¿Cuándo empezó todo? Y ¿qué es todo? La crisis actual del PSOE no tiene precedentes, hasta el punto de que cuando se intenta buscar algún paralelismo, los más viejos del lugar echan mano de cuando Felipe González hizo la espantada en 1979 por su pulso con el partido para retirar el marxismo de sus estatutos.
O, incluso, a cuando en octubre de 1924 Indalecio Prieto dimitió de su puesto en la Comisión Ejecutiva del PSOE en señal de protesta por “la colaboración” del partido con la dictadura de Primo de Rivera a raíz de la entrada de Largo Caballero, miembro también de la Ejecutiva del PSOE, en el Consejo de Estado del régimen.
Que un partido que llegó a los 202 diputados en 1982 y que hoy tiene 85 está pasando por uno de sus peores momentos no es ningún secreto. Pero, ¿de dónde viene? De múltiples orígenes.
Si se recurre al imaginario de política nueva y vieja, pocos partidos como el PSOE quisieron encarnar, a menudo, el espejo de España y el régimen mismo. Hasta tal punto que ha sido el partido que más ha gobernado en todas las instituciones desde la reinstauración democrática. Los dos bandos en guerra, cada vez que tienen un micrófono delante, se apresuran a exhibir las décadas de militancia y, por supuesto, de cargos públicos: la política orgánica e institucional como medio de vida y como valor. La propia Susana Díaz, quien está detrás del golpe contra Sánchez, no ha tenido más empleador que el PSOE y las instituciones.
Además de la institucionalización, para pasar de 202 escaños a 85 en dos décadas indefectiblemente tienen que haber ocurridos endógenos y exógenos.
La gran mayoría absoluta de Felipe González, que se mantuvo 14 años al frente del Gobierno, fue posible porque tanto su partido como su figura representaron en su momento para una mayoría de los votantes el futuro con respecto a la dictadura y la Guerra Civil, la modernidad con respecto a una derecha atrapada por su pasado reciente; la homogeneidad con Europa, de la mano de los socialdemócratas alemanes y franceses encabezados por Willy Brandt y François Mitterrand, y el favor más o menos evidente de EEUU.
Pero ni el PSOE y el González de 1996, cuando fue derrotado por José María Aznar, eran los mismos de 1982.
Luces o sombras
Del mismo modo que para unos González fue quien desarrolló el Estado autonómico y social español, para otros su gestión tuvo menos luces que sombras: el rápido abandono del republicanismo y el rechazo a la OTAN; sus responsabilidades directas o indirectas en la guerra sucia contra ETA –la cal viva– con fondos reservados incluidos durante su mandato y que llevaron a su exministro del Interior José Barrionuevo a la cárcel y la condena a Enrique Rodríguez Galindo; de las escuchas ilegales del entonces CESID –ahora CNI–; del caso Filesa –financiación irregular del PSOE–; de la ley de la patada en la puerta del dimitido José Luis Corcuera; del abrazo a la Europa de Maastricht tan cuestionada ahora; de la fuga y arresto de Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil que fue condenado por malversación de fondos. Y, también, el caso Juan Guerra: tras anunciar González que su destino iría ligado al de su mano derecha, Alfonso Guerra, lo cierto es que lo dejó caer como vicepresidente y vicesecretario general del PSOE en 1991.
González, que este miércoles en una entrevista en la SER se expresaba “decepcionado y engañado por Pedro Sánchez”, sufrió una huelga general en 1988, inauguró las privatizaciones de empresas públicas y, de paso, las puertas giratorias: entre 2010 y 2015 formó parte del Consejo de Administración de Gas Natural Fenosa, donde cobraba 127.000 euros al año, ha colaborado con el magnate mexicano Carlos Slim y es integrante del consejo editorial del diario El País.
La huelga general de 1988 supuso una fractura entre el PSOE de González y su sindicato hermano, la UGT; y fue un reflejo del tipo de partido que defendía aquella dirección, de la que terminó saliendo la supuesta ala más izquierda encarnada en Guerra, y cuyos exponentes en lo económico eran personas de perfil más socialiberal: Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes y Miguel Ángel Fernández Ordóñez, entre otros –estos dos últimos, recuperados por José Luis Rodríguez Zapatero posteriormente–.
Versión descafeinada
La caída del Muro de Berlín, en 1989, tuvo consecuencias políticas en toda Europa, y también en el PSOE, que terminó embelesado por la Tercera Vía abanderada por Tony Blair a principios de los noventa, la versión más descafeinada y liberal de la socialdemocracia.
