Mariano Rajoy ya estuvo allí. De hecho ha estado en casi todas porque, como él mismo cuenta en el libro que acaba de publicar (Política para adultos, Plaza & Janés), poco menos que ayudó a poner los cimientos del edificio que iba a albergar el recién estrenado Parlamento gallego. Desde su doble condición de concejal y diputado autonómico en los años 80 del siglo pasado, Rajoy ascendió poco a poco en el escalafón de Alianza Popular, después Partido Popular, hasta llegar en 2004 a presidirlo, tras suceder a José María Aznar. Los escarceos para moverle la silla comenzaron en cuanto perdió las elecciones de ese mismo año, con los teóricos sucesores desplegándose por el tablero mientras Rajoy defendía sus posiciones e intentaba colocar sus fichas para tapar el avance enemigo.
Cuatro años después volvió a salir derrotado de las urnas y se desató la guerra civil que llevaba tiempo fraguándose. El objetivo no era otro que ocupar el trono de Génova, que él se negaba a soltar. La rival, aunque desistió en el último momento, fue la entonces presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, quien controlaba con mano de hierro el partido en la región, contaba con el respaldo de los medios de comunicación de la capital y tenía el favor del aznarismo, que había visto con estupor cómo el delfín designado había decidido ejercer plenamente su liderazgo y, lo que es peor, apartarse de la línea que le habían marcado.
Hoy, como ayer, el PP se ha instalado en lo que parecen los prolegómenos de una guerra por el control del partido. Los principales nombres propios son los de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Pero, como entonces, el reparto es más amplio. Y, también como entonces, en él destaca el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. El remake se completa con la reaparición estelar de algunos personajes que tuvieron un papel en la versión original de hace tres lustros.
El actual presidente del PP no ha necesitado tanto tiempo como su predecesor para llegar al sillón de la planta séptima de la sede nacional. Cosas de las primarias, como se lamenta Rajoy en su libro, pese a haber sido él quien las introdujo en el partido. Pero, pese a tener una carrera más corta, Pablo Casado también andaba allí. El actual líder del partido era uno más del grupo de incondicionales de Aguirre: asesor de su gobierno, diputado autonómico y mano derecha de Aznar cuando este dejó la política para dedicarse a ganar mucho dinero por todo el mundo (y eso incluye algunas dictaduras).
De aquella experiencia, en la que según la exportavoz Cayetana Álvarez de Toledo se comportó como un “veleta”, Casado sacó dos conclusiones: no permitir a nadie aglutinar todo el poder del PP de Madrid y no dejar pasar las cosas a ver si se solucionan solas.
La primera la aprendió de Aznar, quien nunca dejó que Alberto Ruiz Gallardón acumulara la Presidencia de la Comunidad de Madrid y la del partido en la región. Es decir, el presupuesto (hoy, de 20.000 millones) y el boletín oficial, además del poder orgánico y las listas electorales. Fue Aznar quien rompió la norma, no escrita, por la que los líderes políticos en cada autonomía deben estar también al frente de la organización. 30 años después no está de acuerdo consigo mismo y, según han publicado varios medios en los últimos meses, está enfadado con Casado por intentar cortar el paso a Ayuso.
En los años 90 del siglo XX Aznar había regresado a Madrid desde Valladolid, donde ejerció la Presidencia de la Junta de Castilla y León que le catapultó al liderazgo estatal del PP, y afrontaba una dura batalla política contra Felipe González, quien parecía invencible. Las municipales y autonómicas de 1995 fueron el preludio de su triunfo en las generales, unos meses después. Gallardón conquistó la Comunidad de Madrid, en manos de los socialistas desde 1983, con más del 50% de los votos. Y hasta hoy. José María Álvarez del Manzano afrontaba su segunda legislatura en el Ayuntamiento de la capital, también con mayoría absoluta.
Aznar optó por una tercera vía y colocó al frente de la organización a Pío García Escudero, donde estuvo hasta 2004. Tres décadas después, vuelve a ocupar el mismo puesto a la espera de que se resuelva la disputa. El partido recurrió a él tras la defenestración de Cristina Cifuentes en 2018 para hacerse cargo del partido en una situación muy delicada. Ahora, ve cómo desde la sede del Gobierno regional se pone en duda su labor en estos tres años.
Gallardón asumió su rol. Tras dos legislaturas en la Puerta del Sol, se postuló en 2003 para el Ayuntamiento y Esperanza Aguirre asumió la candidatura autonómica. Ambos ganaron, aunque Aguirre tuvo que esperar unos meses a que se repitieran las elecciones después de que el tamayazo tumbara la opción de un gobierno de izquierdas e hiciera ingobernable la región. El espejismo de que la derecha hubiera perdido la mayoría absoluta duró desde mayo a octubre.
