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CRÓNICA

Señores pasajeros, el avión de Madrid está a punto de estrellarse, abróchense los cinturones y no pidan más médicos

Sánchez y Díaz Ayuso suben las escaleras de la sede del Gobierno madrileño antes de su reunión.
21 de septiembre de 2020 22:54 h

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El pasaje empieza a preocuparse cuando se da cuenta de que el avión hace extraños movimientos durante la tormenta. Se oye el sonido de la voz de una asistente de vuelo. Señores pasajeros, el avión de Madrid se prepara para estrellarse. Uno de los motores está en llamas y el otro empieza a dar problemas. La comandante de la nave no sabe para qué sirven todas esas luces rojas. El piloto y el copiloto están discutiendo y han decidido no dirigirse la palabra. Casi no queda combustible. Abróchense los cinturones y recuerden que el problema de las ocupaciones es el más grave al que se enfrenta Madrid. Y España, porque Madrid es España y el resto es menos España porque no es Madrid.

Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de Madrid que había salvado a España, según un vídeo de homenaje que le dedicó el PP en julio, la mujer que dijo en mayo “yo soy la responsable de que esto salga bien o mal, lo asumo y lo asumiré”, preside la Comunidad con los peores datos de coronavirus de Europa. Ella no cree que tenga nada que reprocharse, pero dice que se ha sentido sola. Nadie le ayuda, empezando por el Gobierno central, siguiendo por los médicos y continuando por los profesores, todos ellos muy reivindicativos. Hay una conspiración contra ella. Y contra Madrid –que es en sus propias palabras “una España dentro de España”– y por tanto contra España.

Acuciado por las críticas del PP, Pedro Sánchez hizo lo que Ayuso no esperaba y ofreció a trasladarse este lunes a la sede de la presidencia madrileña para reunirse con ella. Prometió ayuda y coordinación. En realidad, no estaba pensando en Díaz Ayuso con esta decisión, sino en Pablo Casado. Con la reunión y los compromisos alcanzados, Moncloa intenta neutralizar las críticas del PP sobre el supuesto abandono de las Comunidades Autónomas. Casado se ha inventado que la gestión de una pandemia es responsabilidad absoluta del Gobierno central –eso no aparece en ninguna ley–, mientras al mismo tiempo ha prohibido a los gobiernos autonómicos presididos por su partido que acepten la oferta de declarar el estado de alarma en su territorio. Cuando Casado vuelva a acusarle de dejar tiradas a las autonomías, Sánchez sacará la foto de su reunión con Ayuso. Con eso, Moncloa ya dio la cita por rentabilizada.

Los que esperaban que de ese encuentro salieran nuevas medidas concretas quedaron un tanto decepcionados. El principal resultado es que ambas administraciones formarán una comisión conjunta para afrontar la pandemia. El repertorio de frases clásicas sobre las comisiones es amplio. Si quieres matar una idea, haz que se ocupe de ella una comisión. Un comité es un grupo de hombres –suelen ser hombres– que individualmente no saben hacer nada, pero como grupo pueden decidir que no se puede hacer nada para solucionar el problema. Y también pueden coordinarse.

Pero esto es lo que hay. La situación es tan grave que no se puede desdeñar ninguna opción. Ni siquiera cuando se defiende con ideas imaginarias. “Ambos gobiernos somos conscientes de que estamos inmersos en una lucha epidemiológica, no ideológica”, dijo Sánchez. Nada más lejos de la realidad para los que hayan sido testigos de lo ocurrido en el Parlamento en los últimos seis meses.

La reunión sí fue un momento de distensión entre tanto drama político. No del todo. Sólo hasta que Díaz Ayuso abrió la boca en la rueda de prensa. Al igual que en el debate de la Asamblea de Madrid de la semana pasada, la presidenta hizo tanto autobombo de su gestión que no se explica que la pandemia haya regresado a la capital de España con tanta fuerza. Pero fue en las excusas donde se superó, preferiblemente con la táctica del ventilador. En esos momentos, Sánchez se quedaba mirando sin entrar al trapo y quizá pensando: espero que Iván Redondo tenga claro por qué estamos haciendo esto.

