Feijóo sepulta el último rastro del legado de un Casado inexistente para el PP

Aitor Riveiro

4 de junio de 2022 22:20 h

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No se duda de la honorabilidad de los compañeros del partido. Aunque haya pruebas, siquiera indicios de irregularidades que hay que clarificar. No se investiga, no se pregunta y muchos menos se airea. Pase lo que pase. Es el primer mandamiento del Partido Popular. Aunque la corrupción sentenció al Gobierno de Mariano Rajoy y su onda expansiva les llevara al peor resultado histórico en unas elecciones. Aunque se intentara construir un nuevo liderazgo con promesas de renovación. Poner el foco en esa corrupción fue uno de los motivos que se llevó por delante a Pablo Casado, que permanece inédito desde su adiós definitivo, el pasado 1 de abril. Esta semana, su sucesor, Alberto Núñez Feijóo, ha liquidado el último rastro de su legado: la venta de la histórica sede nacional en el número 13 de la madrileña calle de Génova.

La decisión estaba más o menos cantada. Feijóo fue muy crítico con la decisión que comunicó Casado, de forma un poco precipitada, tras la debacle de las elecciones catalanas de febrero de 2021. El PP pasó de cuatro a tres escaños, confirmando así la tendencia a la baja de la última década: en 2012 sentaron 19 diputados en el Parlament. Además, Ciudadanos duplicó el resultado del PP. Y su escisión, Vox, casi los cuadruplicó al obtener 11 representantes.

El resultado encendió las alarmas en Génova. El Gobierno de coalición resistía mejor de lo esperado los embates económicos y sociales de la pandemia. Pese a dar por segura la caída de Pedro Sánchez ya desde su misma investidura, el PSOE y Unidas Podemos aguantaban en el Ejecutivo central y un PSC liderado precisamente por el ministro de Sanidad que había gestionado el primer año de la crisis sanitaria, Salvador Illa, lograba por primera vez el triunfo en votos y escaños (empatados con ERC) en unas elecciones autonómicas en Catalunya.

El 16 de febrero de ese mismo año, dos días después de los comicios, Casado anuncia por sorpresa que pone en venta la que es sede nacional del partido ya desde la Alianza Popular de Manuel Fraga. Pero, además, el por entonces líder del PP relacionó el edificio de Génova, 13 con la herencia corrupta del PP, señaló a sus predecesores en el cargo, entre ellos el propio Mariano Rajoy, y puso de manifiesto la compleja situación económica que atravesaba la organización, cuya dirección asumió tras la moción de censura motivada por la primera sentencia del caso Gürtel que acreditó judicialmente la existencia de una caja B en el PP. Es decir, dinero negro.

Un dinero negro con el que se pagó una profunda reforma de esa misma sede nacional. De hecho, el juicio que sentenció que las obras de Génova se pagaron en parte con fondos de la caja B comenzó esa misma semana de febrero de 2021. Y Casado tenía ya bastante claro cuál iba a ser la conclusión: el PP, condenado por segunda vez.

Críticas de Feijóo

El por entonces presidente de la Xunta de Galicia, quien en 2018 había coqueteado con la opción de presentarse al congreso que eligió a Casado como líder del PP frente a Soraya Sáenz de Santamaría, no dudó en criticar a su presidente nacional. Alberto Núñez Feijóo planteó, de primeras, que el motivo real de la venta de Génova nada tenía que ver con la corrupción, con el juicio o con las elecciones catalanas, sino con la mala situación económica que atravesaban.

“Se debe un porrón de dinero”, señaló el gallego. Una idea que apuntaló José Luis Martínez Almeida, por entonces portavoz nacional además de alcalde de Madrid. “Influyen cuestiones logísticas y económicas”, dijo.

Feijóo también recurrió al clásico manual esgrimido ante un caso de corrupción: todos son (somos) iguales. “Si cada vez que un partido tiene problemas con algunas personas se tiene que ir del lugar en el que está, es que igual aquí no quedaba ninguna sede”, apuntó el hoy presidente del PP.

“No tenemos dudas de su honorabilidad”

Da igual lo que digan las sentencias y dan igual las consecuencias recientes de los actos de los directivos del partido. No se menciona la soga en casa del ahorcado. Un planteamiento que se asentó con total claridad en las intensas semanas que terminaron con Casado expulsado por los barones del partido en un hecho inédito en el PP.

El 1 de marzo se celebró la Junta Directiva Nacional del PP que convocó el XX Congreso (extraordinario) y que certificó el final de Casado. Ante cientos de representantes de toda España, Ayuso pidió expulsar a quienes habían supuestamente maniobrado contra ella promoviendo un espionaje del que no se ha acreditado nada. No ya la participación de Casado. Ni siquiera quién lo ordenó ni quién lo puso en marcha, si es que eso llegó a ocurrir.

