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España, la antiespaña, la bandera y la importancia de los símbolos en política

Cabecera de la manifestación de este domingo en Barcelona por la unidad de España.

Andrés Gil

“La bandera de España es tan del PSOE como del resto”. Ésta fue la explicación de Pedro Sánchez cuando proyectó una rojigualda gigante en el acto de su proclamación como candidato a la presidencia del Gobierno en el 20D: “No decimos que esa bandera no pueda pertenecer y sentirse por parte de otras opciones ideológicas, pero que es tan nuestra como del resto”, aseguró Sánchez en declaraciones a la Cadena SER.

El gesto de Sánchez fue interpretado como un símbolo de moderación, institucionalidad, incluso de viraje al centro político, porque con la bandera rojigualda siempre se ha sentido más cómoda la derecha que la izquierda.

Los principales dirigentes de Podemos, incluido Pablo Iglesias, a menudo han reivindicado que “no se podía regalar a la derecha” los conceptos ni los símbolos de la patria y de España. El propio Rafael Mayoral juró como diputado en enero de 2016 con un “viva España, viva el pueblo, vivan los trabajadores”, y con frecuencia denuncian el “patriotismo de pulserita de quienes pagan sus impuestos en Suiza” frente “al patriotismo de los pequeños empresarios y autónomos” o el “patriotismo plurinacional” como proyecto de país. Iglesias, en un acto el 23 de septiembre en Alcorcón (Madrid), proclamó: “Visca Catalunya, viva España”.

Pero a medida que se enciende la crisis como la que se está viviendo con Catalunya, se va evidenciando que el PP y Ciudadanos se muestran mucho más cómodos al abrigo de la rojigualda que el resto. ¿Por qué?

Seguramente uno de los elementos fundamentales para aquellos que no tienen una nacionalidad histórica –Catalunya, Euskadi, Galicia, Andalucía– tiene que ver con que la bandera republicana era tricolor. La franja morada que se incluyó en 1931 respondía a la idea de incluir el morado de los comuneros de Castilla. Cuando en 1939 Franco se subleva contra la República hace suya la bandera rojigualda frente a la tricolor.

A partir de ahí, la rojigualda fue la bandera de la dictadura –aunque la tricolor sólo fuera bandera del país durante la Segunda República– y sus herederos políticos más o menos directos; y la tricolor, la de los defensores de la legalidad democrática republicana, los perdedores de la Guerra Civil y sus sucesores.

La bandera constitucional de 1978 cambia el escudo del águila franquista, pero mantiene los mismos colores. Es decir, que aunque cuenta con el visto bueno del PCE y el PSOE en la Transición, no rompe el hilo simbólico con la dictadura, una dictadura que utilizó la bandera como uno de los símbolos para definir qué era España y qué era la antiespaña, término que nace a finales del XIX en el enfrentamiento entre los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza y los reaccionarios, casticistas y neocatólicos de Marcelino Menéndez y Pelayo.

Así, el concepto de España, además de la rojigualda, representaba una sola patria grande y libre –mitificación mediante de los Reyes Católicos y la Monarquía Hispánica–; frente a la antiespaña amiga de los Estatutos de autonomía y de la conspiración soviética y judeomasónica; la del castellano como idioma único, frente a las diversidad lingüística; la católica y la del palio para el caudillo, frente a la laica y “quema iglesias”; la homófoba frente a la que reconoce la diversidad sexual; la de la sección femenina frente a la que aprueba el voto femenino y el aborto.

Y durante un tiempo funcionó, al menos durante el franquismo: la dictadura logró identificar al bando republicano, derrotado, represaliado y exiliado con una antiespaña atea que legisló contra la Iglesia –“España ha dejado de ser católica”, proclamó Manuel Azaña de forma más declarativa que real–; con una España “rota por los separatismos”;  “roja” por auge obrerista, socialista, comunista y anarquista; entregada a la Unión Soviética –el célebre mito del oro de Moscú–; vinculada al afrancesamiento de la Guerra de Independencia.

De esa España y de esa antiespaña, cada una con su bandera, quedan unas heridas simbólicas que permanecen a día de hoy. No en vano, el golpe franquista se llamó Alzamiento Nacional; la Guerra Civil que desató se bautizó como Cruzada Nacional; y el régimen dictatorial de partido único; Movimiento Nacional.

Así, durante décadas, toda la visión monolítica de España ha llevado consigo que todo aquello que no encaje con esa idea concreta de España, se convierta automáticamente en la antiespaña.

El valor de los símbolos y las banderas es más relacional que intrínsico. Es decir, valen en tanto y cuanto se inscriben en relaciones sociales e imaginarias, y siempre arrastran una historia.

Aunque los que se sientan cómodos con la rojigualda puedan argumentar que los colores son los mismos que los colores de la I República y que por lo tanto no fue invención de Franco, lo cierto es que son símbolos y colores lastrados por la historia reciente de España, lo cual imposibilita que sean acogidos del mismo modo que lo hace la bandera francesa entre los franceses. Y eso tiene otra consecuencia: que los españoles se sienten cada vez menos identificados con los demás españoles, y que la sociedad española es una sociedad con una menor identidad colectiva, según constata un estudio reciente del Real Instituto Elcano.

Además, un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos sobre un informe de resultados del X Estudio del CIS Defensa Nacional y Fuerzas Armadas, afirma que sólo un 16,3% estaría dispuesto a defender España voluntariamente “si fuera atacada”.

Incluso se ha usado la bandera de España en las manifestaciones contra el aborto, contra el matrimonio igualitario y ahora con la crisis catalana, lo cual evidencia que aun siendo la bandera del país, no todos los ciudadanos de ese país, en pleno 2017, se sienten representados o cómodos con ella, porque aún queda el peso histórico de una idea de España asociada a esa bandera –por apropiación discutible– que niega la diferencia, la diversidad y la pluralidad.

¿Y cómo se puede hacer para que haya símbolos y banderas de esa España que ni siquiera se referencia en la tricolor y se manifiesta de blanco para pedir diálogo para Catalunya? Sin símbolos, canciones y bandera es difícil hacer política. ¿Se inventarán nuevos símbolos, canciones y banderas?

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