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ENTREVISTA
José Antonio Zarzalejos

“Hay una pérdida grave de reputación de la Corona que sufre Felipe VI por culpa de su padre”

José Antonio Zarzalejos, autor del libro 'Felipe VI. Un rey en la adversidad'.

Iñigo Sáenz de Ugarte

13 de febrero de 2021 21:56 h

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José Antonio Zarzalejos fue de los primeros periodistas en lanzar en público la idea de la abdicación de Juan Carlos I para poner fin a una época plagada de escándalos en sus últimos años. Muchos calificaron esa idea de absurda, también desde el diario ABC que él había dirigido años atrás. Esos fieles cortesanos se apresuraron a elogiarla cuando se produjo. Más tarde, se vio que llegaba demasiado tarde y que había puesto a Felipe VI bajo una sombra de la que iba a serle muy difícil desprenderse. Entre otras cosas, por la persistencia de una “cohabitación” que ha perjudicado claramente a la monarquía.

En el libro 'Felipe VI. Un rey en la adversidad', publicado por la editorial Planeta, Zarzalejos traza un retrato de esos seis años de reinado en circunstancias muy difíciles. Hace un análisis extremadamente severo de la conducta del anterior monarca –“nos traicionó a todos. Y traicionó a su hijo”–, y no sólo por la posesión de una fortuna ilegal en el extranjero. Hasta se refiere a su “pulsión sexual no controlada”. Elogia a Felipe VI, pero admite que la Casa del Rey ha cambiado muy poco desde la época de Juan Carlos I. Aspira a que le sea más sencillo hacerlo cuando pase la tormenta.

El libro empieza fuerte. En la página 28, escribe que “el peor adversario del rey Felipe VI ha sido y sigue siendo su padre”. ¿En qué medida el rey Juan Carlos ha sido el peor adversario de su hijo?

En la medida en que no ha asumido que el rey es rey íntegramente, es decir, hay una unión hipostática entre su vertiente pública y privada, de tal manera que las virtudes privadas del rey son sus virtudes públicas. Sus defectos privados son también sus defectos públicos. Una magistratura que se transmite por herencia es muy exigente en la democracia. ¿Por qué? Porque su sentido en una democracia es la funcionalidad para el servicio a los intereses del Estado y de los ciudadanos, y en constituir una referencia de valores cívicos y democráticos. Si realmente el jefe del Estado no cumple esa funcionalidad, está desestabilizando al conjunto del sistema. Y, por otra parte, está transmitiendo la jefatura del Estado en unas condiciones de pérdida grave de reputación que sufre el heredero de la Corona.

Además, dice que sigue siendo un adversario en estos momentos.

Y sigue siéndolo.

Por ejemplo, en el último año, cuando usted ha escrito el libro, ¿qué ha hecho Juan Carlos de Borbón para seguir perjudicando al rey Felipe?

La regularización fiscal se produce este año cuando él está expatriado. Eso quiere decir que durante los años 16, 17 y 18, no amparado por la inviolabilidad y cuando está vigente para la familia (del rey) el código de conducta en relación a donaciones, herencias, préstamos y premios dinerarios, el padre lo ha incumplido de forma flagrante. De forma tan flagrante que ha podido incurrir en un delito fiscal que ha quedado enervado por una regularización fiscal voluntaria, por un importe de 678.000 euros. Por lo tanto, es evidente que continúa el deterioro por las conductas de don Juan Carlos. Pero es que hay más. No terminará hasta que concluyan los tres procedimientos indagatorios prejudiciales que en este momento están en tramitación por la Fiscalía ante el Tribunal Supremo. Simplemente, el horizonte de una pendencia judicial ya perjudica claramente a su hijo.

La abdicación se hizo para salvar a la monarquía. Usted escribió antes que era necesario tomar esa medida. En unas declaraciones para el primer número de la revista de este diario en 2013 ya pensaba que la monarquía podía llegar a estar en peligro en España si no se paraban esas conductas de Juan Carlos, si no se abría un nuevo capítulo.

