Sabía que la relación era tóxica, pero la defendió con ahínco para hacerse con el poder institucional en comunidades y ayuntamientos. De esto hace poco más de un año. Después, el mapa autonómico, sí, se tiñó de azul como quería, pero la comunión del PP con Vox en gobiernos regionales y locales le costó la presidencia del Gobierno. Hablamos de Alberto Núñez Feijóo, a quién la estratégica unión con la extrema derecha por la que apostó hace poco más de un año le llevó a asumir con naturalidad el discurso más ideológico de sus socios y alguna de sus guerras culturales hasta convertirse en un émulo de Vox e incluso participar de su estrategia de deslegitimación de las instituciones del Estado.
Hoy, se puede decir que aquella apuesta decidida por gobernar con los ultras ha fracasado, que los gobiernos de coalición de cinco comunidades autónomas han saltado por los aires y que el divorcio impuesto de forma unilateral por Santiago Abascal en todos ellos, obliga al líder del PP a redefinir proyecto y discurso en su enésimo viaje al centro. Ya anda en ello, como se pudo apreciar en su comparecencia del viernes después del abrupto cese selectivo de la convivencia decretado la noche anterior por Abascal.
Así que cuando pensábamos que sólo Pedro Sánchez era capaz de hacer de la necesidad virtud, llegó Feijóo para convertir el desafío en oportunidad y obtener ventaja de la ruptura. No es que el líder del PP la deseara o la promoviera, sino que se la dieron hecha. Sin embargo, no tuvo empacho en afirmar: “A mí no me va a imponer chantajes nadie. Se han equivocado de persona. Yo estoy a disposición de mi país para que cambie el Gobierno. En medio de tanto caos, los españoles se merecen que alguien levante la bandera de la responsabilidad y del sentido común”. Todo en alusión a un socio con el que, 24 horas antes en Valencia había aprobado una estrambótica ley de concordia que equipara las víctimas desde 1931 hasta la actualidad, incluyendo a las del terrorismo etarra, sin condenar el franquismo ni distinguir a las miles de personas asesinadas que acabaron en fosas comunes o en paradero desconocido durante la dictadura, tras la Guerra Civil.
Feijóo, que aspira a mantener la gobernabilidad en Castilla y León, Murcia, Aragón, Extremadura y Comunidad Valenciana con el apoyo puntual de los mismos socios que han roto las coaliciones, presumió de “tener palabra, principios, experiencia de gobierno y madurez política” en una intervención en la que por momentos parecía que el divorcio lo había promovido el PP, y no Vox. Tanto, que apuntó a su todavía socio de gobierno en más de 140 ayuntamientos como responsable de “la España de los sobresaltos y los espectáculos” como si el PP no hubiera participado de algunos de ellos.
Feijóo está irritado con la decisión de Vox, pero tampoco le conviene desmarcarse por completo de su aliado de bloque ni de los marcos que a sus competidores le dan votos, como es el caso de la inmigración. De hecho, como la excusa de Abascal para determinar el divorcio fue el reparto mínimo de los menores no acompañados entre las Comunidades, el PP ha evitado pronunciarse sobre cuál será su posición en la reforma de la ley de extranjería que establecerá una distribución obligatoria, y no voluntaria como hasta ahora.
Esta será la primera gran prueba a la que se enfrentará porque el Gobierno de Pedro Sánchez tiene previsto llevar al Congreso la norma este mismo lunes para que se debata en el pleno de la semana del 22 al 26 de julio. “Necesitamos una declaración de emergencia migratoria, una financiación a las comunidades para los menores que acogen, una implicación en la gestión directa por parte del Gobierno de España. Necesitamos una política migratoria. Es lo mínimo que se puede pedir a un país. Esta es nuestra posición en la migración”, afirmó Feijóo en su enésima demostración de que se puede hablar sin decir nada.
Desde a Moncloa responden que los principios que Feijóo dice no haber quebrantado ante la presión de Vox hay que demostrarlos no de palabra sino con los hechos y los votos cuando se someta la ley al parecer de la Cámara Baja. “Si el PP vota en contra quedará retratado y además tendrá un problema con sus barones de Ceuta, Melilla, Canarias e incluso Andalucía si este verano se producen nuevas llegadas de menores migrantes no acompañados”, aseguran desde el entorno del presidente.
Los socialistas están dispuestos a poner deberes a los de Feijóo después de la ruptura coyuntural con sus socios, más allá de que celebren la salida de Vox de los gobiernos autonómicos por una cuestión de higiene democrática. “Hay menos ultras, menos odios, menos machistas y menos nostálgicos de la dictadura”, afirmó el ministro de Justicia, Félix Bolaños, para recordar a renglón seguido que en todo caso “no es el PP el que abandona a la ultraderecha, sino la ultraderecha la que abandona al PP”. Y para demostrar que la ruptura es total con Abascal, emplazó a Feijóo a romper todos sus acuerdos en los ayuntamientos, a apoyar la reforma de la ley de Extranjería, a echar a todos los ultras tránsfugas que se resisten a dejar los gobiernos autonómicos y a derogar todas “las leyes machistas, contrarias al colectivo LGTBI y que han ido contra las mujeres o que han blanqueado la dictadura”.
Un divorcio selectivo
Los de Sánchez asumen, que el divorcio de Vox, pese a ser selectivo, les obliga también a ellos a resetear su discurso en relación a la alianza entre PP y Vox. Y esto lo admiten los más optimistas porque, luego, están los pesimistas, más preocupados por una decisión sobrevenida para Feijóo, sí, pero que le permite “colocarse en el centro político, unas semanas después de haber pactado también la renovación del Poder Judicial” y, de paso, desandar el camino recorrido en el último año para empezar a explorar alianzas, ya sin Vox como socio de gobierno, con los nacionalistas del PNV y Junts. Unos y otros coinciden en que el de Vox es “un suicidio más de los partidos de la llamada nueva política” que empezó con Ciudadanos, siguió con Podemos y continuó con Sumar el día que decidió romper con la formación de Ione Belarra. En esto la lectura es la misma de Feijóo, que el viernes dijo que los de Abascal “no han medido, se han pasado de frenada y han descarrilado”.
Con todo, la verdadera incógnita a partir de hoy será saber si el movimiento de esta semana hace que el PP recupere la tracción perdida en el último año, después de haber caído hasta cuatro puntos en intención de voto directa entre quienes se autoubican en el centro ideológico. Y lo mismo respecto a la valoración de Feijóo entre votantes propios y ajenos, donde se ha dejado jirones de credibilidad desde que tomó las riendas del PP hace dos años.