¿Estaría la derecha a favor de aplicar a ETA el mismo tipo de olvido que al franquismo?
Imaginemos que un político de la derecha dice que va siendo hora de olvidarse de las víctimas de ETA para no dividir a los vascos, que eso ocurrió hace tiempo y que conviene centrar la atención en el futuro, o que es mucho menos importante que las hipotecas o la cesta de la compra. Poco probable, ¿no? Sería más fácil descubrir un cerdo volando.
Lo que sí es perfectamente posible es que un portavoz del PP diga esto: “Movieron a Franco, hoy mueven a Primo de Rivera, pero lo que se mueven son las hipotecas, los precios de la vivienda, de los alimentos”. Es posible porque es lo que dijo Borja Sémper cuando le preguntaron el lunes en una rueda de prensa por la salida de los restos de José Antonio Primo de Rivera de la basílica del Valle de los Caídos (hoy de Cuelgamuros).
La derecha ha mostrado una alergia especial por la memoria histórica, aunque en realidad hay que precisar que su oposición es a la memoria que recuerda el franquismo y la guerra civil. La posición de Sémper es la habitual cuando alguien no quiere que le relacionen con la dictadura de Franco ni en este caso con el fundador de la Falange. Hay cosas más importantes de las que ocuparse, dicen como cuando Sémper denuncia una “maniobra de distracción”, para resaltar que hablar de ello es una forma de confundir las prioridades. También es verdad que no quieren ofender a algunos de sus votantes.
Una versión extrema de ese desinterés fingido la ofreció Alberto Núñez Feijóo hace unos meses. “Hace ochenta años, nuestros abuelos y bisabuelos se pelearon y no tiene sentido vivir de los réditos de lo que hicieron”, dijo el líder del PP.
Imagina hablar con el descendiente de un judío europeo para decirle que no merece la pena seguir recordando el Holocausto. O intenta convencer a un polaco de que es una pérdida de tiempo conmemorar la tragedia que supuso la matanza de las fosas de Katyn. Lo cierto es que durante décadas Alemania vivió un periodo de amnesia histórica después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, fue decisivo que las nuevas generaciones de alemanes exigieran a partir de los años setenta que el nazismo no quedara enterrado en los libros de historia. Había que recordar para que un espanto así no volviera a ocurrir.
No todas las tragedias son como el Holocausto. La historia de cada país es diferente. No es totalmente extraño, aunque no sea nada valiente, que una sociedad prefiera narcotizarse e intente olvidar el pasado durante un tiempo. Más tarde o más temprano, tendrá que afrontar esa tarea. La historia nunca desaparece por completo ni es tolerable que las víctimas de una dictadura tengan que soportar la pervivencia del homenaje público a los responsables de la muerte de sus seres queridos.
La exhumación del cadáver del fundador del principal partido fascista que ha existido en España no ha tenido el mismo impacto público que tuvo la de Franco en 2019. Los familiares de Primo de Rivera dejaron claro hace tiempo al Gobierno que no pondrían obstáculos legales a la medida y que además la deseaban, ya que el recinto de Cuelgamuros había dejado de tener el carácter de cementerio católico.
La presencia del ataúd con sus restos junto al altar de la basílica, al igual que antes el de Franco, suponía un homenaje público que la actual ley de memoria democrática no permitía. Su presencia en Cuelgamuros era una continuación del reconocimiento político que le concedió la dictadura cuando organizó su traslado desde El Escorial hasta allí en 1959.
Quienes siguen esperando son los familiares de los 118 presos más los republicanos ejecutados en otras zonas de España que fueron enterrados en el Valle de los Caídos y que aguardan desde hace años para sacar de allí los restos de sus parientes y que tengan finalmente los mismos derechos que la familia de Primo de Rivera. Algunos de ellos cuentan con el preceptivo permiso judicial y no les ha servido de mucho. Cuesta creer que el Gobierno carezca de los instrumentos legales para acelerar un proceso que parece no avanzar nunca.
El tiempo es inexorable. Un estudio de GAD3 de 2020 afirmaba que el 60% de los jóvenes españoles no sabía identificar a Miguel Ángel Blanco. Un porcentaje aun mayor decía lo mismo sobre el espíritu de Ermua o el caso Lasa-Zabala. No tienen que pasar décadas para que una parte creciente de la sociedad olvide hechos históricos del pasado por muy relevantes que sean. Lo que no vives en el presente, aunque sea de forma indirecta a través de los medios de comunicación, termina desvaneciéndose. Eso sin contar con que sobre algunos temas mucha gente prefiere no recordarlos.
El alcalde de Madrid dijo el lunes que la noticia de la exhumación de Primo de Rivera sólo puede interesar a “aquellos que entienden la política desde remover las heridas del pasado y no desde tratar de levantar un futuro en el que quepan todos”.
Nunca diría nada parecido sobre los crímenes de ETA y los que intentan que no se olviden. Desgraciadamente para los intereses políticos de Martínez Almeida, no existe la memoria histórica a la carta.
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