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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

CRÓNICA

Grandes momentos de la venganza en política por cortesía de Shakira

12 de enero de 2023 22:46 h

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Shakira nos dio el 'Waka Waka' y unas ventas de 80 millones de discos. Gerard Piqué, la salida con el balón controlado desde el área y la victoria en un Mundial y cuatro Champions. Grandes logros, sin duda, pero se quedan cortos ante el homenaje más puro y cristalino a la venganza ofrecido por la canción con la que la cantante colombiana ha ajustado cuentas con el exfutbolista tras su separación. 

La venganza tiene mala prensa. Películas y novelas nos han contado que ennegrece el corazón y que, incluso cuando se culmina con éxito, deja un vacío que es muy difícil llenar. Todo eso está muy bien, pero eso no ha impedido que desde siempre haya ocupado un lugar especial en los deseos de muchas personas. Quizá porque forme parte de la naturaleza humana.

En pocos ámbitos eso es más cierto que en la política. Las venganzas se ejecutan con un fervor militante, porque hay cosas que no se pueden perdonar. Y si no se deben perdonar, son una tentación permanente para hacer algo al respecto. Preferentemente, algo terrible y truculento.

Asimismo, han producido parejas legendarias en política. Shakira se quedaría sorprendida si supiera lo bien que refleja su canción algunas de ellas.

Felipe VI contra Juan Carlos I

“Me dejaste de vecina a la suegra, con la prensa en la puerta y la deuda en Hacienda”

Cinco años después de quedarse con el trono por la evidente incineración de la reputación de su padre, Felipe VI recibió la confirmación de que la Operación Cortafuegos había fracasado. Tardó un año en digerirlo hasta que en 2020, con el país volcado en la pandemia, aprovechó el momento para anunciar que Juan Carlos contaba con una cuantiosa fortuna en el extranjero cuyo origen y ocultamiento sólo podía ser ilegal. Para añadir más vergüenza a la Corona, resulta que el hijo aparecía como beneficiario de algunas de esas cuentas.

El monarca decidió cortar la asignación anual que pasaba al padre jubilado, lo que confirmaba las sospechas. Después lo envió –a instancias del Gobierno o con su visto bueno– a un exilio dorado para que se cociera bajo el sol de Abú Dabi. Y si no volvía, tampoco pasaba nada.

Pero la venganza era doble. Felipe se quedó con la prensa, quizá mejor una parte de ella, reclamando una investigación que el sistema político no iba a tolerar. También asumió la responsabilidad de que esa deuda con Hacienda no provocara una investigación penal y una condena. En ese sentido, cumplió, pero porque el principal beneficiario era él. A Juan Carlos –“¿Explicaciones de qué?”–, ya le da igual todo.

Díaz Ayuso contra Casado

“Una loba como yo no está pa tipos como tú”.

Él la creó cuando era una más entre tantos. Él la promocionó y la apoyó cuando al principio no daba pie con bola. Y de repente descubrió que había crecido tanto que comenzó a tenerle miedo, por lo que decidió cortarle las alas bloqueando su aspiración de presidir el PP de Madrid. Hasta el punto de que sacó a la luz un caso de presunta corrupción en el que estaba implicado su hermano.

La respuesta de Ayuso fue brutal. Exigió las cabezas de Casado y García Egea. Denunció una conspiración contra ella originada en las mismas entrañas de Génova. Una oportuna manifestación nocturna frente a la sede del partido dejó claro a los demás dirigentes del PP lo que se estaban jugando. De más está decir que ella no iba a parar. Ya era una loba que estaba dispuesta a devorar a todo el que se le pusiera por delante. En dos bocados se merendó a Casado. Los demás dirigentes, incluidos los casadistas, aceptaron su veredicto y se apresuraron a enterrar lo que quedaba de él.

Aznar contra Rajoy

“Cambiaste un Ferrari por un Twingo. Cambiaste un Rolex por un Casio”.

Después de poner una pica en las Azores y estirar los pies sobre la mesa imitando a Bush, Aznar se ocupó de su sucesión. Eligió con el dedo imperial a Mariano Rajoy, un tipo listo aunque no muy brillante, del que se presumía que sería lo bastante maleable como para seguir el camino marcado por su amo.

No pasó mucho tiempo hasta que se demostró que el señor del casino de Pontevedra y lector inveterado del Marca no estaba muy interesado en las glorias imperiales. Ni en aprender inglés.