Claro. Por eso, abdicó.

Lo que pasa es que no se ha cumplido ese propósito. Usted escribe en el libro que la abdicación fracasó. No fue el cortafuegos que se buscaba.

Yo digo que resultó en parte fallida, porque las abdicaciones en las monarquías deben ser radicales. Cuando se abdica, se renuncia a la presencia pública. El rey Juan Carlos, en primer lugar, se autoconcede los honores con el título de rey y el tratamiento de majestad y no deja que lo haga su hijo.

En segundo lugar, el rey sigue manteniendo su residencia en la Zarzuela. La residencia de la Zarzuela es oficial del jefe del Estado y es un bien de Patrimonio Nacional. Lo razonable, lo que se hace en todas las monarquías, es que la residencia del jefe del Estado sea la residencia del jefe del Estado y de su familia. Por eso la reina de los Países Bajos cuando abdica se va del palacio oficial. Por eso, el rey de Bélgica cuando abdica se va también del palacio oficial. No solamente eso, sino que se crea una secretaría personal en la Casa del Rey, de la que se pone al frente a Alfonso Sanz Portolés. No sólo eso, sino que se le asigna una agenda de representación pública muy amplia. El rey (Juan Carlos) entre junio de 2014 y junio 2019 tiene hasta cien actos de representación de la Casa Real.

Todo esto es disfuncional, es atípico y es lo que no debió producirse. La abdicación implicaba la invisibilización del rey abdicado para favorecer el foco político institucional y social sobre el nuevo titular de la Corona. Y ahí hubo un período de cohabitación de junio del 14 a junio del 19 que estuvo muy mal gestionado.

En el comienzo del primer capítulo, figura una cita de Alfonso X el Sabio que dice que “los que dejan al rey errar a sabiendas merecen pena como traidores”. ¿Cuántos traidores ha habido en las filas de los partidarios de la monarquía en España que han hecho posible esta situación?

Yo creo que hay una responsabilidad no solamente de monárquicos, también de no monárquicos. Juan Carlos I ha gobernado mucho más con el partido socialista que con el Partido Popular. Aquí se produjo una excepcionalidad. La excepcionalidad de que era el rey fundacional de la democracia. La excepcionalidad de que en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero tuvo un comportamiento que rescató la democracia en España. La de que España tuvo con él una proyección internacional importante. Entonces, ¿qué ocurre? Que esas figuras que son carismáticas, que son fundacionales, tienen controles demasiado holgados. Y esta holgura en el control que tuvo el rey, en vez de ser riguroso consigo mismo, pues la malentendió con conductas que fueron absolutamente rechazables.

Usted fue director de ABC, el diario monárquico por antonomasia, durante varios años. ¿Se planteó en algún momento que la cobertura periodística de la monarquía en su propio medio o en otros debía ser distinta o en ese momento no pensaba que eso fuera un problema?

Yo estuve de director entre 1999 y 2004 y entre diciembre de 2005 y febrero de 2008. Yo empecé a tener noticias del caso Nóos, pero muy en nebulosa. No tengo conciencia de haber actuado incorrectamente en relación con la información que yo tenía, la información solvente y veraz, en relación a la monarquía. Es más, me parece extraordinariamente peligrosa una operación, una narrativa que se está imponiendo, según la cual las obligaciones morales y éticas del rey Juan Carlos las teníamos que haber vigilado los medios de comunicación. Eso nos convierte en chivos expiatorios. Lo cual es muy cómodo para determinada clase política que no asume sus responsabilidades y sobre todo para una clase empresarial que tampoco las ha asumido. Y diré más, y seré absolutamente claro, para los propietarios de los medios de comunicación. Es muy cómodo hacer recaer sobre los directores, sobre los redactores o los responsables de redacción, lo que ellos no supieron o no quisieron hacer.

Ocurre también que cuando la responsabilidad es de todos, al final no es de nadie.