Para que no hubiera dudas sobre el lugar de la reunión, el Gobierno madrileño puso 22 banderas (sí, veintidós), mitad y mitad de España y de Madrid, en el escenario de la rueda de prensa. Es lo que tiene el nacionalismo, que nunca tiene suficiente. Quim Torra sólo puso dos, una de cada, en la visita de Sánchez a Barcelona. Qué falta de ambición.

La moral del personal sanitario madrileño está por los suelos. “Estamos achicando agua de un sistema que naufraga”, dice una médica entrevistada por este medio. Los médicos de cabecera no dan más de sí: “En mi centro la gente tiene que hacer cola de más de una hora para conseguir cita, que además se demorará varios días”. La Atención Primaria está “desbordada y al borde de la defunción”, denuncia el Consejo General de los Colegios de Médicos de España.

La respuesta de Ayuso es que faltan médicos en toda España. Que no la miren a ella: “España tiene un problema evidente de falta de médicos y enfermeros. No nos podemos engañar, no hay médicos en España”. Planteó la necesidad de un plan educativo de seis a diez años, cuando la pandemia exige soluciones urgentes para las próximas seis o diez semanas. Era una forma de quitarse el muerto de encima, a pesar de que su Comunidad es de las que menos invierte en sanidad por habitante.

La realidad es que salen de las facultades más licenciados en Medicina de los que el sistema sanitario puede absorber. Y a muchos de los que entran les espera la precariedad. Uno de los médicos entrevistados en el artículo ha firmado 71 contratos temporales en 28 meses en Madrid, 26 de ellos en el mismo centro de salud. Hagan cuentas. Sale una media de 2,5 contratos al mes. Y luego están los médicos de la capital que huyen presa de la desmoralización después de lo sufrido entre marzo y mayo y que ven ahora que deben atender a 60 pacientes en un día antes de ocuparse del papeleo.

Mientras tanto, la Consejería de Sanidad ya sabe cómo llenar de médicos el hospital de Ifema. ¿Contratando? No, con voluntarios de otros hospitales. ¿Y cómo se quedarán los centros sin esos profesionales?

Varios expertos coinciden en que Madrid lleva casi un mes de retraso por no haber hecho en agosto lo que Aragón y Catalunya hicieron en julio cuando su ola de contagios empezó a crecer. Ahí, el cerebro de Díaz Ayuso ya empezó a derrapar en las curvas de la rueda de prensa. “Lo más importante por encima de cualquier cosa es el diagnóstico, y la capacidad de diagnóstico de Madrid con los test en estos momentos es de las mejores, si no la mejor de España”, dijo. Otra vez presumiendo de lo bien que lo ha hecho.

Sobre la falta de rastreadores, un tema del que se habla desde julio, Ayuso dejó correr su imaginación: “Para que el rastreo fuera eficiente (ahora), harían falta millones de rastreos constantes”. Se necesitarían menos si la Comunidad hubiera contratado a un millar en julio, en vez de un centenar, pero ya es tarde. Ahora sólo queda reaccionar con la lengua fuera y sin capacidad para afrontar la oleada de nuevos casos.

Para los que pedían desde hace meses más rastreadores y más personal de Atención Primaria, Ayuso ya tenía una definición. “Vamos ver dónde podemos poner el dardo”, dijo sobre su actitud. Con ella en la diana, claro.

Cuando el cerebro de Ayuso ya estaba galopando por las praderas de las que no ha salido en meses, se le encendió la luz y recordó meter la pulla que tenía guardada porque su jefe de Gabinete le había recordado que no olvidara los temas por los que el PP ha mostrado tanto interés este verano: “El Covid trae necesidades aparejadas, como los problemas de delincuencia, de ocupación, los de los menores no acompañados”. Y no olvidemos Barajas, la canción del verano del PP madrileño, no como toda esa gente con sus dardos que no hace más que hablar de médicos y enfermeras en mitad de una pandemia, a quién se le ocurre.

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