El ecologismo ante su encrucijada: activismo conservacionista o cuestionamiento del sistema
La pandemia provocada por el coronavirus ha detenido medio mundo durante casi un año, a la espera de que la campaña de vacunación avance y permita reactivar a pleno rendimiento la actividad humana. Pero los fenómenos naturales, incluso los provocados por el hombre, no entienden de treguas. La emergencia climática mantiene su vigencia. De hecho, la crisis sanitaria, social y económica provocada por la Covid-19 es una de sus consecuencias. Si 2019 fue el año en el que estalló la protesta de Fridays for Future, que movilizó durante meses a centenares de miles de jóvenes de todo el planeta convocados por la activista sueca Greta Thunberg, 2020 ha frenado completamente un movimiento llamado a provocar un terremoto social como el que se vivió en todo el mundo tras la crisis financiera de 2008 y que en España fraguó el 15 de mayo de 2011.
Este 2021 los jóvenes reactivarán su presión sobre los gobiernos. Pero no solo. Las organizaciones ecologistas clásicas también afrontan una encrucijada: seguir en el clásico activismo verde o dar un paso más hacia un ecologismo político que intente articular una propuesta alternativa al sistema que ha llevado a la Tierra hacia un colapso climático. “La emergencia climática no puede ser olvidada ni se pueden paralizar los procesos”, señala una portavoz de Fridays for Future a elDiario.es. Marta Macías reconoce el daño que la pandemia ha hecho al movimiento.
“Los movimientos sociales fluctúan mucho”, asegura. Y añade: “El coronavirus es un jarro de agua fría en la potencia que estábamos acumulando”. Macías añade rápidamente que hay “una cuestión climática relacionada con la pandemia”. “Una de las mejores formas de combatir este tipo de catástrofes es mediante la lucha climática y ecologista. Es muy importante que la mantengamos”, defiende. En eso anda este movimiento que, como suele ser habitual, combina en su consustancial horizontalidad y asamblearismo sus potencialidades y debilidades. “Lo hemos conseguido una vez, lo podemos hacer dos veces”, subraya Macías.
La joven de Fridays for Future sostiene que la relación del movimiento con las organizaciones ecologistas ha sido “maravillosa desde el primer momento”. Macías cree que es necesario “entender que un movimiento social sólo triunfa si involucra a todas las capas. Las organizaciones adultas sin nosotros no hubieran conseguido. Y al revés”.
Dos de esas “organizaciones adultas” de las más conocidas en España afrontan en este 2021 sendos procesos de renovación de sus direcciones. Son dos asociaciones con orígenes diferentes y trayectorias asimétricas hasta hace bien poco. Una, Greenpeace, es considerada una suerte de multinacional del ecologismo. Cuenta con millones de socios en todo el mundo que costean con sus aportaciones acciones directas para interponerse físicamente en el camino de las flotas balleneras, por ejemplo. O para interferir con el mítico Rainbow Warrior en las pruebas atómicas que Francia desarrollaba en el Atolón de Mururoa en los años 80 del siglo XX. Antes de conseguirlo, los servicios secretos franceses hundieron el barco en un acto terrorista. Greenpeace se hizo con otro Rainbow Warrior y ya va por el tercero.
La otra es Ecologistas en Acción, un conglomerado de pequeñas asociaciones y movimientos verdes de todo el Estado. Su funcionamiento nada tiene que ver con el de Greenpeace. EaA se articula de forma confederal, de tal forma que cada parte tiene autonomía para desarrollar su actividad, pero se nutren también de la relevancia que tiene la marca a nivel general. Esto le permite, defienden, atender a cuestiones locales, casi mínimas si se analizan desde una óptica macro, sin dejar de prestar atención a las grandes luchas.
“Siempre hemos visto que los problemas sociales y ambientales tienen la misma raíz, con un modelo económico que no respeta, orientado a maximizar beneficios”, explica el coordinador de Ecologistas Luis Rico. “La soluciones tienen que venir de la mano, no hay soluciones a los problemas sociales que obvien los ambientales”, apunta. Y añade un pero: “Tampoco hay solución ambiental sin preocuparse de los problemas sociales”. A esta segunda visión, llevada al extremo, Rico la califica de “ecofascismo”, es decir, “disfrutar de la naturaleza solo unos pocos a costa de otros”.
En esa definición podría haber entrado Greenpeace hace unos años. Pero la organización en España ha dado un profundo giro de un tiempo a esta parte, poniendo el foco no solo en las acciones de denuncia más o menos espectaculares que les llevaba a encaramarse a una central nuclear o a lanzar una pancarta gigante desde un rascacielos. Estos actos les daba notoriedad, permitía aumentar incluso el número de socios.
Uno de los promotores de ese giro ha sido su director saliente, Mario Rodríguez, quien anunció el pasado mes de noviembre su intención de abandonar el cargo tras ocho años en él. La organización inicia así un proceso para contratar a la persona que le debe sustituir y que debería concluir este mes de enero.
Una de sus principales colaboradoras es la directora de Programas, Cecilia Carballo, quien reconoce a elDiario.es que existe “una polarización bastante grande” dentro de las organizaciones ecologistas. “No solo en Greenpeace”, apostilla. Carballo defiende que no se puede separar “la realidad sociopolítica” y que cometerían un error si no se analiza “lo que le ha pasado a España en los últimos 15 o 20 años”. “No se puede separar al movimiento ecologista de lo que ha pasado en otras asociaciones de la sociedad civil”, sostiene.