Exactamente, cuando todos somos culpables, que es lo que se está tratando de hacer con el tema del rey emérito, es que nadie es culpable. Ahora resulta que si la prensa hubiese dicho o el presidente del Gobierno hubiese hecho... resulta que no habría ocurrido lo que ocurrió. No, no, lo que ocurrió, ocurrió porque lo hizo Juan Carlos de Borbón y Borbón. ¿Que debíamos haberlo evitado colectiva e institucionalmente? Es posible. ¿Que faltaron controles? Es posible. ¿Que fuimos ingenuos como sociedad, que no funcionaron correctamente los contrapesos, los controles? También es cierto, ¿pero es que eso resta responsabilidad al jefe del Estado o se están buscando chivos expiatorios para exculparle de sus responsabilidades?

Oiga, que los españoles no han tenido una relación con Corinna Larsen, que quien la tuvo fue el rey. Oiga, que ningún español ha recibido 100 millones de dólares de Arabia Saudí, que los españoles normales y corrientes no tenemos estructuras financieras en el extranjero para opacar al fisco nuestros ingresos, que eso lo hizo el rey. Si socializamos las culpas del rey, estamos absolviéndolo, y eso sería un gravísimo error. No ya para la sociedad española y la comunidad política. Sería un error para la propia Corona y para su hijo, y por eso su hijo actúa correctamente al individualizar en el padre la culpa, la responsabilidad de sus propios actos.

En el libro define en tres palabras la actitud del anterior rey: avaricia, promiscuidad y prepotencia. ¿Cuál es la peor?

Son tres actitudes distintas. La promiscuidad tiene que ver con una pulsión sexual no controlada. La avaricia tiene que ver con el hecho de poseer sin tener un criterio de sensatez, de mesura. Y la última, es prevalerse de una condición de inmunidad para lograr la impunidad. Y precisamente el que es inmune tiene que tener un extraordinario cuidado en no caer en conductas que queden impunes.

Sobre Felipe VI, en el libro usted muestra una gran confianza en sus características personales, pero también un cierto pesimismo sobre cómo podrá afrontar las dificultades actuales. Ante eso, la Casa del Rey debería buscar nuevas soluciones para una nueva situación. En el libro se apuntan una serie de cambios.

Sutilmente.

Sí, no le está dando órdenes. Pero por ejemplo, en el tema del secretismo y de abrirse a la sociedad, ahí la Casa del Rey ha cambiado muy poco desde la época de Juan Carlos I. ¿No cree que es un grave error?

Sí. El problema es que no se ha producido una disrupción mayor entre la gestión de la jefatura del Estado con Juan Carlos I y la gestión con Felipe VI, aunque se han producido algunas decisiones de cambio muy importantes. Hay una que relato en el libro que es la incorporación a la profesionalización de la Casa del Rey con funcionarios de la Administración General del Estado. Pero no se ha producido esa disrupción que creo que el rey podría estar deseando. Habría que ver también en qué circunstancias se han producido los seis años de reinado del rey. Yo lo he definido como un tsunami. Este hombre no ha tenido un momento valle para poder hacer determinadas cosas que él quiere hacer.

Pero, por ejemplo, introduzco en el libro un anexo documental en el que reproduzco el código de conducta que exige a todas las personas que trabajan en la Casa del Rey, lo cual es muy importante. No existía antes. Lo mismo que se establecen una serie de criterios de probidad para los miembros de la familia real. Realmente yo creo que en el futuro se producirá esa disrupción, pero es necesario que pase este tsunami en el que está metida la Corona.

Por dar un ejemplo concreto, la Casa Real tarda un año, desde que recibe las cartas de un bufete británico sobre una fundación creada por Juan Carlos en el extranjero de la que es beneficiario el actual rey, para comunicar la noticia y las medidas que se han tomado al respecto. Es inexplicable. ¿Cree que pensaban mantenerlo en secreto más tiempo?

