La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

España entra en campaña con los dos bloques empatados y el riesgo de un nuevo bloqueo

Noche de Halloween. Las casas decoradas, los niños disfrazados, los fantasmas, las tumbas, los vampiros, las telarañas, las calabazas... Y una nueva campaña electoral, que también tiene algo de susto o muerte para sus protagonistas. Al menos será más corta. Ocho días y un único debate entre los cinco principales candidatos que esta vez tendrán, por cuestión de tiempo, menos presencia territorial y mayor participación en todo tipo de formatos televisivos. Los españoles votan por segunda vez en seis meses y no parece que España vaya a salir de su laberinto porque no se atisba en el escenario que proyectan los sondeos una mayoría clara. Ni a izquierda ni a derecha. Entraríamos en ese caso en la cronificación del bloqueo, tras cuatro años y otras tantas elecciones generales.

La crisis catalana se ha recrudecido porque no hay día sin disturbios, contenedores quemados o altercados desde que se conoció la sentencia del procés que condenó a penas de prisión de hasta 13 años a sus líderes. Una minoría violenta se ha colado en el independentismo y ha convertido el necesario diálogo político en una quimera. Con la derecha nunca hubo manera y Sánchez ha decidido no contestar el teléfono al president de la Generalitat mientras no se desmarque claramente de la violencia y apoye a las Fuerzas Cuerpos de Seguridad del Estado.

La escena de ambos en el sofá de La Moncloa forma parte de un pasado que las tres derechas barruntan que volverá en cuanto pase lo que creen una teatralización táctica de Sánchez ante el 10N; y la izquierda, que no se repetirá mientras Torra siga en el Palau y se dedique más al activismo que a la política.

Más allá del laberinto catalán suena una música de fondo con dos acordes: la desaceleración económica y el franquismo que, en contra de los cálculos del PSOE, ha dado oxígeno en las encuestas a la ultraderecha de Vox. Abascal no sólo se consolida en el marco del multipartidismo, sino que puede convertirse en tercera fuerza política porque araña votos y se contonea también al son de una Catalunya inflamada e ingobernada por un independentismo dividido y contra el que el PP no puede elevar mucho la voz. Al fin y a la postre, fue durante su gobierno cuando se celebraran dos referendos ilegales, se declaró una independencia imaginaria y Puigdemont se fugó a Bélgica.

De momento, aquí y ahora arranca una campaña electoral que nunca debió existir. Pero el azar, la falta de entendimiento entre las izquierdas y la negativa de Pedro Sánchez a depender del mismo independentismo que lo llevó a La Moncloa han hecho que coincidiera con “la noche de las brujas”, una tradición centenaria cuyos orígenes se pierden en el tiempo y se mezclan con un poco de religión, algo de paganismo y mucho miedo. Tanto como el que recorre en este arranque de campaña la sede de los socialistas. Aspiraban con la convoctoria a una mayoría más amplia que no le dan, de momento, las empresas demoscópicas. Excepción claro está del CIS.

Su presidente, José Féliz Tezanos, siempre tiene un método de cálculo a mano para que arrase el PSOE. Si no es la intención, es la estimación y si no, una fórmula imaginativa. Esta vez augura una horquilla de entre 130 y 150 escaños. Ahí es nada. Ni los propios se creen los datos. Subir media docena de escaños hasta rozar si acaso los 130 sería una fiesta, aunque en realidad no es tanto el número como la suma global de la izquierda. El lunes los trackings que maneja la dirección del PSOE daban un máximo de 123 diputados y el ambiente en Ferraz era de cierto alivio.

Si Sánchez no logra que el bloque de izquierdas se imponga con claridad, lo tiene complicado. Y más si no logra sacar de la ecuación de la gobernabilidad a ERC. En ese caso, la gobernabilidad sólo tendría dos caminos, y ninguno bueno para el PSOE. Uno, volver a la mayoría de la moción de censura, algo que Sánchez se ha hartado de repetir que no haría bajo ninguna circunstancia en un momento en el que el desafío independentista vuelve al centro del debate. Y dos, ser investido con la abstención de la derecha, lo que llevaría a una nueva Legislatura de inestabilidad y geometría variable en la que aprobar unos Presupuestos sería una quimera, ya no digamos echar abajo la reforma laboral del PP o la ley mordaza.

Si Halloween era un ritual celta que rendía tributo al 'Rey de los muertos', Sánchez busca convertirse el 10N en el rey de los vivos aunque el 10N tenga que elegir entre susto o muerte. Experiencia tiene en desafiar encuestas, en sostener discursivamente una cosa y la contraria, pero la clave es que pueda “reinar”. Para el cómo ya encontrará justificación. De momento, arranca dispuesto a movilizar dos grandes bolsas de indecisos: la de los progresistas enfadados por la repetición electoral que aún no han decidido si ir de nuevo a votar y la de quienes votaron a Ciudadanos el 28A y no ven hoy en Rivera una opción seria y creíble, pero no están dispuestos a pasarse a Vox.