Y un año después de que Aguirre asumiera el poder, en octubre de 2004, se abrió una durísima bronca interna que convirtió a Gallardón y la presidenta en enemigos irreconciliables, como demostraron los casos de espionaje y contraespionaje político que se produjeron entre ambos sectores en los siguientes años. Durante mucho tiempo, ambos pelearon por el control de Caja Madrid y de su holding de empresas participadas, por la empresa pública que gestiona el Metro, por la televisión y la radio públicas... No había campo sin disputar porque la alternativa era que lo ocupara el otro. Y el reparto no parecía una opción. Célebres fueron unas palabras de Aguirre captadas por un micrófono de ambiente. “Hemos tenido la suerte de poderle dar un puesto a IU quitándoselo al hijo puta”, dijo. El puesto era en Caja Madrid, y el acuerdo acabó dinamitando años después a IU en Madrid.
Ganó Aguirre, quien contaba en su equipo con Francisco Granados, un alcalde del sur de Madrid al que situó como secretario general y que ha acabado inmerso en diferentes causas judiciales que le llevaron a prisión. Perdió Gallardón, quien lanzó a la pelea a su número dos, Manuel Cobo, que acabó incluso suspendido de militancia por denunciar maniobras internas.
La presidenta se hizo con el control del partido. Literalmente, nada se escapaba en la región al control de la primera planta de Génova, donde se sitúa la sede del PP de Madrid. Su peso político fue ganando enteros y se erigió en uno de los puntales de la derecha (entonces aún en singular) contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Aguirre tenía opinión de todo: desde la OPA de Gas Natural sobre Endesa a la ampliación de derechos civiles y en materia de igualdad, pasando por las dudas sobre el 11M. En materia de impuestos, fue Aguirre quien comenzó a convertir a Madrid en una suerte de paraíso fiscal, como ahora denuncian algunos dirigentes autonómicos.
Aguirre daba todas las batallas culturales y contaba para ello con el apoyo de la derecha mediática, que criticaba casi con la misma dureza al Gobierno que la oposición “acomplejada”, decían, de Rajoy. El Ejecutivo regional invertía mucho dinero en publicidad o patrocinios y adjudicó los nuevos canales digitales (TDT) a sus afines. Incluso el actual director de Gabinete de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, recibió 600.000 euros para un medio que nunca vio la luz.
En 2008 todo se precipitó. Rajoy perdió sus segundas elecciones y quienes reclamaban una oposición más dura pidieron su cabeza. La alternativa solo podía ser una: Esperanza Aguirre. Su presencia mediática era abrumadora y su influencia en los centros económicos de poder, concentrados la mayoría en Madrid, era importante. Pero Rajoy no cedió, aguantó el envite y ganó. Aguirre hizo como Gallardón cuatro años antes: desistir antes de perder. Uno de los hombres clave entonces fue Francisco Camps, quien garantizó a Rajoy el apoyo del por entonces poderoso PP valenciano. A él y a la alcaldesa de la capital, Rita Barberá, dedica muy buenas palabras en su libro el expresidente del Gobierno. En 2011, Rajoy logró la mayoría absoluta más amplia de su partido.
Más de una década después, los paralelismos son evidentes. En Génova hace semanas que se comenzó a extender la idea de que Ayuso está planeando un asalto como el que protagonizara su madrina política, para quien trabajó como asesora de comunicación durante mucho tiempo. A veces junto a Casado. Ambos son ramas del mismo tronco y, quizá por eso, pocos entienden lo que está pasando entre ellos. En la sede nacional del PP recuerdan que fue Casado quien confió en la actual presidenta de Madrid cuando nadie daba nada por ella y cuando no tantos querían liderar la candidatura para ocupar el hueco de Aguirre, Ignacio González y Cifuentes.
El equipo de Casado cree que son “los mismos” que en 2008 se movilizaron contra Rajoy. Y les acusan de querer hacer “un PP pequeño”, escorado a la derecha, de raíces neocon y que se resume en la frase “Madrid es España” que tan famosa hizo Ayuso. Entre sus más fervientes defensoras, Álvarez de Toledo, quien la ha señalado como la “alternativa” a Pedro Sánchez.
A este relato ha contribuido la aparición de Esperanza Aguirre, quien respalda públicamente a Ayuso en todos sus movimientos, aprovechando su todavía importante tirón mediático. Lo hizo en una entrevista en El Mundo que terminó de desatar las hostilidades entre Génova y la Puerta del Sol y que mereció una respuesta inédita en el PP apenas un día después: “Lo que destrozó al PP de Madrid fue la corrupción”. También Aznar amagó con situarse del lado de la presidenta y defendió que Ayuso hacía bien al situarse como antagonista del Gobierno de coalición, recordando que fue lo que él mismo hizo desde la Junta de Castilla y León. Uno de sus hombre de confianza entonces era Miguel Ángel Rodríguez. Luego, el expresidente ha optado por mantenerse al margen.
