La investidura de Sánchez resucita al PP de las trincheras y la radicalidad

En el Parlamento del XIX, los diputados se referían a quienes les precedían en el uso de la palabra como “mi ilustre opinante”. En el del XXI, lo que se estila es llamarle “sociópata, mentiroso, fatuo, arrogante y patético”, que es como el líder del PP, Pablo Casado, llamó a Pedro Sánchez nada más subirse a la tribuna de oradores durante la sesión de investidura. Es la distancia entre Castelar y Pablo Casado. Entre el buen y el mal parlamentarismo. Entre la política y la politiquería. Lo que llega anticipa otra Legislatura bronca. El “cayetanismo” se ha impuesto en la calle Génova. Por mucho que se esfuerce Santiago Abascal, el líder de Vox tiene difícil superar la verborrea en la que ha mutado con desparpajo el jefe de la bancada popular para atacar al candidato socialista y a su futuro gobierno de coalición. El ambiente destila ya más crispación y más trazo grueso que el que se vivió entre 2004-2008 con la virulenta y vehemente estrategia que desplegó Rajoy contra el entonces presidente Zapatero.

Por partes. Se abrió el telón y Pedro Sánchez fue directamente al grano: “Aquí no se va a romper España ni la Constitución. Lo que se se va a romper es el bloqueo al Gobierno progresista votado democráticamente por los españoles”. Fue hilvanar la primera frase y en el hemiciclo retumbó el primer abucheo de la oposición popular que la bancada socialista y la de Unidas Podemos intentaron acallar con un prolongado aplauso. La sesión careció desde ese instante de la solemnidad y el respetuoso silencio que acompañan cada debate de investidura. Todo fue bulla. Nada es ya como antes.

Claro que tampoco se había vivido jamás en democracia una investidura más agónica y con tanto sobresalto. Ni sostenida por los votos de los republicanos. Ni con una fractura del bloque independentista como telón de fondo. Ni precedida por la inhabilitación de un president de la Generalitat por no retirar unos lazos amarillos. Ni con tanta turbulencia judicial. Ni con el primer gobierno de coalición de izquierdas en el horizonte inmediato. Ni en medio de las fiestas navideñas. Ni en fin de semana...

Aun así, Sánchez se subió a la tribuna completamente seguro ya de que contaría, en segunda vuelta, con los votos necesarios para ser investido presidente porque ERC aguantaría la presión de sus socios de gobierno en la Generalitat, pese a la controvertida decisión de la Junta Electoral de inhabilitar a Torra. Tanto como que la crisis catalana y su acuerdo con los republicanos para abordar el “conflicto político” en una mesa de negociación entre gobiernos y someter a consulta de los catalanes los acuerdos que se deriven de ella estarían en el centro del debate. Por eso quiso disipar toda duda sobre la lealtad constitucional del PSOE, “un partido español, formado por compatriotas, que con aciertos y errores ha contribuido y contribuye a mejorar la vida de nuestra sociedad”. Todo en un tono más de mitin que de presidenciable.

No entró en ningún momento en los detalles del acuerdo con los republicanos, pero insistió en retomar el diálogo, la negociación y el pacto como única vía “posible” para encontrar una solución al conflicto catalán. “Es evidente que no existe un único modo de vivir o sentir la identidad nacional”, añadió poco antes de apuntar que ya este extremo se recogió en el el artículo 2 de la Constitución que habla de nacionalidades y no de naciones. Y luego se quejó de que la actual es una crisis heredada del gobierno de Rajoy, sobre quien descargó toda la responsabilidad del delicado momento político actual por su inmovilismo ante el desafío soberanista. Su apuesta fue nítida: “Dejar atrás la deriva judicial que tanto dolor y fractura” han causado. Solo después de Catalunya ya desgranó sus objetivos para la legislatura con un programa de guiños a la izquierda al que se refirió como ejercicio de “patriotismo social”.

