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El giro a la derecha iniciado por Casado en 2018 no frena la división del voto pero sí da frutos al PP en las encuestas

El líder del PP, Pablo Casado, el pasado miércoles, en Gredos (Ávila).

Iñigo Aduriz

24 de julio de 2021 20:52 h

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Esta semana se cumplieron los tres años del triunfo de Pablo Casado en el XIX Congreso Nacional del Partido Popular que le convirtió en el líder de la oposición. Entonces, el presidente del PP puso en marcha un giro a la derecha que le llevó a deslegitimar al Gobierno progresista y a emprender una guerra total contra la izquierda rompiendo cualquier vía de acuerdo y acusándole de “dictatorial”, connivente con el “terrorismo” de ETA y con “los que quieren romper España”. Esa estrategia se mantiene ahora con un durísimo discurso contra el Ejecutivo que ha legitimado, según los populares, el bloqueo de la renovación de los órganos constitucionales como el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo o el Tribunal de Cuentas, así como la falta de apoyo de la principal fuerza de la oposición en la gestión de la pandemia.

En aquel congreso de los días 20 y 21 de julio de 2018 en el que desbancó a su contrincante en las primarias, la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, Casado se propuso además iniciar la reunificación del centro derecha dividido en tres –PP, Vox y Ciudadanos–, lo que le llevó a contemporizar con algunos de los postulados de la extrema derecha –sobre todo en materia de inmigración, en contra de avances sociales como la eutanasia o la ley trans y, más recientemente, con su connivencia con el revisionismo histórico con la Guerra Civil y la dictadura–, pactando con ella y también con el partido de Inés Arrimadas para poder mantener gobiernos autonómicos y municipales. Y quiso escenificar una ruptura con el pasado corrupto del partido que, precisamente por sus alianzas durante las primarias con María Dolores de Cospedal –ahora imputada en la Operación Kitchen–, sigue sin lograr dejar de lado.

Tres años después de su victoria, Casado no ha conseguido superar la división del electorado de derechas, aunque su estrategia de radicalización que en todas las citas electorales celebradas desde 2018 –con la excepción de los comicios madrileños de mayo en los que el triunfo es más atribuible al personalismo de Isabel Díaz Ayuso que al líder del PP– resultó fallida, y que le llevó a acumular consecutivas derrotas en las urnas, sí empieza ahora a darle frutos en las encuestas.

Varios sondeos publicados recientemente por distintos medios de comunicación apuntan a la posibilidad de que, en el caso de que se celebraran ahora las elecciones generales, los populares serían ahora la primera fuerza del país por delante del PSOE de Pedro Sánchez. Incluso en el último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), hecho público el miércoles, aunque el PP se dejó unas décimas respecto al estudio anterior –pasando del 23,9% de junio al 23,4% de julio– los de Casado llevan en una tendencia ascendente desde marzo, cuando tocaron su suelo con el 17,9% en intención de voto. Siempre según el CIS, los populares siguen instalados en un cómodo colchón que les sitúa por encima de sus resultados del 10N, cuando se hicieron con el 20,8% de los votos, su segundo peor resultado de la historia tras el hundimiento de las elecciones de abril de 2019, en las que se quedaron con solo el 16,69% de los sufragios.

Las explicaciones de la recuperación

Esa recuperación se explica por el desgaste del Gobierno durante la gestión de la pandemia, por el impulso que supuso para el PP el triunfo de Ayuso en Madrid –reconvertida precisamente por esa arrolladora victoria en una amenaza interna para el liderazgo de Casado– y por el hundimiento de Ciudadanos, una de las tres piezas de la derecha, que ha sufrido un varapalo tras otro en las urnas desde el 10N, pasando de primera a séptima fuerza en su principal plaza, Catalunya, y desapareciendo de la Asamblea de Madrid.

