CRÓNICA

La España plural de la Eurocopa y por qué hay muchas formas de ser español

15 de julio de 2024 22:23 h

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La victoria tiene cien padres o mejor 47 millones aunque hayan sido 26 los jugadores que se batieron en el campo y ganaron la cuarta Eurocopa de España. Esta competición ha ofrecido a los aficionados –a la prensa deportiva le costó más entenderlo– la idea de que las divisiones políticas y sociales pueden ser superadas, que no olvidadas, al servicio de una España plural, no una España que tenga que ser como la de siempre, es decir, la del pasado.

Dado que a la izquierda le gusta mucho utilizar ese concepto, y es cierto que a veces se pone un poco pesadita, a la derecha le salen sarpullidos sólo con escucharla. Lo ve como un intento de cuestionar la pétrea unidad de España, una grieta por la que se cuelan los nacionalistas. Los otros nacionalistas. Pero al final es la única forma de representar a todo el país real, no al que algunos imaginan en su mente con sus prejuicios y resentimientos.

En términos de imagen, los deportistas se convierten en iconos. Los nuevos gladiadores, que además no tienen que morir en la arena, lo que es un consuelo. La pasión es a veces exagerada. Pegar patadas al balón no es tan meritorio, piensan los escépticos. Sin embargo, sus éxitos despiertan la alegría de millones de personas en cada país del mundo, y sería estúpido subestimar esos sentimientos. 

Con esta selección de fútbol, tuvimos la irrupción del componente multirracial, que es lo que más molesta a la extrema derecha. Nico Williams y Lamine Yamal, ambos nacidos en España en familias de inmigrantes, son símbolos de la nueva España que tiene que contar con 6,5 millones de extranjeros. Sin ellos no hay prosperidad posible y contra ellos no puede haber una sociedad democrática. Y además ganaban partidos y al final se hicieron con el triunfo final. En eso hay que ser realista. Los perdedores raramente marcan tendencia.

A la gente le gustaba esta selección. Ahora más. Un 80% dijo que estaba muy o bastante de acuerdo con la idea de que “la multiculturalidad de la sociedad española ha hecho mejor a nuestra selección de fútbol”, según una encuesta de El País de la semana pasada. El 76% se sentía “identificado con esta selección”.

Al otro lado, en un rincón muy oscuro, quedan los agitadores ultras a los que la selección les parecía “una broma de mal gusto” porque había negros en el equipo. El racismo siempre está esperando el momento propicio para enseñar los dientes. Esta vez, se los ha hecho polvo contra el suelo.

Nada que no se hubiera leído años atrás en Francia cuando su selección ganó su primer Mundial de fútbol en 1998 con un equipo multirracial. Bien es cierto que ese triunfo y la locura que desató en las calles no contribuyeron a solucionar los problemas causados por el racismo y la ascensión política de la extrema derecha francesa. Hay límites en lo que el fútbol puede hacer para marcar el camino a la sociedad.

Los políticos sienten con frecuencia la necesidad de hacer suyas las grandes victorias deportivas. “Cada gol de Lamine Yamal es un gol a la extrema derecha”, dijo Salvador Illa en un acto de su partido, agitando demasiado la bolsa de las metáforas. Es posible que eso sea llevar muy lejos el plano simbólico. A fin de cuentas, a quien mete goles Yamal es al equipo contrario.

El PP se cogió una rabieta y reaccionó enfurecido, y eso que la frase de Illa no iba directamente por ellos. “Nada a salvo de la burda politización, del manoseo y utilización partidista. Son una insufrible maquinaria del drama”, respondió Borja Sémper en tono muy dramático. El portavoz del PP afirmó que la mayoría de España no vive “neurotizada” por el color de la piel, el origen o el dinero que ganan. Claro que eso lo dice alguien para quien el color de la piel, el origen o los ingresos no le suponen ningún problema en su vida cotidiana. Así es más fácil vivir sin ansiedad.

“Dejemos al menos el fútbol al margen de la política, por favor”, había dicho Alberto Núñez Feijóo el día anterior a la final. Está claro que Kylian Mbappé no pensaba lo mismo. Estaba seguro de que tenía una responsabilidad especial como deportista muy famoso, además de como ciudadano. Luego, el líder del PP asistió a la emisión de la final por pantalla gigante en la Plaza Colón de Madrid, dentro de la zona VIP que el Ayuntamiento reservó a “las autoridades”, es decir, sólo a las autoridades del Partido Popular.

Feijóo celebró la victoria de España con cuatro fotos en las que salía él. No le valía con una.

Valoremos como mínimo su sentido del humor al subir una foto en que una chica saca la lengua en el selfi. Eso es personalidad o igual era por los nervios al estar cerca de un individuo con tanto carisma y tan poca maña para celebrar victorias en el fútbol.

Los independentistas vascos y catalanes han creído que era necesario demostrar su hostilidad cuando ven alegría por la selección en sus comunidades. No están obligados a celebrar nada, aunque algunos de ellos sostienen que ese sentimiento es minoritario, casi irrelevante. La realidad televisiva no dice eso. La final tuvo una audiencia media del 76,4% en Catalunya, muy similar al 78,7% de España. En Euskadi, sí fue menor, pero no pequeña, un 55,5%.

Cuando el fútbol tiene que ver con tu identidad, es imposible separarlo de la política y de la participación de cada uno en la sociedad, de lo que representas, de tu amor o rechazo por ciertos símbolos nacionales y en definitiva por ese sentimiento de comunión con otros como tú, pero a los que no conoces de nada.

Lo curioso, o no tan curioso, es que ahora en las redes se acusa de racistas a los que insisten en destacar dónde nacieron los padres de Nico Williams y Lamine Yamal, los que recuerdan que los padres del jugador del Athletic llegaron a España sin papeles asumiendo riesgos increíbles en un largo viaje para tener una vida mejor.

Ambos son algo más que el color de su piel, pero no olvidan gracias a quiénes han llegado donde están. “Mis padres han sufrido mucho por llegar hasta aquí y me han inculcado un respeto y una lealtad increíbles”, ha dicho Nico Williams. Son conscientes de que ellos representan un símbolo positivo para todos los niños y adolescentes que no son blancos y que deben saber que no son menos que nadie por eso.

Como símbolos de una España que será mejor que la actual, podemos encontrar otros tan buenos como ellos, pero no mejores.