Aznar esperó su momento para vengarse. Ya con Rajoy en La Moncloa utilizó los resultados de las elecciones catalanas de 2015, cuando Ciudadanos quedó por delante del PP, para comentar que se demostraba que los votantes creían que con Cs “será mejor defendido el orden constitucional”.

Para Aznar, su Partido Popular era un Ferrari imparable defensor del capitalismo, el liberalismo y el atlantismo, mientras que el de Rajoy, sólo un utilitario manejable y sin muchas ambiciones. 

Tres años después, Aznar subió la apuesta. En un libro, hurgó con el cuchillo en la herida para decir que Ciudadanos tenía posibilidades de “ocupar el espacio político del Partido Popular”. La FAES denunció el “triunfalismo y banalización” de la política catalana del Gobierno, así como su “inacción”.

Rajoy reaccionó en general con ese estilo de aparentar que le daba igual todo: “Aznar dice lo que cree oportuno y yo hago lo que tengo que hacer. Ni coincido ni dejo de coincidir”. Es difícil vengarse de alguien así. 

Errejón contra Iglesias

“A ti te quedé grande por eso estás con una igualita que tú”.

La pareja que reventó las costuras tradicionales de la política española terminó reventando también las que les unían. El núcleo irradiador se fundió. Pablo Iglesias era la imagen pública de Podemos y su líder. Íñigo Errejón fue quien construyó el partido bajo las prioridades que le interesaban. Las discrepancias políticas y las intrigas internas terminaron por separarles para siempre. “Ese primer Podemos es el Podemos que yo ayudé a diseñar y que finalmente terminó por matarme”, escribió Errejón.

Iglesias concedió a Errejón como premio de consolación la candidatura en las elecciones autonómicas de Madrid. Con Iglesias se quedaron los que pensaban como él. Llegó el momento de la venganza. En enero de 2019, a cuatro meses de la cita en las urnas, el exnúmero dos anunció que se iba con Manuela Carmena a fundar otro partido o plataforma. Podemos se quedó colgado y sin candidato. El primer plan B se vino abajo en cuestión de semanas. Con el segundo, el partido sólo consiguió el 5,6% en las elecciones.

Hubo tiempo para una segunda venganza en sentido contrario. Buena parte de la prensa empezó a dar por muerto a Podemos. Seis meses después, Podemos entró en el Gobierno de coalición. El partido de Errejón se tuvo que conformar con dos solitarios escaños en el Congreso.

Susana Díaz contra Sánchez

“Una loba como yo no está pa novatos”.

Las venganzas suscitan más atención cuando se celebran en mitad de un gran espectáculo de odios y resentimientos, no exento de capítulos ridículos. Fue el camino que emprendió el PSOE hasta culminarlo en el Comité Federal de 2016.

Susana Díaz había elegido a un joven poco conocido llamado Pedro Sánchez para que se presentara a las primarias y derrotara a Eduardo Madina. Misión cumplida. Inesperadamente (para ella), Sánchez decidió ejercer el liderazgo y no se limitó a calentar el asiento hasta que a la presidenta andaluza le viniera bien irse a Madrid.

Sánchez era entonces el novato que no le podía durar mucho tiempo a la loba, un animal político que escondía tras la sonrisa una dentadura afilada con esmero todas las noches.

La escasa cifra de 85 diputados y la negativa de Sánchez a permitir la reelección de Rajoy con la abstención socialista permitieron a Díaz encontrar el momento perfecto para la venganza, un Comité Federal fratricida que provocó la gran diversión de los periodistas y el pavor entre los votantes del partido.

Todo era trágico y ridículo al mismo tiempo. Fue como si Paco Martínez Soria se hubiera subido a las tablas para interpretar en inglés a Shakespeare. Hubo momentos memorables. Susana Díaz derramó unas lágrimas mientras emocionada decía que “estaban matando al PSOE”. Acto seguido, sus partidarios decapitaron a Sánchez, que realmente quedó bien muerto.

En las primarias posteriores, Sánchez devolvió la venganza a su enemiga corregida y aumentada. Catorce meses después, entraba en La Moncloa. Díaz acabó en el ilustre cementerio del Senado.

Con las venganzas ocurre como con las remontadas. Hay que culminarlas y llevarlas hasta el final. De lo contrario, puedes pasar de victimario a víctima. Es una más de las lecciones que nos da la célebre politóloga Shakira.