El candidato del PSOE se presenta como garantía de gobierno estable y única opción de voto contra el desbloqueo. En su Comité Electoral admiten que ni la gestión de la crisis catalana ni la exhumación de los restos de Franco, en contra de lo previsto en el planteamiento inicial de campaña, les ha hecho crecer en las encuestas, pero sí presentarse ante el electorado como un Gobierno que ha actuado desde la firmeza y la proporcionalidad contra los disturbios provocados por una minoría independentista frente a un PP al que hacen responsable de la crisis territorial de los últimos años. “Votar derecha -advierten- es echar más gasolina al fuego del independentismo”.

Su campaña se moverá entre el miedo a la derecha y el voto útil contra Unidas Podemos y Más País. Al primero, por considerar que es la voz del independentismo más allá de Cataluña y al segundo porque, después de usarlo de ariete para debilitar a Pablo Iglesias, se han dado cuenta de que es un voto fallido en tanto en cuanto debilita las opciones del PSOE en aquellas provincias donde no tiene posibilidad de obtener representación, pero sí de restar a los socialistas. Del amor al odio hay solo unos pasos y Sánchez ya los ha dado contra el ex número dos de Iglesias.

Pablo Casado, por su parte, puede superar el 20% de los votos, pero no está claro que sobrepase los 100 diputados que le otorgan algunas encuestas porque la crisis catalana y la exhumación de los restos de Franco han consolidado al partido de Abascal hasta el punto de que algunas empresas le pronostican hasta 50 escaños. Todo lo que pierde Ciudadanos, cuya fidelidad de voto a una semana de las elecciones está por debajo del 50%, lo arañan el PP, Vox y en un ínfimo porcentaje el PSOE.

Lo que nadie cuestiona ya es el hundimiento de un Albert Rivera que la misma noche del 10N se enfrentará, probablemente, al debate sobre la continuidad de su liderazgo. Ya hay algunos movimientos y varios dirigentes que barruntan si dar la batalla o no del relevo. Unos para hacerlo de forma ordenada y acordada con el propio Rivera y otros, directamente al asalto después de que el líder de Ciudadanos haya dilapidado en menos de un año las señas de identidad de un partido liberal, moderado y regenerador por su obsesión contra Pedro Sánchez y su aversión a acodar con los socialistas.

Pese a todo, en su Comité Electoral se sienten con fuerza para movilizar al votante “moderado, centrado, no marcado ideológicamente y con tentaciones de quedarse en casa” y echarán el resto en el debate a cinco organizado por la Academia de Televisión del día 4, ya que, según sus postelectorales el 50%, del voto que sumaron el 28A fue decidido la última semana de campaña y como consecuencia del papel que Albert Rivera jugó en los debates televisados. Catalunya y el independentismo serán el centro de su campaña sin perder de vista la situación de debilidad por la que atraviesa la economía y cuyas consecuencias volverán a recaer sobre las familias con menos recursos. ¿Creer en las encuestas? “Nunca. Estamos acostumbrados a que nos den muy por debajo de los resultados reales”. Pues esta vez las hay que mantienen a Rivera con respiración asistida para no ofrecer con demasiada crudeza la hemorragia que anticipan los datos y mantiene en alerta a los dirigentes de Ciudadanos.

Nada que ver con los datos que se van conociendo sobre Unidas Podemos, que aguanta mucho mejor de lo pronosticado y, sobre todo, buscado por Sánchez con la segunda convocatoria. La campaña y el debate puede incluso propulsar a un Pablo Iglesias al que el PSOE pretendía debilitar para abaratar su apoyo en el siguiente debate de investidura. Una opción que, sea cual sea el resultado, no contempla Iglesias, que no solo aspira a mantener su suelo electoral de -dos escaños arriba o abajo de los 42 escaños del 28A-, sino a entrar en un gobierno progresista y enterrar definitivamente el pulso con Iñigo Errejón por el liderazgo de la izquierda alternativa al PSOE. ¿Su campaña? Desaceleración económica y una posible alianza entre PSOE y PP que el propio Sánchez no ha entrado a desmentir.

Hagan sus apuestas, que hasta el 10N todo es especulación. De momento, lo único que se sabe es que el voto por correo ha disminuido un 30% respecto al 28A. Esa noche, la del 10N, el resultado dirá si España es capaz o no de salir de su propio laberinto y si el bloqueo se perpetúa. Todo depende de esta campaña que arranca en la “noche de las brujas” y en la que escucharemos muchas llamadas a la participación. De ella depende el resultado. De ahí que el PP se haya estrenado en una campaña de intoxicación contra el PSOE e Unidas Podemos, suplantando a partidarios de Iñigo Errejón, al más puro estilo de las que llevaron al desastre del Brexit o a las victorias de Trump o Bolsonaro. El juego sucio que no falte. Si no esto no sería una campaña. Lo curioso es que casi siempre empiezan por el mismo lado. ¿Y la Junta Electoral ya ha dicho algo?