Para entonces Casado ya calentaba en el escaño a la espera de subir a la tribuna y desplegar una retahíla de furibundos ataques con los que que puso muy difícil a Abascal competir en radicalidad. No habían transcurrido ni 60 segundos de su discurso cuando ya demandó la aplicación del 155 de la Constitución en Catalunya, que en las redes sociales se celebró con un “chupito” y él planteó en términos amenazantes al defender que si Sánchez no lo hacía le llevaría ante los tribunales por delito de prevaricación. Tampoco es nuevo que la derecha quiera ganar en los tribunales lo que pierde en las urnas. Con Casado vuelve la judicialización de la política, la inflamación de la calle y un PP en el que se ha impuesto el discurso más “cayetanista” frente a las tesis de moderación.

“¿Cuándo se jodió el socialismo constitucional?”, se preguntó acto seguido parafraseando a Vargas Llosa y su frase sobre el Perú para situar al PSOE de Sánchez fuera de la Carta Magna y acusarlo de emprender una operación de derribo constitucional al más puro estilo del relato que durante años defendió Mayor Oreja sobre el gobierno de Zapatero. Nunca un PP tan nuevo sonó más viejo que el que representó Casado con un discurso en el que tampoco podían faltar alusiones a la ETA que desapareció en 2018 y sigue tan presente en las intervenciones de la derecha española. “Qué solos se han quedado nuestros muertos”, declaró en alusión a la abstención de Bildu en la investidura.

Si hay algo que molesta al socialismo y a las víctimas es la utilización que el PP hace con descaro del dolor que causó durante años la banda terrorista. Y por eso Sánchez le pidió que parara ya de hablar de ETA. Lo mismo dijo sobre Rubalcaba, cuya memoria el PP usa hasta la náusea en estos días, a pesar de que llegó a pedir hasta 46 veces su dimisión y desplegó contra él una de las ofensivas políticas más duras de cuantas se recuerdan en democracia.

Vox pide la detención inmediata de Torra

En estas llegó Abascal, el líder de Vox, y subió la apuesta contra Sánchez al anunciar una triple ofensiva en el Congreso, en los tribunales y en las calles para “frenar” los planes de un Gobierno que calificó de “traidor” y “fraudulento”. Y siguió con la retahíla de improperios: “Es un fraude, un mentiroso, un estafador, un político indigno, un mentiroso y un personaje sin escrúpulos que a caballo del apoyo mediático y sometiendo a las instituciones, es capaz de cualquier cosa por seguir viviendo en La Moncloa”. Hubo más: “Es un villano de cómic, es un Tirano Banderas, que lo mismo se envuelve en la bandera nacional que en la estelada, en la europea o en la cubana, un político indigno que ha cometido el mayor fraude electoral de la democracia, pactando al día siguiente de las elecciones con quien había prometido no pactar”. Y todo ello después de pedir la inmediata detención de Torra por estar en “absoluta rebeldía” y decir que en España “no hay ley”.

Arrimadas baja el tono, pero se perpetúa en la derecha

Para cuando subió a la tribuna Inés Arrimadas, en representación de Ciudadanos, ya estaba todo dicho por parte del bloque de la derecha del que ella no se salió un milímetro, aunque su tono sonó menos duro que el de Casado, el de Abascal o el que usaba Rivera en su día. Ya el orden que impone el Reglamento para las intervenciones –de mayor a menor– y la hora en que desplegó un átono parlamento la situó frente al espejo de la irrelevancia en que han quedado los naranjas en la Cámara. Con todo, su intervención no pasó de la manida consigna y la ramplonería. Y Sánchez se fajó duro en la réplica hasta dejarla reducida a una “versión de bolsilllo” de la derecha de “tapa dura”.