El único espacio donde se ha intentado arrojar algo de luz al respecto, la comisión de investigación abierta en el Ayuntamiento de Madrid ante la posible participación de personal contratado por el Gobierno de Almeida, acabó sin ninguna conclusión convincente. No compareció Ayuso, ni su hermano comisionista, ni siquiera Ángel Carromero, señalado como inductor del espionaje a la presidenta. Por supuesto, no apareció ningún indicio que apuntara a Pablo Casado como responsable de la hipotética trama. Tampoco al que fuera su número dos, Teodoro García Egea.

Feijóo no tomó la palabra en aquella Junta Directiva. Pero sí habló con los periodistas a la salida: “Isabel Díaz Ayuso es un activo incuestionable del PP y es una persona honorable”. Horas más tarde, el ya por entonces encargado de organizar el congreso de la sucesión, Esteban González Pons, apuntalaba este mensaje: “La dirección del PP confía absolutamente, del todo, en la honorabilidad de Isabel Díaz Ayuso”.

Ambas frases suponían cerrar la vía de agua abierta por Casado unos días antes en una entrevista en la cadena Cope de la que el expresidente del PP no se arrepentirá nunca lo suficiente, porque supuso su final. “¿Cuando morían 700 personas al día puedes contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros?”, se preguntó en los micrófonos de la radio de la Conferencia Episcopal. Ayuso, que estaba escuchando, no se lo pensó dos veces, llamó por teléfono e intervino.

Venerar el pasado sin mencionar la corrupción

El devenir de ese conflicto es historia y está escrito. Camino de Génova, Feijóo paró en todas las comunidades autónomas. En Madrid, Ayuso fue rehabilitada. La lideresa ha asumido todo el poder en la región y ha hecho un PP a su entera medida en el que incluso se ha permitido ser benevolente con un Almeida rodeado por sus propios problemas con comisionistas pandémicos.

En el PP ya no hay reproches a estas conductas ni se utilizan en las guerras internas. Ahora se defiende la “honorabilidad” hasta que se demuestre lo contrario. Ayuso mentó con Casado ya desahuciado a Rita Barberá, una losa moral sobre los dirigentes del PP de ayer y de hoy. La exalcaldesa de Valencia a la que Rajoy, su amigo, dejó caer acuciada por la corrupción. Murió sola, en una habitación de un hotel de Madrid. Ahora, el PP intenta recuperar su memoria y blandir su inocencia, indemostrable porque, como falleció, sus responsabilidades penales se extinguieron. Eso sí, su número dos en el Ayuntamiento está procesado.

Pero de eso ya no se habla. Es lo único que ha mantenido Feijóo de la decisión que tomó Casado en febrero de 2021: no hablar más de corrupción. Del pasado sí, pero solo para glorificarlo. A Rajoy, por ejemplo, bajo cuyo mandato estalló el caso Gürtel y se descubrieron los sobresueldos con dinero negro a dirigentes del partido. O en cuyo Gobierno se montó la brigada política parapolicial que investigó ilegalmente a rivales políticos, como independentistas catalanes o dirigentes de Podemos. Una brigada supuestamente implicada en la Operación Kitchen, destinada a destruir pruebas de la corrupción del PP.

Todo eso ocurrió en la sede de Génova que el PP a punto estuvo de llevarse a un edificio del Paseo de la Castellana, operación que se truncó. Esa idea se ha abandonado. “Génova es de los afiliados, los edificios no tienen culpa de nada”, dijo el número tres del partido, Elías Bendodo. Si Génova es de los afiliados, Génova es el PP. Y el PP, Génova.

Mientras, el ideólogo de la venta permanece en paradero desconocido. Pablo Casado se despidió del PP el día 2 de abril. Y hasta hoy. Ni rastro. Aunque este fin de semana se le podrá ver en Washington, en una reunión del Club Bilderberg, según informó El Confidencial.

Los pocos en el PP que mantienen contacto, los que le fueron fieles hasta el final, dicen que está más preocupado por el futuro de quienes estuvieron a su lado en los peores momentos que del suyo mismo. Que pregunta cómo le va a esos que aún sobreviven en la organización que una vez presidió. Y que sigue dándole vueltas a todo lo que le ocurrió desde que, a finales el verano pasado, le llegaran unos papeles que ponían en duda la “honorabilidad” de una compañera y amiga. Esa “honorabilidad” de la que ya no se permite dudar en el PP y que fue la curva en la que se estrelló un Casado que se veía ya con medio pie en la Moncloa.