En trece años de Gobierno -y otros tres de furibunda oposición- Alberto Núñez Feijóo dejó patente en Galicia que para rastrear su trayectoria solo vale analizar sus hechos, y casi nada, su palabrería en mítines, entrevistas y discursos. Si alguien se pregunta hoy, año y medio después de su llegada a Madrid, cómo pudo labrarse aquel perfil de líder moderado, la respuesta está, seguramente, en que algunos columnistas pasaron por alto lo anterior.
Vayamos con unos cuantos casos prácticos: sus promesas de austeridad, por ejemplo. Uno puede atender a aquellos discursos del gestor sobradamente preparado que hacía bandera de los recortes en 2009 y comparaba a los Estados con las familias para concluir que no se puede gastar lo que no tiene (por más que esa máxima suponga negar la esencia misma del sistema capitalista financiero). Más allá de semejantes soflamas, el observador de Feijóo también puede acudir a los balances de intervención de la Xunta. Y esos concluyen que en trece años de Gobierno con mayoría absoluta, la deuda autonómica se multiplicó por tres y pasó de 3.954 millones de euros a 11.715.
Más ejemplos: el Feijóo que habla dice, como hizo recién llegado a la presidencia del PP tras el magnicidio de Casado, que a un político hay que valorarlo por su gestión y “por si deja o no los hospitales a deber”. Pero el Feijóo que hace construir un hospital en Vigo, el Cunqueiro, de gestión público-privada, el más grande que se levantó en sus cuatro mandatos, y que los gallegos van a pagar hasta 2035 a razón de 72 millones de euros anuales a una empresa que además cobrará todo ese tiempo por los servicios no sanitarios.
El Feijóo que promete en campaña -pongamos por caso Ourense- puede decir en un mitin de 2019 que el candidato Gonzalo Jácome, un personaje atrabiliario que se hizo famoso en una televisión local, sería “letal” para la ciudad. Y el Feijóo que preside el partido puede dar instrucciones a los concejales tres semanas después para hacer alcalde a ese Jácome “letal para la ciudad”, a cambio de que este no pusiese en peligro con sus votos la Diputación de Baltar. (Por si quedaba duda de lo “letal” que considera Feijóo a Jácome para Ourense, el PP le dio este sábado otros cuatro años más al frente de la alcaldía.
Son solo unas cuantas pinceladas ilustrativas: en 13 años la lista se haría interminable. Lo interesante ahora es que el calendario electoral ha querido que esos dos Feijóos vayan a condensarse en solo cinco semanas. Porque al candidato del PP le tocará hablar mucho y hacer promesas para dar ese último paso que le lleve directo a La Moncloa, al mismo tiempo que el Feijóo presidente del PP deberá gestionar los pactos de su partido en todas partes.
Este viernes, ambos Feijóos colisionaron estrepitosamente a propósito de la Comunitat Valenciana. El Feijóo líder del PP autorizó el pacto con la extrema derecha para recuperar un feudo histórico y colocar en la vicepresidencia y la Consellería de Cultura a un extorero sin pasado político conocido. Solo unas horas después, el Feijóo que aspira a ser presidente tuvo que salir a intentar apagar el incendio que amenaza su campaña, después de que el número 2 de Vox en esa comunidad dijese lo que lleva diciendo Vox varios años y en todas partes: que la violencia machista no existe.
¿Se pueden autorizar las coaliciones con Vox a lo largo y ancho de ayuntamientos y comunidades para luego aparecer indignado por que esos aliados digan en los Gobiernos lo mismo que repetían en los mítines, el Congreso y las tertulias de televisión?
Feijóo y el PP -no es solo el líder, repásese la última semana de Borja Sémper, el dirigente que dijo abandonar la primera línea política hace unos años por la cercanía de Casado con la extrema derecha- van a intentar hacer ver que sí, que todo eso es compatible.
En la realidad paralela que habita a veces la prensa conservadora madrileña, un diario ha publicado esta semana que Feijóo pacta con Vox en Valencia para no tener que pactar con Vox en el Estado. El sábado en que se constituyeron los ayuntamientos ha dejado patente que los acuerdos con Vox son la norma, no la excepcion.
Acrobacias argumentales aparte, con su pacto en Valencia, que va a replicarse en casi todas partes, el líder del PP ha finiquitado su estrategia del voto útil: si su partido va a votar con la extrema derecha allá donde ambos sumen, los indecisos de Vox no tendrán ningún motivo para cambiar de siglas: todas las papeletas irán al mismo saco.
Está por ver además cómo sientan esos acuerdos con la extrema derecha al 8% de votantes socialistas de 2019 que según algunas encuestas están dispuestos a cambiar su papeleta por la del PP. Son aproximadamente medio millón de electores que pueden decantar la balanza a la izquierda o a la derecha.
Más allá de sus promesas, lo que ha dejado claro el Feijóo que hace es que tras el 23 de julio pactará con la extrema derecha en todas partes si necesita a Vox para llegar al Gobierno. Aunque luego lleguen los toreros, los Abascales o los Ortegas Smith a las vicepresidencias y tenga que simular una gran sorpresa cuando la extrema derecha haga de extrema derecha en las instituciones… gracias a los votos del PP.
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