Ese es un episodio que tiene claroscuros. Ahí estoy totalmente de acuerdo. Hay claroscuros, pero déjeme que le haga algunas consideraciones. Primero, se reciben dos cartas, el 5 y el 18 de marzo de 2019. Lo primero que hace el jefe de la Casa es trasladarlas a lo que él llama autoridades competentes, que es la Presidencia del Gobierno. Lo que tiene que hacer el jefe de la Casa es adverar que la información que recibe es cierta. La advera, la autentifica. El segundo paso es preservar al rey de cualquier contaminación, y en el mes de abril, en un acto notarial, él renuncia, simbólicamente porque no tiene ningún derecho todavía, a lo que le podría corresponder a él o a su hija de esos fondos que no fuesen legales. En tercer lugar, en junio le retira de la agenda pública. El rey (Juan Carlos) en junio del 19 se retira, y no es una retirada que él quiera. Es una retirada que su hijo le induce.

Hay que tener en cuenta una cosa muy importante que es de naturaleza puramente humana. El rey es operado en agosto de 2019 de un problema cardíaco gravísimo, a corazón abierto y con implantación de varios bypass. La salud del padre del rey es un elemento determinante. Al margen de este itinerario, quizá hubiese sido más razonable haber sido proactivo y haber planteado la situación en términos de opinión pública en un momento muy anterior a la filtración que se produjo el 15 de marzo de 2020 en el Sunday Telegraph. Parece que se confesó todo a rebufo de esa filtración. Yo creo que uno de los problemas que tiene la Casa del Rey, pero en este caso también el Gobierno, es que tienen unos ritmos que no son los adecuados en ocasiones, y en este caso claramente no fueron adecuados.

En relación al destierro, aunque no es una pena que esté en el Código Penal, pero es una forma lógica de describir su salida del país, usted afirma que es una decisión que se toma a iniciativa de la Casa del Rey. ¿No hubo interferencias políticas?

De lo que estoy seguro es que esa decisión solamente la puede tomar el rey con el aval del presidente del Gobierno, y después con la conformidad, porque no le queda más remedio, de Juan Carlos I. No tenía otra alternativa. Pero en una monarquía parlamentaria, una decisión de esa envergadura tiene que hacerse al alimón entre el rey y el jefe de su Casa y el presidente del Gobierno. Esto es una monarquía parlamentaria. Esa decisión tiene tal envergadura política, tal simbolismo, y no se puede hacer al margen del Gobierno. Por otra parte, es imposible hacerlo al margen del Gobierno, porque del Gobierno depende la seguridad del rey emérito. Por lo tanto, tuvo que proveerle de una escolta que le acompañó a su destino y que ahora todavía se releva, y además dispone de un ayudante personal.

Pedro Sánchez hizo una valoración con mucho cuidado de lo que se sabía de la conducta del anterior rey y fue muy criticado por la derecha. Por lo que se lee en el libro, en los momentos más difíciles el presidente del Gobierno ha apoyado la posición de la Casa del Rey.

Rotundamente, sí.

¿En qué sentido apoya a la monarquía que la oposición de derechas critique siempre al Gobierno cuando sale el asunto de la conducta de Juan Carlos I?

Vamos a ver, lo mismo que no hay una sola derecha, no hay una sola izquierda. Una de las cosas que no termino de entender es que la derecha critique al partido socialista y al presidente del Gobierno en relación a la monarquía, porque la monarquía en España depende tanto de una derecha homologable como del partido socialista. Avanzaré más. El contrafuerte esencial de la monarquía en España es un partido socialista que adopte la doctrina que expuso Alfredo Pérez Rubalcaba en el debate de la ley de abdicación. Me parece que hizo un discurso magistral que establece la compatibilidad entre la monarquía parlamentaria y la izquierda socialista que fue antifranquista. Por otra parte, la convivencia pacífica de la izquierda con las monarquías parlamentarias se da con los gobiernos laboristas en el Reino Unido o con los gobiernos socialdemócratas en Suecia, por poner dos ejemplos.

