Feijóo llega a su investidura con un ya acreditado rol de oposición y una retahíla de vaivenes estratégicos
El artículo 99 de la Constitución nunca fue concebido para una investidura fallida. Pero Alberto Núñez Feijóo se empeñó en ello y obtuvo el beneplácito de Felipe VI, a sabiendas de que no contaba con los apoyos necesarios. Ni para ser elegido por mayoría absoluta en primera vuelta ni por mayoría simple en la segunda. El previsible fracaso de Feijóo será por tanto también un fiasco para el jefe del Estado, que tendrá que abrir una nueva ronda de contactos y proponer a un segundo candidato.
El expresidente de la Xunta de Galicia aterrizó en Madrid para ganar y gobernar. Sin plan B. Nunca previó otro escenario que no fuera el de ser aclamado presidente del PP como paso previo para ocupar La Moncloa. Jamás se imaginó en la bancada de la oposición en el Congreso de los Diputados. Y tampoco pudo imaginar que quienes desde dentro del PP le auparon a la presidencia, tras echar a Pablo Casado, cuestionaran su autoridad como lo están haciendo.
Pero, los caminos de la política son inescrutables, los ciudadanos no votan siempre lo que predicen las encuestas y los partidos son máquinas de triturar carne humana. Así que Feijóo llega esta semana a su investidura con nulas posibilidades, salvo milagro, de ser el próximo presidente del Gobierno, pero con un ya acreditado rol de oposición y un partido en ebullición ante su retahíla de vaivenes estratégicos.
Ha tenido un mes para buscar apoyos entre los grupos parlamentarios pero no ha sumado uno más que los que tenía de antemano de Vox, Unión del Pueblo Navarro (UPN) y Coalición Canaria (CC). Tener a la ultraderecha de aliado y de socio de gobierno en los gobiernos regionales y locales es disolvente para un PNV cuyos votos el líder del PP imaginó que podría conquistar. No sería porque los nacionalistas vascos no le hubieran advertido previamente de que su alianza con la ultraderecha sería invalidante para cualquier entente. Se lo dijo personalmente Andoni Ortuzar en esa reunión secreta que el líder del PP mantuvo con el presidente de los nacionalistas vascos el 7 de septiembre en Madrid. Se lo dijo Aitor Esteban, portavoz parlamentario, a su homóloga popular, Cuca Gamarra. Y se lo dijeron a todos los interlocutores con los que hablaron los emisarios políticos y empresariales que el propio Feijóo mandó a Euskadi para sondear si había o no posibilidades.
Todo esto ocurría mientras trataba de salir del shock emocional al que le arrastraron los resultados del 23J y mientras en el PP se empezaba a cuestionar una estrategia que unos ven “improvisada” y otros intentan achacar a “un equipo que cree que todavía juega en la liga regional”. Nada que no ocurra en todos los partidos cuando los resultados no son los esperados, si bien esta vez y en el caso del PP cada vez son más intensos los análisis sobre un necesario cambio en el equipo de la dirección nacional. A lo que se añade la alargada sombra de la doctrina que dictan los ideólogos de FAES y sus más entusiastas seguidores. Aznar, Ayuso y todos los que orbitan en torno al sector más reaccionario del partido siguen envenenando los sueños del gallego, que trata de disimular y contemporizar como puede con quienes cuestionan sus decisiones entre bambalinas y también a viva voz
El ruido interno de momento no apunta hacia el líder del partido, ya que la mayor parte de los barones coinciden en que “no se puede reemplazar a un candidato que ha ganado las elecciones a la primera, que ha conseguido unir al partido tras la mayor crisis jamás vivida en el PP y que estaría en condiciones de ganar y gobernar tanto si se repitieran las elecciones como si la legislatura echara a andar y hubiera que disolver anticipadamente dadas las extrañas alianzas de Pedro Sánchez”, aseguran desde el Grupo Popular de la Cámara Baja, donde sí reconocen que Aznar, Ayuso y otros tantos intentan con sus declaraciones marcar la senda por la que debe transitar Feijóo.
Lo hicieron cuando manifestó su voluntad de reunirse con Junts en busca de apoyos para la investidura, con la llamadas a la rebelión cívica contra la amnistía que ha acabado en la manifestación –que llaman mitin o acto público– convocada para este domingo o con la posición sobre el uso de las lenguas oficiales en el Congreso de los Diputados esta misma semana. Así las cosas nadie podrá controlar hoy que en la plaza de Felipe II el auditorio vitoree a Ayuso, el mayor referente de la derecha nacionalpopulista.