Casado da por amortizada a la formación de Inés Arrimadas, lastrada por sus continuos virajes, y que ha sido absorbida ya en parte por el PP no solo a nivel electoral sino también en el caso de algunos de sus dirigentes más destacados, como Fran Hervías o Toni Cantó, que se han pasado a las filas populares. El jefe de la oposición ha conseguido incluso la connivencia del expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, que desde su despacho de abogados ha asesorado al PP en los últimos meses para varios de sus recursos en los tribunales y al que Génova 13 busca en encaje, con la vista puesta en la Convención Nacional del próximo otoño con la que Casado pretende consolidarse como “alternativa” a Sánchez.

Lo que no ha conseguido Casado tres años después de ganar las primarias es neutralizar a su rival por la derecha, Vox. Pese a contemporizar con su discurso y sus formas, el partido de Santiago Abascal se ha mantenido en las últimas citas electorales y resiste en las encuestas, suponiendo ahora el principal lastre para que el PP logre una mayoría holgada cuando se vuelva a llamar a las urnas. No obstante, Génova 13 da por hecho que si las encuestas se mantienen como ahora cuando Sánchez convoque elecciones –el presidente ya ha dicho que tiene previsto agotar la legislatura hasta 2023– el PP contará con el apoyo de Vox para llevar a Casado a la Moncloa. Al líder de los populares ya no le incomoda ese respaldo –que también ha sido necesario en Madrid, Andalucía o Murcia– pese a escenificar una suerte de ruptura con Abascal en la fallida moción de censura registrada por Vox el pasado otoño, que ya ha sido reconstruida con nuevos pactos con la extrema derecha.

Tampoco ha logrado el líder del PP soltar el lastre de la corrupción. Los últimos movimientos en los juzgados han estrechado el cerco sobre la exsecretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, imputada en la causa que investiga el espionaje al extesorero popular Luis Bárcenas urdido desde el Gobierno de Mariano Rajoy y desde el propio partido. Y es que Casado le debe a ella la presidencia de los populares por su apoyo decisivo en las primarias de 2018. El jefe de la oposición no le ha abierto “ni siquiera” un expediente a pesar de que los estatutos del PP exigen ese tipo de procedimientos para todos aquellos dirigentes o exdirigentes imputados, como ella, en casos de corrupción.

El lastre de la corrupción

La decisión de no abrirle expediente fue a principios de junio el último pago del líder de los populares a la que fue su principal valedora en el XIX Congreso. En las primarias de 2018 las favoritas eran Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, las eternas archienemigas internas, que entre 2008 y 2018 compitieron abiertamente por el control del partido presidido por Rajoy que, tratando de equilibrar la balanza, nombró a una su 'número dos' en el PP y, a la otra, su mano derecha en el Ejecutivo. En la primera vuelta de las primarias, la de la votación de la militancia, Sáenz de Santamaría fue la más votada, seguida de Casado. Cospedal quedó tercera, por lo que fue eliminada del proceso, ya que las normas internas prevén un sistema de dos votaciones en el que solo pasan a la segunda fase los dos candidatos más votados.

Entonces Cospedal hizo valer todo su poder orgánico para que Casado ganara en la votación de los compromisarios del XIX Congreso, volcando a todos sus dirigentes afines a favor del joven candidato, al que al inicio del proceso nadie dentro de las filas populares consideraba con opciones de convertirse en el sucesor de Mariano Rajoy al frente del partido. Apenas diez días después de quedar eliminada en la votación de la militancia, Cospedal se presentó en un desayuno informativo protagonizado por Casado y le expresó su apoyo de forma pública con las siguientes palabras: “Mi presencia aquí quiere decir que hoy el PP y nosotros tenemos que ofrecer a nuestros militantes y a nuestros votantes un proyecto ilusionante y de futuro. Un PP fuerte y unido, con convicciones, tiene que estar preparado para luchar por España y por los españoles y creo que Pablo Casado puede ser para ello una magnífica opción”.

En realidad, el interés de la también exministra de Defensa en apoyar a Casado se debía única y exclusivamente a su histórica batalla con Sáenz de Santamaría. Y, finalmente, Cospedal ganó, cuando en el XIX Congreso los compromisarios votaron masivamente al hoy líder del PP, su apuesta personal para derrocar a su enemiga interna. Casado le debe el puesto a Cospedal. Sin ella, el líder del PP no estaría donde hoy está, al frente del principal partido de la oposición.

