En otras, hasta que una casualidad o el resultado de un paciente trabajo hacen que la sospecha muestre su cara oculta. Y se convierta en un indicio, acaso una prueba.
Los jefes de los agentes que han atrapado al asesino confeso de Diana Quer han reconocido este martes que ‘El Chicle’ era el principal sospechoso desde apenas tres meses después de la desaparición de la chica, el 22 de agosto de 2016. Ha tenido que pasar un año y medio desde el crimen hasta la detención del presunto culpable, pero fue en 47 días del último verano cuando un par de indicios giraron y mostraron su verdadera importancia.
Ese mes y medio transcurre desde la entrega del informe que una empresa alemana hizo del móvil de Diana y reconstrucción de los hechos del día en que se cumplía un año de la desaparición. Aquella enorme representación el 22 de agosto de 2017, con un centenar de agentes implicados, ordenó por fin el rompecabezas que se llevaban todos los días a casa varias decenas de guardias civiles.
El 28 de octubre de 2016, un mariscador encontró el Iphone 6 de Diana Quer cerca de donde la joven había desaparecido. La Guardia Civil prontó se dio cuenta de que el deterioro sufrido por el aparato iba a hacer muy difícil descifrar la información que todavía podía contener. El móvil fue enviado “al extranjero”, según ha dicho este martes el coronel jefe de la UCO, Manuel Sánchez Corbí. El análisis realizado por la empresa Cellebrite, de origen israelí, permitió trazar con mucho mayor detalle por donde trascurrieron los últimos minutos de vida de Diana Quer con mucho más detalle que las antenas de telefonía.
Esa trayectoria del móvil de la joven coincidía con la que habían hecho tres vehículos en los momentos aproximados de su desaparición, apenas “unas bolas de luz” en las imágenes registradas por las cámaras que examinaron los investigadores, según ha descrito el coronel. Pronto se descartó la posible implicación de dos de ellos. El tercer coche era el de El Chicle. Pero algo seguía sin cuadrar. El rastro del teléfono del asesino confeso y el de la víctima se separaban a la salida de A Pobra do Caraminal. Al menos eso indicaban las señales de posicionamiento que ambos teléfonos móviles dejaron en las antenas de la zona.
Hasta que llegó el día de la reconstrucción en el aniversario del crimen. Los agentes comprobaron que con el pueblo en fiestas la línea se había saturado y que, con tanta actividad celular, la antena que debía haber recogido el rastro de uno de los móviles desvió la señal del aparato a otra que tenía espacio libre. Por eso parecía que El Chicle y su víctima habían abandonado el pueblo por lugares opuestos. Los teléfonos del asesino y su víctima, sin embargo, habían dejado la localidad por el mismo lugar y a la misma hora.
A pesar del descubrimiento, todavía restaban momentos delicados a las pesquisas. Como cuando Abuin ‘mordió’ a una pareja de agentes que le seguían, en una zona poco habitada, donde la presencia de cualquier coche extraño alerta a los paisanos al momento. O el resultado de las grabaciones en el interior del Alfa Romeo, con conversaciones prefabricadas entre el sospechoso y su mujer, sabedores de que les estaban vigilando. Como el análisis negativo del teléfono reseteado por El Chicle y la inspección de un coche que antes había limpiado a conciencia. O la coartada acordada previamente con su pareja y cuñados de que había salido a robar gasolina.
Hasta que el 25 de diciembre Abuin se sintió seguro y volvió a reincidir. Para entonces, las piezas del puzle armado por los investigadores encajaban de tal forma que no cabía entre ellas una sola de las mentiras de El Chicle y sus encubridores. Para cuando se apaguen los focos, a uno de los mandos que ha dirigido la investigación del crimen de Diana Quer probablemente vuelva a rondarle esa sospecha que lleva colgada desde hace casi veinte años, por un crimen también muy mediático, y que nunca le mostró su cara buena.