Los disturbios son un trabajo de equipo. En la primera jornada del debate de investidura, el protagonismo en el Grupo Popular había recaído lógicamente en su líder, Pablo Casado. Al día siguiente, le tocaba tomar el relevo al grupo parlamentario en su conjunto, que sin duda iba a generar más decibelios. Todos venían con las gargantas preparadas.
Las derechas cargaron con todo en el día en el que debía hablar la portavoz de Bildu. No era la primera legislatura en la que intervenía alguien de esta formación, pero hasta ahora lo había hecho como integrante del grupo mixto en el que se disponen de pocos minutos. Ahora lo hacía con grupo parlamentario propio y así contaba con 30 minutos completos. Parece que unos cinco minutos es lo máximo que están dispuestos a escuchar a este grupo los diputados del PP. A partir de ahí, toca entrar en combate. La libertad de expresión se mide ahora en minutos en la Carrera de San Jerónimo. No muchos.
La tensión y el colesterol malo se dispararon muy pronto cuando Mertxe Aizpurua presumió del valor de los cinco diputados de Bildu: “Hoy, señor Sánchez, la paradoja es que usted no puede formar Gobierno sin el concurso de las izquierdas soberanistas. Es decir, no hay modelo democrático avanzado para el Estado sin contar con los independentistas”. Las pulsaciones de los del PP ya estaban muy altas.
Bildu se abstendrá en la votación del martes, lo que permitirá la reelección de Pedro Sánchez, se supone que por sólo dos votos de diferencia. Los miembros del PP están rabiosos, quizá porque esperaban que la izquierda abertzale votara con ellos de forma negativa. Y con rabia respondieron. “Qué vergüenza”. Muy pronto, los insultos: “Terrorista”. “Asesinos”. Eso cuando se entendían. Lo habitual es que gritaran todos a la vez.
De inmediato, se vio que no iban a parar. La intención no era soltar unos gritos, sino boicotear el discurso. También se apreció que la presidenta del Congreso no estaba en condiciones de imponer el orden, de que se permitiera hablar a la persona que tenía la palabra. Es cierto que los populares no estaban dispuestos a aceptar ninguna autoridad. Como se vio después, su jefe era el primero que se ponía a veces a gritar.
Batet optó por defender ciertos principios democráticos, la típica carta que se espera de la presidencia de la Cámara y que ese día no iba a funcionar con el PP. Lo intentó: “Hubo otras épocas en este país en que efectivamente no se permitía la crítica al Gobierno ni a otras autoridades del Estado. Por suerte, esas épocas han pasado. Para garantizar la democracia plena, tenemos que garantizar la libertad de expresión en el interior de esta Cámara” (gritos de nooo, nooo entre los diputados del PP).
Todo venía porque Aizpurua había hecho una referencia al discurso del rey del 3 de octubre de 2017 contra el desafío independentista en Catalunya para acusarle de promover un “bloque político y mediático” para impulsar la “contrarreforma autoritaria”. Gritos, aspavientos, insultos, también desde los escaños de Vox. Después, Aizpurua pidió cambios en la política penitenciaria “que la ajusten a la legalidad y la rescaten definitivamente de la excepcionalidad en la que la han instalado”. Más insultos. La mención a la legalidad no conmovió mucho al PP. No están interesados en esa legalidad. La diputada elogió a Arnaldo Otegi y ahí los gritos arreciaron.
Casado comenzó a hacer gestos desde el escaño durante el discurso para que Batet hiciera algo. ¿Censurar a la portavoz de Bildu? Aparentemente, sí. Casado y Álvarez de Toledo agitaban el reglamento del Congreso con la intención de que se les permitiera interrumpir el discurso, que es algo que efectivamente no puede hacer el líder de la oposición por su cuenta.
Batet concedió a Casado la posibilidad de hablar después del discurso. El líder del PP le reclamó que debería haber llamado al orden a la portavoz de Bildu “cuando ha vertido descalificaciones y conceptos injuriosos a las instituciones del Estado”. Pero para él lo importante era apuntar a Sánchez: “Lo más escandaloso es que el candidato a la presidencia del Gobierno no ha defendido ni la Constitución ni al rey de España (en ese momento se vio a Sánchez en su escaño decir ”venga ya“) ni a las víctimas del terrorismo”.
Mientras hablaba Casado, Batet ya le estaba recordando que no podía tener en ese momento su propia intervención. Ya había disfrutado de ella el día anterior. No se atrevió a cortarle el micro y Casado acabó cuando quiso con el remate final: “Es infame lo que hemos vivido”.
Edmundo Bal, de Ciudadanos, tuvo también su minuto extra para denunciar que Aizpurua había llamado “fascista” al rey, lo que era falso. Ya todo daba igual. Batet le cortó cuando Bal ya había conseguido su corte para los informativos.
Los diputados socialistas y de Podemos aplaudieron en más de una ocasión las palabras de Batet. Perfecto para la maquinaria de propaganda. El PP y Vox difundieron esas imágenes en Twitter con el titular: “El PSOE aplaude a Bildu”. La desinformación es un producto de elaboración nacional en cada país y en España se practica con la misma soltura que en otros sitios. Los rusos son unos aficionados.
La portavoz socialista tuvo a bien dar algunos consejos no solicitados a Casado y al PP. “Si usted habla como Vox, dice lo que Vox y se comporta como Vox, no es que usted se convierta en Vox. Es que sus votantes votarán a Vox”, dijo Adriana Lastra.
Es una relación causa-efecto que no podemos dar por evidente, aunque está claro que los 3,6 millones de votantes de Vox no han llegado del espacio exterior. Es posible que llegue el momento en que Casado se haga esa reflexión. Lo que es seguro es que estamos en la hora de golpear duro, gritar “Viva España” y preguntar si la cabra de la Legión está disponible para el fin de semana.