“No es que nadie esté pensando en un cambio de liderazgo. Ni siquiera los que tienen aspiraciones creen que este sea su momento, pero o cambia las cosas o le cambiarán a él”, expresa un diputado del PP nada más acabar la intervención de Borja Sémper en el Congreso para oponerse, ora en castellano ora en euskera, al uso de las lenguas oficiales en la Cámara Baja que suscitó numerosas críticas en su propia bancada. La enmienda no era contra el diputado vasco sino contra el propio Feijóo, que visó y autorizó el discurso.
Y esto ocurría unas semanas después de que unos cuestionaran en público la decisión de Feijóo de reunirse con Junts, otros tacharan de bisoña su apelación a un acuerdo con el PSOE y alguno, como Aznar, espoleara a la derecha para salir a la calle a protestar contra un Gobierno nonato o un acuerdo con los independentistas cuyo alcance se desconoce en todos sus términos.
El caso es que Feijóo se la juega en este debate fallido de investidura del 26 y el 27 de septiembre, no sólo porque es la primera vez que interviene en el Congreso de los Diputados –en el anterior mandato era senador y no diputado–, sino también porque los suyos, los más y los menos partidarios, mantienen afilados los cuchillos a la espera de un debate “que debe estar a la altura no sólo de lo que espera el partido, sino de lo que necesita el país y espera escuchar no sólo el votante del PP sino también el de Vox”, según palabras de un miembro de la dirección. Demasiada exigencia para quien ya vio frustradas sus expectativas la noche del 23J, ha navegado sobre un océano de contradicciones desde que Felipe VI le propuso candidato a la investidura y tiene que contentar a todas las sensibilidades de su partido, después de tanto vaivén estratégico.
Lo que pase después está por ver. Pero ya hay quien dice que Ayuso calienta motores ante la posibilidad de que Feijóo sume un nuevo fracaso político, que sería el tercero después de perder la presidencia del Congreso y la votación con la que la Cámara aprobó por mayoría absoluta el uso de las lenguas oficiales en todo el ámbito parlamentario.
Para un político que se ha desenvuelto durante toda su carrera política de más de más de 30 años en gallego, tener que votar en contra de que los diputados se expresen en su lengua materna es un trago difícil de digerir. Mucho más habiendo sido durante lustros defensor del “bilingüismo amable”. Y si a eso se le añade que la mitad del grupo parlamentario critique la estrategia y el discurso de Borja Sémper en el pleno que iba a aprobar la medida, el shock es tan duro como el de la noche del 23J.
Todo mientras el PP medita además cómo actuar en este sentido en el Senado, donde tiene mayoría absoluta, después de que Vox haya anunciado que pedirá eliminar el uso de las lenguas oficiales, permitido desde hace una década. Los populares sopesan qué hacer ante una medida a la que en su día se opusieron pero que luego permitieron mientras gobernaron la Cámara Alta con mayoría absoluta, entre 2011 y 2019.
No ha sido esta semana que acaba de las mejores de la vida política de un Feijóo que sigue sin encontrar su lugar en Madrid y que, empujado por los más ultras de su partido, se vio arrastrado a movilizar la calle frente a Sánchez a dos días de su propio debate de investidura. Igual que ganar no significa gobernar, movilizar a la calle –y menos en Madrid– no es lo mismo que arrasar en unas elecciones, que es lo que esperaba y no logró el presidente del PP en las últimas pero sus primeras elecciones generales.
Ni la victoria del PP en municipales y autonómicas fue el prólogo de un cambio de ciclo nacional; ni los acuerdos posteriores del PP con Vox en ayuntamientos y comunidades han pasado desapercibidos en el electorado; ni las continuas llamadas a la rebelión de los socialistas contrarios a la amnistía han surtido efecto en un PSOE que aguarda, por otra parte, a que pase el momento constitucional de Feijóo para que Sánchez pueda explicar con detalle cualquier que sea el acuerdo que alcance con Junts.
Por más que le pese a Feijóo, el PSOE es hoy una piña en torno a Sánchez, más allá de las críticas de los veteranos del partido que si de algo han servido es de acicate al Gobierno para consolidar una hoja de ruta que desinflame la política catalana y asiente definitivamente la convivencia entre catalanes. Y el PP, una jaula de grillos en la que cualquiera es capaz de marcarle el paso a su líder, incluidos los editoriales de la “prensa amiga”.
El resultado es que quien tenía el encargo de Felipe VI para intentar ser elegido presidente del Gobierno entrega esta semana en el Congreso sus credenciales para ejercer de jefe de la oposición y alertar, una legislatura más, del fin de la democracia y de la unidad de España y de la destrucción de lo construido en los años de la Transición. El mismo raca-raca que se escucha siempre que gobierna la izquierda en España.
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