A veces, las encuestas y los asesores suelen provocar espejismos. Ha vuelto a pasar. Nadie esperaba este domingo en el PSOE que la derecha les barriera casi por completo del mapa. Los españoles quizá no hayan derogado formalmente el sanchismo porque Pedro Sánchez sigue en La Moncloa, pero Feijóo, tras este 28M, puede hablar de cambio, de vuelco, de revulsivo… Y de tener el camino más expedito hacia La Moncloa. La derecha se impuso en el cómputo global de votos locales —algo que se daba por descontado tras la defunción de Ciudadanos— pero además, se hizo con el poder institucional de seis de las nueve autonomías donde gobernaban hasta ahora los socialistas.
La marca de Sánchez perdió su pieza más codiciada, la Comunitat Valenciana, y tras ella se esfumó La Rioja, Extremadura, Baleares, Aragón y quizá Canarias. Solo el castellano-manchego Emiliano García Page, el asturiano Barbón y la navarra Chivite resistieron al tsunami popular y podrán seguir en el gobierno. El PP arrasó también en las grandes ciudades, incluso en la simbólica Sevilla y el PSOE perdió capitales como Huelva, Granada, Toledo, Castellón, Segovia, Burgos, Gijón, Murcia, Palma e incluso Valladolid, que no estaba ni en el peor de los escenarios. Además tampoco logró ser primera fuerza, tal y como se había propuesto, en Barcelona, donde se impuso el ex convergente Xavier Trias.
En términos globales y de voto local no se puede hablar estrictamente de hundimiento porque respecto a 2019 los socialistas perdieron 600.000, pero sí de un reparto aplastante a favor de los de Feijóo —que sumaron casi 2 millones más de votos que hace cuatro años— y de una acumulación de poder institucional que solo será posible para el PP con la suma de la ultraderecha. Así que si a algo obligan estas elecciones es, además de a que el PSOE revise su estrategia, a distinguir entre el avance y la posibilidad de traducir eso o no en mayorías de gobierno.
El fenómeno afecta especialmente a un PP que se sitúa como primera fuerza política en el cómputo global —con más votos y más concejales—, pero que sólo podrá gobernar en algunas plazas por el apoyo de la ultraderecha de Vox, que se erige en uno de los grandes vencedores de la noche. Feijóo, esta vez sí, se tendrá que retratar, y no como cuando Mañueco decidió gobernar con los de Abascal. El entonces recién elegido presidente del PP arguyó que aquello era solo una parte del legado que le dejaba Pablo Casado. Pero, ahora, el líder de la ultraderecha pide un pacto de alcance nacional y ya está exigiendo un interlocutor para esa negociación, después de resistir claramente el llamado “efecto Feijóo” y de que no le haya pasado factura siquiera el estrepitoso fracaso de la moción de censura con el esperpéntico Tamames como candidato a la Presidencia del Gobierno.
El PSOE se enfrenta, por su parte, a la paradoja de que habiendo crecido en porcentaje de voto en algunas comunidades perderá parte del poder institucional que acumuló en 2019 en buena medida por la debilidad de la izquierda a su izquierda que se queda sin representación en las autonomías de Madrid y Valencia. Quizá la campaña se le hizo demasiado larga a los socialistas porque, pese a los anuncios millonarios del presidente, la derecha sacó partido de asuntos que no le eran favorables a los de Sánchez. El PP estiró el asunto de ETA no tanto para movilizar a los suyos como para generar dudas en el electorado de la izquierda y le dió resultado. Sin embargo, no hay duda de que el tsunami que ha arrasado con los gobiernos progresistas tiene más que ver con el ruido interno del gobierno de coalición y los aliados parlamentarios del PSOE que con un mal planteamiento de campaña o con los propios candidatos. Dicho de otro modo: las dinámicas nacionales fueron las que se llevaron por delante a Ximo Puig, Vara, Lambán, Andreu y todos los demás...