En la Puerta del Sol critican estas filtraciones y defienden que Ayuso no tiene ninguna pretensión más allá de Madrid. No solo que no quiere mover hoy la silla a Casado, sino que ni siquiera cuando él se vaya intentará dar el salto. Así lo expresó ella misma en la convención nacional del PP, y luego, siempre que le han preguntado.
Pero desde entonces la tensión entre ambos no ha hecho más que crecer, los enfrentamientos públicos se multiplican y la incomodidad de los protagonistas es incluso física. Las dudas sobre cómo debían colocarse Ayuso y Casado en el photocall de la presentación del libro de Rajoy son la muestra de que, más allá de las intencionalidades y explicaciones, su cohabitación no fluye con naturalidad. En la manifestación contra la ley mordaza ni siquiera coincidieron. Y no fue fácil lograrlo.
Como ya ocurriera a principios de siglo, no hay congreso autonómico, entrevista o rueda de prensa que no esté dominada por el enfrentamiento, lo que no hace más que engrandecer la figura estatal de la presidenta madrileña. Por eso, ahora Casado intenta encapsular el conflicto dentro de la M50 y cortar las alas de Ayuso. Es el segundo aprendizaje del presidente del PP: no dejar que las cosas se arreglen solas, sino atajarlas.
El congreso de Aragón, que se celebra el 18 de diciembre, no contará con una “mesa de presidentes autonómicos”, como ha ocurrido con los de Andalucía y Castilla-La Mancha, y en las que Ayuso ha aprovechado para eclipsar a todos con sus mensajes, lo que obligó a Casado a responder.
Pero el de Aragón será un congreso especial en otro sentido. Romperá la tradición de que el líder autonómico debe presidir el partido y será el alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, quien tome las riendas. Además, Azcón ha decidido sustituir a los barones regionales por el portavoz nacional del PP, José Luis Martínez Almeida, quien sí tendrá espacio para dirigirse al plenario, y en solitario. Almeida también es alcalde, de Madrid. Y es a quien apuntan desde Génova como opción que contraponer a Ayuso en unas hipotéticas primarias por el control del partido en la región si la presidenta no se aviene a negociar la composición de la ejecutiva.
Como ya ocurriera en 2004, cuando la negativa de Aguirre a incorporar a Cobo como número dos desató las hostilidades, Casado quiere un secretario general en Madrid de su confianza. Y está pensando en la actual responsable, Ana Camins.
Donde tampoco coincidieron Ayuso y Casado fue en la recepción oficial en la Puerta del Sol celebrada este viernes con motivo de la celebración del aniversario de la Constitución. Al acto acudió Aguirre, pero también Alberto Ruiz Gallardón. El exalcalde vio en 2008 cómo la por entonces presidenta cortocircuitaba sus opciones de ir de número dos de Rajoy por Madrid. Aguirre amagó incluso con dimitir y usar su puesto orgánico para imponerse en las listas. Rajoy los mandó a cada uno de vuelta a sus quehaceres y Gallardón, derrumbado, anunció su intención de dejar la política.
No lo hizo. En 2011 Rajoy recompensó su paciencia y le promocionó a ministro de Justicia. Sus intentos de revertir la ampliación del derecho al aborto impulsó al movimiento feminista, que ganó esa batalla en las calles, por lo que Rajoy optó por guardar la reforma en el cajón. Entonces sí, Gallardón dimitió.
Aquel día de 2008, según recogen las crónicas, Aguirre le dijo en el ascensor de Génova: “Alberto, no sé por qué te pones así. El día 9 [de marzo, día de las elecciones] vas a estar igual que hoy. Si se gana, podrás ser vicepresidente si Mariano te lo pide. Y si Mariano pierde, tú y yo estaremos en iguales condiciones, como los demás”. En igualdad de condiciones para asaltar la planta noble de Génova, se entiende. Tenía razón, pero en un sentido inverso al que quería expresar.
En el acto de este viernes se reencontraron los viejos enemigos. Todo fue amabilidad entre ellos. Gallardón se acercó a Ayuso y la besó en ambas manos. El exministro se dejó escuchar por los periodistas durante su breve conversación con Aguirre: “Lo de Ayuso es imparable”. Pero Casado cree que puede hacerlo. Al menos lo va a intentar, porque su supervivencia política puede depender de que lo consiga.