Hasta tal punto fue así, que las primarias de 1998 encumbraron a José Borrell como reacción, si bien abandonó la carrera electoral por una irregularidad fiscal de dos ex colaboradores suyos en Hacienda –Ernesto Aguiar y José María Huguet– y fue relevado por Joaquín Almunia, secretario general del PSOE y el candidato apadrinado por González y que había perdido las primarias. El resultado electoral en 2000 fue elocuente: mayoría absoluta de Aznar.
El PSOE recuperó el poder en 2004 de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, después del 11M, la guerra de Irak, el Prestige y la mayoría absolutísima de Aznar. Arrancó retirando las tropas de Irak y con una de las legislaciones más audaces en derechos civiles; y terminó saliendo por la puerta de atrás, siete años y medio después, tras aprobar recortes sin precedentes y una reforma exprés en agosto de la Constitución de la mano del PP para reformar el artículo 135 de la Constitución y priorizar así el pago de la deuda sobre los servicios públicos. Zapatero inauguró la receta de la austeridad y el rescate a la banca para afrontar una crisis económica que multiplicaba despidos, índices de desigualdad y desahucios.
El 15M
Al PSOE de un Zapatero de salida le estalló el 15M, un proceso de movilización transversal que aglutinó otros procesos de protesta y sacó otros más a la superficial, y que impugnaba el funcionamiento del sistema: crisis económica, crisis política, corrupción, desigualdad... “Lo llaman democracia y no lo es”; “no nos representan”; “no hay pan para tanto chorizo”...
El 15M de 2011 no tuvo traslación electoral inminente: ni en las autonómicas y municipales ni en las generales de noviembre, en las que Rajoy cosechó una mayoría absoluta de 182 escaños; y el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba tocaba suelo: 110 escaños. Pero sí tres años después, a partir de enero de 2014, cuando nació Podemos y participantes y activistas del 15M y el resto de mareas ciudadanas pasaron del “no me representan” al “sí me representan”. Y Podemos ha comido terreno al PSOE: los 110 escaños de Rubalcaba cayeron con Pedro Sánchez a los 90 del 20D y a los 85 del 26J. Desde 2008, el PSOE ha perdido seis millones de votos, más de la mitad. Han comido terreno Podemos, las confluencias y las candidaturas municipalistas por representar lo nuevo, por usar una nueva gramática política, porque llegaron sin casos de corrupción ni contradicciones, por conectar con la sociedad que se había movilizado, también la catalana que pide el derecho a decidir –asunto que digiere muy mal el PSOE–.
Golpe de Susana Díaz
Y así, batalla a batalla, hasta la guerra total de estos días entre dos bandos aliados en 2014 para hacer secretario general del PSOE a Pedro Sánchez y que ahora están divididos, hasta tal punto de que cada uno de los bandos no reconoce la legitimidad del otro.
Los rivales internos de Sánchez no son pocos. No se recuerda un secretario general del PSOE que en tan poco tiempo se haya ganado tantos enemigos internos tan poderosos. Ha logrado poner de acuerdo a Eduardo Madina con Susana Díaz, a Alfredo Pérez Rubalcaba con Carme Chacón, a Felipe González con José Luis Rodríguez Zapatero, a seis de los siete presidentes autonómicos socialistas. Todos ellos, como González esta semana, argumentan frente a Sánchez una larga lista de supuestas traiciones e incumplimientos de la palabra dada. Y Zapatero, además, le reprocha que Sánchez haya renegado de la reforma del artículo 135.
Este lunes, Pedro Sánchez lanzó un órdago –convocar un Congreso en diciembre con primarias en octubre y apuesta por un gobierno alternativo a Rajoy– y el miércoles le respondía González llamándole mentiroso. A continuación, Sánchez, en una entrevista en eldiario.es afirmaba: “Felipe González está en el bando de la abstención. Me gustaría saber en cuál está Susana Díaz”. El no a Rajoy es el marco en el que quiere desenvolverse Sánchez, dejando en el bando contrario a “los de la abstención”, a los que emplaza a manifestarlo públicamente. Sánchez busca un eje izquierda-derecha en la batalla interna, si bien toda batalla interna en un partido muchas veces tiene más de ambición personal y de lucha de poder que de diferencias políticas.
Horas después, a las 17.30, un enviado de Susana Díaz, Antonio Pradas, presentaba 17 dimisiones de la Ejecutiva y afirmaba que la dirección del PSOE de Pedro Sánchez carecía de legitimidad.