El retroceso de Podemos ha terminado por arrastrar a la totalidad de la izquierda debido a los errores de su dirección, una circunstancia que les pasará factura en la coalición de Gobierno, donde los morados quedarán aún más debilitados y en peores condiciones para negociar una candidatura con el espacio Sumar que lidera la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. El relato de que solo Podemos es garante de las políticas sociales desplegadas por Sánchez no parece que haya recibido el respaldo de las urnas y tampoco su campaña de acoso y derribo contra los medios de comunicación y los empresarios.
Claro que Díaz sufre también un notable revés con la salida de Ada Colau de la alcaldía de Barcelona. La vicepresidenta segunda había puesto en marcha un proyecto político apoyándose en Ada Cola, Mónica García y Mónica Oltra, o dicho de otro modo, en Barcelona en Comú, Más Madrid y Compromís, tres formaciones que no han salido bien paradas en la noche de este domingo, lo que puede proyectar la imagen de un Sumar construido sobre una conjunción de partidos perdedores.
La izquierda a la izquierda del PSOE demuestra que ya ni con las campañas, que fueron su hábitat favorito, son capaces de movilizar al electorado, ya que se quedan fuera de los Parlamentos de Canarias, Cantabria, Valencia y Madrid. Y tampoco el electorado ha terminado de entender que, aunque Díaz no se presentara a la campaña, pidiera el voto para varios partidos. Con la derrota de sus principales marcas promotoras le costará más lanzar su proyecto político para las generales
De Ciudadanos estaba todo dicho antes de la campaña. Los errores de Rivera, seguidos de los de Arrimadas sepultaron definitivamente un proyecto político diseñado en los despachos del poder para arrebatar la hegemonía de la derecha al PP y que resultó siendo un émulo de él, cuando no de Vox. Ni la voluntariosa Begoña Villacís salvó los muebles de los naranjas en Madrid. El tiempo dirá en qué siglas acabará. O en qué tertulia televisiva.
¿Quiere todo esto decir que el camino de las derechas está despejado para diciembre? Más allanado, sin duda. Gobernará en 12 de las 17 comunidades autónomas y eso marca tendencia por mucho que las elecciones locales no sean concluyentes como está instalado en el imaginario colectivo y la suma de la izquierda en algunas plazas se haya quedado tan solo a punto y medio de alcanzar la mayoría.
Hay precedentes de que, por ejemplo, un magullado PSOE en locales y autonómicas consiguiera meses después sumar hasta siete puntos más en las generales y empatar en la práctica con un PP que en 1996 aspiraba a ganar con una mayoría arrolladora. La diferencia fue sólo de 300.000 votos. Por contra, el PP superó al PSOE en 2007 en casi punto y medio y dio por hecho la victoria en las legislativas del año siguiente, pero los socialistas ganaron con una diferencia de cuatro puntos.
Nadie mejor que Ciudadanos para saber que las municipales tienen dinámicas propias porque con Albert Rivera de líder llegó a duplicar su porcentaje de voto entre las locales de mayo de 2015 y las generales de diciembre de ese mismo año. Luego, eso sí, tan sólo un mes después de empatar con el PP en las generales de abril de 2019, perdió más del 45% de sus apoyos en las municipales de mayo. Otro caso claro de que no se puede decir con rotundidad que las municipales anticipen el futuro es Vox, que en 2019 sumó sólo un 4% de voto en las locales y ese mismo año rebasó el 15% en generales. En esta ocasión, los de Abascal irrumpen en todos los parlamentos, doblan sus votos y advierten al PP de que serán decisivos.
Sólo el tiempo dirá lo que puede pasar en las generales de diciembre, pero lo del 28M ha sido una derrota sin paliativos de Sánchez que se empeñó en nacionalizar una campaña de la que casi todos sus candidatos salen derrotados.
La batalla del relato para contener los daños de la onda expansiva ya ha empezado y también el reparto de culpas con el que el PSOE dejará en breve, con seguridad, los tiempos de paz orgánica. Vienen curvas y muy cerradas para la izquierda en esta España donde Vox se consolida como actor decisivo para la gobernabilidad.
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