El presidente de los populares trata ahora de evitar cualquier comentario sobre el caso que ha provocado la imputación de la exsecretaria general por los delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias en la pieza que investiga el espionaje con fondos reservados al antiguo tesorero de la formación Luis Bárcenas.

El argumento de Casado para no hablar de la imputación de la exsecretaria general es el compromiso que adoptó tras su última gran derrota electoral de hace solo cinco meses, la de los comicios catalanes –en los que los populares se quedaron con solo tres escaños de 135 en el Parlament catalán y fueron superados por primera vez en unas elecciones por Vox, que logró 11 representantes–, que el líder del PP atribuyó exclusivamente a que la campaña de esa cita con las urnas estuvo marcada por el juicio sobre la caja B del PP que se estaba celebrando en esos momentos en la Audiencia Nacional. Entonces tomó la determinación de escenificar una ruptura con el pasado más reciente de su partido, que se sigue investigando en los tribunales, y en el que sin embargo él también había tenido puestos de responsabilidad.

La incógnita de la mudanza de Génova 13

“Ese PP ya no existe”, llegó a decir durante la campaña, aludiendo a las etapas de José María Aznar y Mariano Rajoy en las que el propio Casado tuvo cargos orgánicos. Dos días después de la debacle catalana del 14 de febrero, el líder del PP anunció la marcha de la histórica sede de Génova 13 cuyas obras, presuntamente pagadas con dinero negro, estaban siendo enjuiciadas esos mismos días. La mudanza, cinco meses después, sigue no obstante paralizada. Y aseguró que él y su dirección dejarían de hablar de los casos de corrupción que afectaban al PP, al considerarlas cosa del pasado: “Desde hoy esta dirección no va a volver a dar explicaciones sobre ninguna cuestión pasada. No nos lo podemos permitir más con el calendario judicial que se avecina”, aseguró, ante la plana mayor de su partido.

Pero el calendario judicial prosigue y en el PP no descartan que a la vinculación de Cospedal con Kitchen pueda sumarse la del que, en definitiva, era el máximo responsable político del Gobierno cuando se produjo el espionaje a Bárcenas: el expresidente Mariano Rajoy. Él tendrá que declarar en octubre ante la comisión del Congreso que investiga el caso. Rajoy, que estuvo en la Moncloa durante siete años, fue quien colocó en el Ministerio del Interior a su amigo personal, Jorge Fernández Díaz, a quien apuntan directamente las revelaciones de Kitchen, y la persona que ascendió a Casado a vicesecretario de Comunicación del PP, el cargo que ocupó hasta el mismo momento de su elección en el XIX Congreso del partido de julio de 2018.

A pesar de este complejo escenario, el líder del PP asegura estar preparado para gobernar España. “Ha pasado poco tiempo, pero han pasado muchas cosas desde las primarias en la que me elegisteis presidente del Partido Popular”, les dijo el miércoles Casado a los dirigentes de su partido. “En ese momento [2018] éramos la tercera fuerza política en España según las encuestas y hoy ya la primera, aunque para ello hemos tenido que recorrer una travesía del desierto. Primero uniendo a todo el partido; luego consolidando nuestro poder territorial; y después recuperando la hegemonía del espacio electoral del centro derecha, para poder alzarnos como alternativa ganadora, algo que ya nadie nos niega hoy”, zanjó.

Para Casado, el PP está “recuperando la confianza de la sociedad española”. “Indudablemente, queda mucho por hacer y falta mucho por decir, pero hemos consolidado nuestro liderazgo nacional como única alternativa al desgobierno que sufrimos”, añadió el miércoles, para concluir: “Estamos ya en condiciones de volver a ganar las elecciones generales, y a pesar de todas las dificultades que hemos atravesado, hemos demostrado que somos muy fuertes y muy importantes para España. Somos el camino para salir de la crisis social y del laberinto institucional que Sánchez nos va a dejar. Los españoles lo saben, quieren avanzar con nosotros y eso es lo que vamos a ofrecerles”.

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