¿Cree que es muy difícil que Juan Carlos de Borbón pueda volver a España?

En la situación actual, yo defino que el extrañamiento del rey es indefinido, pero no necesariamente definitivo. Lo que constato es que hasta el momento no hay un plan de contingencia para que regrese. Para eso, tiene que dilucidarse antes la investigación indagatoria prejudicial del ministerio fiscal.

Usted considera que el discurso del rey del 3 de octubre de 2017 fue un acierto. Pero con independencia de que se esté de acuerdo o no con su contenido, ¿no cree que fue un momento en el que Felipe VI asumió un alto riesgo, ya que en Europa occidental la monarquía sólo puede sobrevivir si es políticamente neutral?

Es que era neutral. La monarquía solamente puede dejar de ser neutral en un tema: la defensa de la democracia y la Constitución. En su defensa, el rey no puede ser neutral, tiene que ser beligerantemente defensor de ambas.

En su discurso, el rey adopta las líneas generales del discurso del PP y de Ciudadanos sobre Cataluña y la respuesta al desafío independentista. No las de Unidas Podemos. Y no quiso hacer referencias claras a favor del diálogo, como en ese momento pedía el PSOE.

La referencia a Unidas Podemos no me vale, porque es una fuerza política que es hostil a la Constitución. Quiere cambiar los elementos fundamentales de la Constitución, que son la monarquía parlamentaria, el Estado de derechos y libertades, y el modelo territorial, que es el autonómico. En cuanto al contenido del discurso, no me parece que sea coincidente con el del PP o de Ciudadanos. Me parece que es una defensa enérgica de la legalidad constitucional y estatutaria.

Ante el fracaso ostensible de la gestión del Gobierno del Partido Popular en la crisis de Cataluña y concretamente en la gestión del referéndum ilegal del 1 de octubre, después de que hubiese entrado en shock el presidente del Gobierno y haberse confundido absolutamente en todas sus predicciones, el rey hizo uso de su poder constitucional de reserva o de emergencia y, como símbolo de la unidad e integridad del Estado, hizo ese discurso. No es del todo cierto que no atendiese a lo que le pidió Pedro Sánchez. Sánchez le dijo que hiciese un llamamiento al diálogo y el rey consideró que no era procedente la palabra diálogo, cuando se ha vulnerado la legalidad constitucional, pero sí atendió al espíritu de la petición de Pedro Sánchez haciendo una alusión a que la Corona y el rey estaban a disposición del entendimiento y la conciliación.

No sabemos cómo va a terminar la investigación de la Fiscalía del Tribunal Supremo. No hay que ser muy escéptico para saber que es muy difícil que termine en una querella. Con independencia de cómo acabe, ¿cree que el rey Felipe debería hacer algún tipo de reconocimiento público del daño causado por su padre a la monarquía y al sistema democrático?

Sí, tiene que haber una catarsis, una fórmula catártica de poner punto final, pero para eso nos queda un tiempo. Lo que nos queda es saber qué se deduce de esa investigación indagatoria prejudicial. Cuando tengamos todos los datos encima de la mesa, supongo que tendrá que haber una reacción por parte de la Casa del Rey y del propio monarca, y establecer algún mecanismo catártico, que puede ser una intervención pública, una entrevista, unos gestos. En este momento no se me ocurre qué. Pero sí, alguna fórmula catártica.

Incluso aunque el caso quede sobreseído.

Sí, aunque quede sobreseído. Porque al menos una parte estará sobreseída, porque está amparada por la inviolabilidad y la prescripción. No sabemos si hay algo que no esté amparado por la prescripción o la inviolabilidad que sea perseguible. Pero incluso en el caso de que eso no sea perseguible, algún mecanismo de catarsis sí sería conveniente. ¿Cuál? No lo sé, pero supongo que el rey, su Casa, el propio Gobierno lo tendrán en cuenta.

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