Pedro Sánchez contó frente a las invectivas de la derecha en sus tres versiones con un Pablo Iglesias, que esparció por el hemiciclo todo lo que él no pudo o no quiso responder a sus adversarios. La sintonía y el reparto de papeles entre ambos ha empezado incluso antes de sentarse en la mesa del Consejo de Ministros. De un lado, habló de “un programa de reconstrucción de derechos y libertades arrebatados y de la creación de otros nuevos”. Y de otro, arremetió con dureza contra lo que llamó las “fuerzas de derecha, de ultraderecha y de ultra ultraderecha” y el discurso de la “anti-España y la dictadura”.

La sorpresa de la jornada la dio la diputada Ana Oramas, de Coalición Canaria, que decidió desobedecer la abstención aprobada por la dirección de su partido y anunciar de viva voz que votará “no” por coherencia y por lealtad a su país y sus principios. La diputada canaria se enfrenta ahora a la expulsión de la formación en la que milita. Su cambio de posición reduce a sólo dos votos la diferencia entre los apoyos y los rechazos que cosechará la candidatura del líder del PSOE. En la votación prevista para este domingo, tiene garantizado el apoyo de sus 120 diputados, los 35 de Unidas Podemos, los seis del PNV, los tres de Más País-Equo-Compromís y los otros tres que suman los representantes de Teruel Existe, Nueva Canarias y Bloque Nacionalista Galego (BNG) En total, 167 escaños que no son suficientes para salir elegido en la primera votación, en la que se exige llegar a la mayoría absoluta (176 votos).

El bloque del 'no' suma 165 escaños: 88 del PP, 52 de Vox, los 10 de Ciudadanos, 8 de Junts per Catalunya, 2 de la CUP, 2 dos de Unión del Pueblo Navarro (UPN), 1 de Foro Asturias, 1 del PRC y uno más ahora. Así, la investidura está, a priori, garantizada en la segunda vuelta, donde solo necesita más 'síes' que 'noes', salvo imprevistos de última hora.

Tras el sobresalto de Oramas, quedó explicitada la ruptura del bloque independentista con la que ya el PSOE saca pecho. La portavoz de los post convergentes, Laura Borrás, proclamó el “no”, a pesar de que admitió que Sánchez había acudido “con otro talante y otro tono”. No obstante le reprochó que no se acordara “de los compañeros presos políticos” como sí había hecho el líder de Podemos, Pablo Iglesias, al que ha dado las gracias. Borrás dudó, por tanto, de la voluntad de un Sánchez de “mil caras” al tiempo que coincidió con el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, en que la decisión de la JEC de inhabilitar a Torra como president y a Junqueras como eurodiputado ha sido “un golpe de estado” en toda regla.

Pese a todo, ERC se mantuvo en la “abstención” y defendió, frente a los ataques de la derecha, un acuerdo con el PSOE que invitó a los populares a leer en las webs de todos los diarios. “El único pacto secreto es el que ustedes hicieron anoche en la Junta Electoral, una auténtica salvajada y un golpe de estado de libro”. Rufián se cebó con la banda popular, a la que tildó de “asilvestrada”, después de que desde sus escaños le lanzaran todo tipo de improperios. Tampoco perdió ocasión para recordar a Sánchez sus bandazos políticos y su adversa hemeroteca y advertirle de que “no hay presidente socialista que haya llegado a La Moncloa sin Catalunya ni contra Catalunya” y que “sin mesa (en alusión al marco ad hoc creado para el diálogo entre gobiernos), no habrá Legislatura”.

Por cierto, Pablo Iglesias fue el único que improvisó, y no leyó, cuando se subió a la tribuna. El resto, incluso Casado, que hasta ahora acostumbraba a hacerlo sin papeles, se parapetaron tras un guion escrito. En su caso fue comprensible dada la dificultad que debe suponer memorizar la retahíla de exabruptos que encadenó. En esto, como en la forma de dirigirse a quien precede en el uso de la palabra, el Parlamento del XXI también es muy distinto al de otros tiempos en los que estaba prohibido leer discursos.

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