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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Isabel la Católica y Salvadora de Bares y Terrazas, ruega por nosotros

17 de abril de 2021 22:14 h

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Isabel Díaz Ayuso ya está donde quería estar. En la rampa de salida de la campaña electoral que oficialmente se ha iniciado en la madrugada de este domingo, pero que comenzó en realidad en el mismo momento en que se desencadenó la pandemia. O no mucho tiempo después, cuando la gestión de la crisis en las residencias de ancianos hizo que el Gobierno de coalición en Madrid empezara a partirse por la mitad. A partir de ese momento, a Ayuso y a su lugarteniente, Miguel Ángel Rodríguez, les quedó claro que sólo saldrían vivos de esta si convertían cada día en una guerra a muerte con el Gobierno de Pedro Sánchez. El virus no era el enemigo, sino el escenario de la batalla.

El PP de Madrid hubiera querido celebrar antes estas elecciones, pero las dudas de Pablo Casado las frenaron. La moción de censura de Murcia fue el desencadenante que las facilitó. Lo que no cambió fue el discurso. Díaz Ayuso salvó a España en la primavera de 2020. Más tarde, su hospital provisional de Ifema maravilló al mundo. El hospital Zendal llevó ese entusiasmo al multiorgasmo. Luego salvó a la hostelería. Cuando otras regiones se veían obligadas a imponer restricciones a ciudades enteras, ella optó por cierres más pequeños dentro la ciudad de Madrid que nadie se molestaba en obligar a respetar.

Ahora que varias CCAA, incluidas las gobernadas por el PP, se preguntan cómo fundamentarán las medidas sin la cobertura jurídica del estado de alarma, Ayuso se relame de placer. “El estado de alarma es un horror”, dijo esta semana en una entrevista con la misma soltura con que se manejan los tertulianos de la televisión. Algunos creen que puede producirse el caos. Ella pensará que sólo reinará la libertad. La suya. Podrá hacer lo que quiera.

Alberto Reyero, diputado de Ciudadanos, era su consejero de Políticas Sociales en el inicio de la pandemia con competencias en la gestión de las residencias. Dimitió en octubre sin hacer mucho ruido. Se había enfrentado en la primera ola a la Consejería de Sanidad por no haber cumplido la promesa de medicalizar las residencias. Este viernes, se le acabó la paciencia y lanzó el ataque más tremendo que se le puede ocurrir a la derecha en España: comparar a alguien con los independentistas catalanes. En un tuit colocó el último alarde de Ayuso, que presumió de que con ella ya se hubiera vacunado al cien por cien de los madrileños –una cota que no ha alcanzado ningún país de Europa–, junto a una frase de la portavoz del Govern, que dijo meses atrás que con “una Catalunya independiente” hubiera habido menos muertos.

“Por favor, que alguien encuentre las diferencias”, escribió Reyero.

Para eso sirve convertir al adversario en la encarnación de todos los males. A partir de ahí, puedes presumir de lo que quieras, incluso de lo que existe sólo dentro de tu imaginación. Tú has salvado al mundo, por lo que no pueden negarte que podrías seguir salvándolo varias veces más.

Las encuestas dicen que la jugada le ha salido bien. No era complicado. Las tres formaciones de la derecha obtuvieron el 50,5% de los votos en las elecciones autonómicas de 2019. Los sondeos conceden a la suma de PP y Vox una cifra cercana, lo que les aseguraría la mayoría absoluta a ambos partidos.

Ayuso arranca la campaña sabiendo que se va a llevar casi todo el voto que fue a Ciudadanos hace dos años. Es el mismo votante al que aún busca Ángel Gabilondo, como la persona que va por el campo con un detector de metales a ver si encuentra un tesoro abandonado. Su idea inicial era ganarse el apoyo de Ciudadanos de cara a un pacto poselectoral, pero ese partido no tardó ni 24 horas en chafarle la ilusión. Así que se dirige directamente a los antiguos votantes de Cs. Se ha comprometido a no subir los impuestos durante esta legislatura de dos años, mientras en el Gobierno central no se oculta que una subida de algunos tributos es muy posible en 2022.

Eso no impide que Gabilondo haya prometido un gran aumento del gasto social (1.300 millones en ayudas al comercio y los autónomos, 30 nuevos centros de salud, 2.000 profesores de refuerzo, 15.000 nuevas becas...) sin que se conozca cómo lo va a pagar. Eso recuerda a lo que decía Albert Rivera –que anunciaba más inversión en educación y sanidad, pero con menos impuestos–, así que igual es una forma de que esos votantes de Cs se sientan como en casa.

La influencia de Moncloa en la campaña de Gabilondo es tan grande que no sólo han salido de allí los principales nombres de la lista electoral, sino hasta de su hipotético Gobierno. Ya está elegida Reyes Maroto como su consejera de Economía, un gesto osado si estás a cerca de 15 puntos del partido que lidera las encuestas.

La izquierda busca el trabajo en equipo confiando en que cada partido se lleve una porción del electorado para que juntas alcancen la mayoría. Es una alternativa que hubiera tenido más posibilidades de éxito al final de la legislatura autonómica en el momento en que la recuperación económica fuera real. Los estrategas de Moncloa que dieron luz verde a la moción de censura de Murcia no pensaron que estaban tentando a la suerte.

El PP inicia la campaña como si fuera un día normal en el Gobierno de Díaz Ayuso. La primera semana estará centrada en las vacunas, el asunto elegido por Rodríguez para propagar la denuncia del agravio permanente a Madrid. De ahí que difundieran que Madrid “podría tener que cerrar” los centros de vacunación masiva por falta de dosis. El viernes, la presidenta afirmó que no sabe cuántas vacunas llegarán la próxima semana. Lo sabe perfectamente. Está en el calendario que conocen todos los gobiernos autonómicos para el que están previstos nuevos envíos el martes.

Primero se filtra la supuesta noticia y luego se usa en el mitin. “Si hay enfermeras con los brazos cruzados es porque no llegan más vacunas”, dijo Pablo Casado el sábado en el mitin de arranque de campaña. A Díaz Ayuso le quedó la defensa del hecho diferencial madrileño. “Porque en Madrid, después de un día trabajando y sufriendo, nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros, con nuestros amigos, con nuestra familia, a la madrileña”, dijo arrastrando las palabras, que se notara lo orgullosa que está de su tierra, a diferencia de esa pobre gente que vive fuera de Madrid.

No como en el resto de España, donde el Gobierno ha interrumpido los suministros de cerveza. O donde no conocen las terrazas, el regalo de Ayuso al mundo.