La dirigente defiende la “politización” de las organizaciones sociales como Greenpeace. “La acción y el cambio social tiene que ir acompañado de una parte política”, apunta. “Las organizaciones tenemos que hacer política, aunque seamos apartidistas”, afirma.
Hay ejemplos recientes de este papel. Greenpeace fue parte activa durante el doble proceso electoral de 2019. Organizó debates sobre medioambiente, uno de ellos en colaboración con elDiario.es, e incluso puso nota a los programas de los diferentes partidos, lo que generó no pocos problemas. Tampoco han estado exenta de polémicas otras dos decisiones que han removido incluso a los propios socios: sendas demandas contra el actual Gobierno, un Gobierno progresista con presencia del PSOE y de Unidas Podemos, teóricos aliados, al menos sobre el papel. Una fue presentada ante el Tribunal Supremo para exigir más acciones contra la emergencia climática. La segunda, ante el Superior de Justicia de Madrid para pedir mayor transparencia en las exportaciones de armas a Arabia Saudí.
“Hay que cambiar es el modelo”
Carballo lo justifica. “Debemos buscar el cambio y la transformación social”, dice. “No creo que las organizaciones de conservación tengan razón de ser per sé. Así no se cambia el mundo. Si no atacamos la raíz de las injusticias globales, es muy difícil”, continúa. “No tiene sentidos conservar recursos si eso genera desigualdades. Y viceversa, como ocurrió en el Brasil de los años 60 y 70 del siglo pasado”, concluye.
Los problemas surgen cuando se toca la identidad de la organización. Y de sus militantes, socios o activistas, según las diferentes denominaciones. “Cuando abrazas o haces tuyas otras causas una parte de tu base social que se resiente desde el punto de vista identitario”, apunta Carballo. “Hay gente que no se siente cómoda en posiciones que tienen que ver con la politización, porque consideran que las asociaciones deben ser solo conservacionistas”, apostilla.
Con todo, la evolución de algunas de las organizaciones es evidente. Luis Rico cree que Ecologistas tiene parte del mérito de dicho cambio. “Hemos hecho un trabajo pedagógico importante”, sostiene, “para que posiciones que hace 20 años eran marginales hoy sean amplias”.
En su opinión, son muchos de los “conservacionistas” tradicionales quienes se han convencido de que hay que ir más allá y poner en duda todo el sistema económico. Rico explica que, por ejemplo, en las últimas décadas se ha extendido y desarrollado la legislación ambiental, hay más espacios naturales, más fondos que nunca. Y, aún así, “los problemas ambientales siguen ahí”. “El problema es sistémico. La gente más conservacionista es la que ha visto que las políticas tradicionales de conservación no son suficientes porque lo que hay que cambiar es el modelo”, zanja el coordinador de Ecologistas.
Lo nuevo frente a lo viejo
A esta conclusión llega también otra de las organizaciones internacionales más prestigiosas y que menos vis política ha tenido históricamente, WWF. En su último Informe Planeta Vivo, concluye: “Las soluciones pasan por cambiar los patrones de producción y consumo de alimentos, detener el cambio de uso del suelo o tomar decisiones políticas y económicas respetando los límites del Planeta”.
Desde Friday for Future también defienden la necesidad de “salir de los marcos” y “construir cosas completamente nuevas”. “La cuestión climática engloba muchos puntos y perspectivas. Es un ciclo y si nos centramos solo en una parte del ciclo, no se salvará esa parte ni las demás”, explica Macías. “La emergencia climática no es solo el cambio climático”, dice, y apunta a la necesidad de repensar “el sistema económico”.
Con todo, desde este movimiento social emergente no arremeten contra las organizaciones que optan por un perfil más conservacionista. En lugar de buscar el antagonismo de otros movimientos, como hizo por ejemplo el 15M con los partidos políticos, en Fridays defienden que cada uno tiene su papel: “Nos permite centrarnos en otra causa, en otras partes del ciclo”.
La posición desde dentro de las organizaciones es diferente. Carballo advierte de resistencias internas a una “pérdida de poder” y defiende que “para que lo nuevo emerja, lo viejo tiene que morir”. “El modelo de las organizaciones no es suficiente para estos tiempos. Las cosas han dado de sí lo que han dado de sí”, zanja.
Carballo apunta a que esos movimientos nuevos, como Fridays o Extinction Rebellion, “hay cuestionamiento al sistema, no solo a la emergencia climática”. “Consumo, industrias, sistemas monopolísticos sobre los que se sustentan las relaciones económicas y financieras, la financiarización del sistema”, enumera. Y vaticina: “Se llevarán por delante una parte de las organizaciones sociales”.
Por eso, explica, Greenpeace a nivel internacional “ha repensado una parte de su interrelación con la sociedad por la aparición de estos movimientos, que de repente conectan más y mejor con determinados sectores que al final son el futuro”.
Rico abunda. En su opinión, estos movimientos donde predominan los jóvenes han “insuflado moral a las organizaciones” y recuerda que la propia Ecologistas en Acción se creó a partir de grupos de gente muy joven en los 70 y los 80. “Es un nuevo ciclo, muy bien acogido”.
Ambas organizaciones afrontan en las próximas semanas un proceso interno con características muy diferentes, pero que definirán el rumbo que eligen para su futuro. Y con él, marcarán una de las sendas por donde transitará el ecologismo en el siglo XXI, tan determinante para el devenir del planeta y del ser humano.
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