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Opinión - Volver a empezar. Por Rosa María Artal

CRÓNICA

Feijóo se monta un Pueblo Potemkin en Madrid

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En la Rusia del siglo XVIII, había alguien que sabía cómo impresionar a la emperatriz. El mariscal Grigori Potemkin ordenó levantar toda una serie de construcciones falsas –compuestas básicamente de una fachada esplendorosa– que ofrecieran una estampa maravillosa a lo largo del río Dnieper en un viaje de Catalina II a Crimea en 1787. El escenario incluía figurantes, hombres que se hacían pasar por campesinos que disfrutaban del desarrollo hecho posible por el Gobierno. Es cierto que los historiadores han llegado a la conclusión de que se trata de un mito, pero ha quedado como símbolo de los artificios que construye el poder con la intención de vender una ficción.

Este viernes, el Partido Popular y Alberto Núñez Feijóo levantaron en Madrid su propio Pueblo Potemkin. El público no era en esta ocasión una emperatriz ni los embajadores extranjeros que la acompañaban, sino la opinión pública. Eligieron el Palacete de los Duques de Pastrana, un edificio del siglo XIX propiedad de la ONCE y que se alquila para eventos de empresas. A falta de Moncloa, Feijóo podía simular ante todos que era presidente de algo, en este caso presidente de todos los presidentes autonómicos del PP.

El motivo era fingir que todos ellos tienen el mismo punto de vista sobre la financiación autonómica. No es cierto, pero no importa demasiado. Las fotos quedaron muy bien, que es de lo que se trataba. De hecho, quedaron demasiado bien si se buscaba dar a una reunión de altos cargos de un partido un carácter solemne del que carecía. En Twitter, se pusieron las botas al comentar el marco incomparable. La Moncloa de Hacendado. La Moncloa de juguete. La Moncloa de AliExpress. La LegoMoncloa.

Era conveniente que nada alterara los planes, empezando por los periodistas. Hubo discursos, pero no se permitió que los medios de comunicación hicieran una sola pregunta. Ni a Feijóo ni a los demás. No fuera que algún impertinente apuntara que no había nada detrás de la fachada.

Hubo banderas, muchas banderas. En la sala en que se celebró la reunión, estaban las de todas las autonomías, no sólo las presididas por el PP. Como estaban situadas en el orden protocolario, Feijóo tenía justo detrás, además de la española, las de Euskadi y Catalunya, cuyos presidentes obviamente no estaban allí.

No era una cuestión sólo de escenografía. El toque Potemkin se apreció también en los discursos posteriores.

A diferencia del Gobierno de Pedro Sánchez, dijo Feijóo, los reunidos “sí representan a toda España”. Ya se sabe que él ganó las elecciones de julio y que no es presidente porque no quiere, pero él y los suyos hablan en nombre de todo el país, porque quieren. “Somos el único partido que representa a la España autonómica”, dijo Isabel Díaz Ayuso. Los demás están sólo de atrezzo.

Con tal espectáculo, cualquiera pensaría que el partido aprovecharía para ofrecer su propuesta de financiación autonómica con la que solucionar todos los problemas de un modelo que se debería haber renovado hace diez años. Hay que ser muy inocente para pensar eso. Los intereses contrapuestos de varias comunidades hacen que nadie quiera moverse ni un centímetro, no sea que se descubra que la unidad es una simulación.

No es una sorpresa. En 2014, el Gobierno de Mariano Rajoy no hizo ningún intento de promover una negociación con las comunidades autónomas. Dejó que el tema se estancara durante los cuatro años siguientes. Tampoco es que Sánchez haya hecho nada al respecto desde 2018.

El cónclave produjo como resultado una declaración de casi 2.500 palabras en la que no hay ningún modelo alternativo, más allá de rechazar por completo el acuerdo del PSC y Esquerra cuya base consiste en entregar a Catalunya la capacidad de recaudar todos los impuestos. Lo más novedoso es que quieren más pasta. El PP exige que el Gobierno entregue a las autonomías 18.000 millones de euros de los fondos europeos. ¿Para qué proyectos? No se sabe. Algo se les ocurrirá.

No para financiar una red de guarderías públicas, por ejemplo. El Gobierno andaluz rechazó 119 millones que se tenían que dedicar a sostener plazas públicas gratuitas en la educación de cero a tres años, porque prefirió seguir con un modelo concertado basado en acuerdos con guarderías privadas. El Ayuntamiento de Madrid renunció a gastar 136 millones que se podían haber dedicado a la rehabilitación de viviendas y mejorar su aislamiento energético. La mayoría de las comunidades autónomas gobernadas por el PP prefirió no solicitar 300 millones con los que fomentar el autoconsumo eléctrico en empresas y particulares.

“¿Estás pensando en celebrar tu Boda, un Evento Corporativo o un Congreso?”, dice la página web de la empresa que gestiona el palacete. Lo del PP fue como una boda, por lo que eligieron el sitio adecuado. Los asistentes se comprometieron a estar juntos hasta el final y no permitir que ni la muerte ni Sánchez les separe. Nada de caer en “una bilateralidad tramposa”, en expresión de Feijóo.

Es lógico que el partido prefiera mantener una posición común, que por lo demás no existe. Pero parece que no se fían mucho entre ellos, porque Génova decidió poner ese compromiso por escrito.

Hace unos días, cuando probablemente Díaz Ayuso ya sabía el acuerdo al que se iba a llegar, la presidenta madrileña reclamó a los demás presidentes que no aceptaran reunirse individualmente con Sánchez. “Este Gobierno va a intentar sobornarles uno a uno en La Moncloa”, dijo. Con ella, tan lista que es, no iba a poder conseguirlo, pero con los demás quién sabe. También era consciente de que algunos de sus colegas no se podían permitir dar la espantada y hacer ver a sus votantes que no están dispuestos a viajar a Madrid para defender los intereses de su comunidad. Juanma Moreno le dio la respuesta: “Vamos a hablar con todo el mundo y por supuesto a dialogar con el presidente del Gobierno”.

Por la tarde, fuentes del Gobierno madrileño informaron de que Ayuso sí está dispuesta a reunirse con Sánchez, aunque no para hablar de financiación autonómica. Ahora es ella la que no quiere quedarse sola en el boicot institucional. No tenía sentido que hubiera estropeado el día en que Feijóo se presentó ante todos los españoles como presidente del Palacete de los Duques de Pastrana. Por algo se empieza.