El departamento de metáforas quiso dejar su sello el lunes a la vuelta de sus vacaciones. Borja Sémper había comenzado su rueda de prensa en la sede del PP y se fueron las luces durante unos momentos. A la sala, no a Sémper. Se iluminaba y se volvía a quedar a oscuras. Sémper se lo tomó a broma. Qué otra cosa iba a hacer. Con todos los periodistas delante, no iba a echarse a llorar. Septiembre comenzaba para el partido con la misma tendencia que ha protagonizado en agosto. Confusión y oscuridad.
El PP aún no se ha recuperado del tremendo shock que recibió con el resultado de las elecciones de julio. Parece tener ganas de que el electorado no olvide su fracaso con una sucesión de declaraciones con las que ha cometido el error mortal de confundir a su electorado y a los medios de la derecha. “¿Y qué puede resultar más sencillo que hablar de Borja Sémper?”, escribió una columnista de ABC hace unos días. “No me rebajaré, sin embargo, a lo más sencillote, que sería decir que su partido lo lleva como puta por rastrojo con tanto golpe de timón”. Cómo debe de estar de revuelto el patio para que una columnista del periódico utilice la palabra 'puta', aunque sea con una expresión coloquial.
Todavía quedan algo más de veinte días para que Alberto Núñez Feijóo se presente a la investidura condenada a la derrota y por tanto a Pedro Sánchez le va bien con seguir matando el tiempo en Moncloa. Entre los socialistas se extiende la idea de que, tras el fracaso de Feijóo a finales de mes, es perfectamente posible que la investidura de Sánchez pueda celebrarse en la segunda semana de octubre. Que la realidad esté a la altura de ese deseo es ya otro asunto.
Eso no significa que Sánchez vaya a estar callado. Para eso están los discursos como el que dio el lunes en el Ateneo de Madrid. “La próxima legislatura debe ser la que deje atrás definitivamente la fractura que vivimos en 2017”, dijo sobre Catalunya el presidente en funciones, que parece que anda tan sobrado de optimismo que hasta le lleva a hacer un pronóstico que no casa mucho con las declaraciones que hacen los líderes de ERC y Junts. Sánchez también hizo varias referencias a la Constitución para que no se dude de que es la luz que alumbra sus pasos y le ofrece calor y sustento.
Muy emocionante, pero los titulares se los llevó Yolanda Díaz con su viaje relámpago a Bruselas para reunirse con Carles Puigdemont, ese mismo político que se fotografió con las cinco órdenes del Tribunal Constitucional que le conminaban a poner fin a sus planes de celebrar un referéndum de independencia. Es lo que tiene la formación del futuro Gobierno. El camino para conseguirlo pasa por Bruselas o Waterloo, donde esté Puigdemont ese día. Los números no permiten otra alternativa.
De la reunión salió un comunicado de 103 palabras con frases que admiten poca discusión. “Compartimos la profunda convicción de que la política debe hacerse desde el diálogo y los principios democráticos”. Tampoco iban a decir lo contrario, que la política se debe hacer desde el enfrentamiento y los principios antidemocráticos, aunque algunos en la oposición no lo descartaron en la anterior legislatura. Lo que importa es que estuvieron tres horas hablando en lo que es el contacto público más intenso que ha tenido el expresident de la Generalitat con un alto cargo del Gobierno español desde 2017.
¿Viajó Díaz por su cuenta a la capital belga sin haberlo pactado antes con Sánchez? Las fuentes del PSOE se apresuraron a decir a los medios que sólo lo había comunicado a Moncloa la noche anterior, por lo que se trataba de una iniciativa personal de la líder de Sumar. “Nada que ver con lo que haga el PSOE”, dijeron.
Es curioso que sean tan tajantes, porque en ese caso quien no sale bien parado es Sánchez, que debería estar al tanto de todo sobre la negociación con Junts y no andar viéndose sorprendido por llamadas telefónicas a las once de la noche de un domingo.
La reunión con Díaz permite reconocer a Puigdemont como interlocutor esencial, que es algo que él exigía, y libera a Sánchez de esa responsabilidad. Él no puede viajar a Bruselas para verse con el expresident y tampoco puede mantener la ficción de que sólo se negociará con el grupo parlamentario de Junts, como ha intentado hacer Borja Sémper sin mucho éxito.
Agosto se convirtió en el mes perfecto para desconectar de la política después del estrés de las elecciones de julio. Por razones que sólo ellos entienden, los dirigentes del PP se ocuparon de llenar ellos solos el vacío con una dedicación que no se puede negar, pero que dio lugar a todo tipo de situaciones absurdas.
Cuanto más se empeñaba Cuca Gamarra en anunciar que Feijóo había ganado las elecciones, más claro quedaba que no tenía los votos para ser investido. Llegó la constitución del Parlamento y el PP se empeñó en hacer creer a la gente que estaba en condiciones de competir para asegurarse su control.
Fue derrotado en la votación de la Mesa del Congreso, lo que no fue una sorpresa, y además ni siquiera recibió el apoyo de Vox, al que había dejado sin un puesto en el órgano que dirige el legislativo en un gesto de arrogancia que demuestra que no entiende cómo se fabrican los acuerdos en el Congreso con otros partidos.
Luego, pidió ayuda al PNV y recibió un bofetón que se escuchó por todo el Cantábrico, también previsible porque el partido de Urkullu y Ortuzar no se puede permitir romper la relación privilegiada con el PSOE en Euskadi y arriesgarse a arrojarlo en brazos de EH Bildu para las siguientes elecciones autonómicas.
Después, le tocó a Feijóo plantear una aproximación romántica al PSOE muy poco sexy para que le dejara gobernar dos años y que consistía literalmente en “pedir apoyo a Sánchez para derogar el sanchismo” en la aportación más surrealista que ha hecho Sémper a la política española.
Finalmente –el mes se hizo largo para el PP, que no dejaba de autolesionarse–, anunció que estaba dispuesto a negociar con Junts, como si ese partido no tuviera nada que ver con Puigdemont. En privado, los dirigentes del PP no se cortaron. “Las bases están alucinando”. Los barones dicen que sus votantes ven “incomprensible” que se hable con Junts. Sentarse con Junts es “cruzar una línea roja” a cambio de nada. “Una estrategia plagada de riesgos y que resulta incomprensible para gran parte de los españoles”, según un editorial de ABC.
La confusión mental en que vivía Feijóo le llevó a no leer un whatsapp de Urkullu y luego a confesarlo abiertamente a los periodistas desperdiciando el momento perfecto para tener la boca cerrada. Lo de dejar escapar un mensaje importante de móvil le pasa a cualquiera. Lo segundo, sólo a los políticos que no saben en qué mundo viven, que creen que han ganado las elecciones y que ven cómo los demás se ríen y no se dan por aludidos.
El único horizonte positivo para el PP es que sus expectativas para septiembre no pueden ser tan horribles. Es casi científicamente imposible que le vaya peor que en agosto. Aun así, no conviene precipitarse hasta que se conozca cuál será la última idea genial que salga de la mente de Feijóo.