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La herida del atentado islamista del Crocus City Hall sigue sin cerrarse un año después

Moscú, 21 mar (EFE).- “Recuerdo pánico, disparos, incendio y los cuerpos de gente acribillada en la primera planta”, comentó a EFE Serguéi Ledujovski, uno de los supervivientes del ataque islamista contra la sala de conciertos Crocus City Hall de Moscú, donde hace un año murieron 145 personas.
Ese día, el 22 de marzo de 2024, Serguéi y su pareja acudieron a la famosa sala moscovita, que otrora acogía los mejores conciertos de la ciudad, para asistir a un espectáculo de su grupo favorito, Picnic.
El concierto prometía ser un éxito, pues el auditorio estaba abarrotado de gente -varios miles- y para entrar los asistentes tuvieron que hacer largas colas.
Serguéi recuerda que Picnic, una banda de rock que saltó a la fama en los años 80 del pasado siglo, ofrecía dos conciertos -el 22 y 23 de marzo- y la pareja quería comprar entradas para el segundo, pero estas se agotaron.
Una encerrona mortal
Serguéi y su novia bajaron al ropero para dejar sus abrigos y subieron a la sala. Sus asientos estaban en un balcón, arriba de todo.
El hombre propuso a su pareja comer algo en el bufete antes del inicio del concierto, pero ella se negó. Luego Serguéi contaría que eso, posiblemente, les salvó la vida, ya que muchas víctimas fueron asesinadas en el comedor.
A las 19.57 Serguéi le mandó un mensaje a su sobrina desde la sala llena de gente y cuatro minutos después estallaron los primeros disparos.
La gente, en estado de shock, tardó unos segundos en comprender qué estaba sucediendo, pero cuando los terroristas comenzaron a disparar indiscriminadamente contra la multitud, los asistentes al concierto se abalanzaron hacia las salidas de emergencia.
Serguéi y su novia descendieron por unas escaleras mecánicas, viendo los cuerpos de los fallecidos en las plantas de abajo, y luego se metieron en un ascensor, aunque temerosos de que podía detenerse en cualquier momento, pues los terroristas ya habían prendido fuego al edificio.
Tras llegar a la planta del aparcamiento, corrieron hacia el primer coche en marcha que vieron, que les llevó hasta donde habían aparcado su propio vehículo.
En las manos tenían solo un tícket del ropero donde dejaron sus abrigos y que se convirtió para siempre en un recordatorio de la tragedia vivida.
Un trauma imborrable
“Tuvimos mucha suerte. Pero sigo reviviendo ese día, porque dejó una huella muy profunda”, reconoce Serguéi.
Cuenta que desde entonces es más cauto y previsor, observa siempre las vías de evacuación de los lugares a donde acude.
A la vez, opina que no es posible prevenir todos los ataques, porque en el Crocus había seguridad y detectores de metales por los que pasaba la gente, algo que no impidió la tragedia del año pasado.
“Algunos (atentados) se pueden prevenir y otros, no. Estas cosas pueden ocurrir en cualquier sitio y afectar a cualquiera. Nadie está a salvo”, asegura.
La mano negra ucraniana se desvanece
Las fuerzas de seguridad detuvieron al día siguiente a once personas sospechosas de estar detrás del atentado, entre ellas sus cuatro autores materiales, todos ellos ciudadanos tayikos.
Inicialmente, se les señaló como yihadistas vinculados a los servicios secretos ucranianos, ya que se dirigían en coche a la frontera con el país vecino.
No obstante, esa versión nunca fue confirmada con pruebas y perdió fuerza conforme avanzaba la investigación.
De hecho, las autoridades fueron duramente criticadas por bajar la guardia, mientras estrechaban el cerco contra opositores, disidentes y pacifistas dentro del país.
Mientras, la huella islamista no dejaba lugar a dudas, ya que el ataque fue reivindicado por el Estado Islámico y se convirtió en el mayor atentado en este país desde 2004.
Los inmigrantes pagan los platos rotos
Sus consecuencias las sintieron en carne propia tanto las víctimas, como los miembros de la numerosa diáspora tayika que vive en Rusia y que se convirtió en el punto de mira de las fuerzas del orden durante varios meses, lo que incluyó numerosas deportaciones.
La estigmatización de los tayikos llevó también al éxodo de la mano de obra de ese país centoasiático, que no obstante se ralentizó meses después del atentado.
En vísperas del primer aniversario del atentado que conmocionó a Rusia, las autoridades ordenaron reforzar las medidas de seguridad en la capital.
En tanto, el edificio donde ocurrió la tragedia y donde mañana se abrirá un memorial a las víctimas del atentado sigue en pie como un testigo mudo del horror que vivieron centenares de personas hace un año, los cuerpos de algunos de los cuales nunca fueron encontrados.
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