Media España bizquea entre el drama de Rocío Carrasco y el “show de Ayuso” mientras la otra media polemiza con la secesión de los ricos del fútbol que anhela Florentino. Es como si el presidente del Real Madrid siguiera en el deporte los latidos del gobierno madrileño, que ni siente ni padece, pero sí insulta a quienes integran las colas del hambre; rechaza que los ricos paguen más impuestos que los pobres y enarbola como nadie el aquí cada cual que se busque la vida como pueda. Lo llaman libertad cuando en realidad suena a egoísmo, individualismo e insolidaridad.
En horario de reality, y compitiendo en audiencia con la hija de “la más grande”, arrancó un debate cuyos organizadores explotaron con un despliegue mediático de seis horas de directo entre el previo, el debate y el post. Madrid, a todo gas. Madrid, primero. Madrid como seña de una identidad que nunca existió ni es reconocida siquiera por los madrileños, más allá del “procesismo” que representa una presidenta que en apenas dos años ha pasado de perfecta desconocida a lideresa de la nueva derecha madrileña en toda su extensión. Casado tiembla y MAR se pavonea. El “ayusismo cañí”, sí, se ha hecho un hueco en el parqué nacional por obra y gracia del que fue hacedor del primer Aznar y además sale ileso, pese a las embestidas de una izquierda coordinada, en un debate televisado en el que nunca quiso estar.
En sus pantallas, un “Madrileños por España” con las televisiones nacionales haciendo de amplificador y con una Ayuso contra todos cociéndose en su propia salsa. La presidenta cabalgaba sobre la euforia de saberse primera en las encuestas y dispuesta a que ningún dato o acusación de la izquierda le rozase un solo rizo de su cabellera. En modo más de barra de bar que presidencial se mostró altiva y faltona mientras venía a decir: atacadme, que cada ataque es un voto más. El intenso cruce de reproches de los distintos candidatos de la izquierda no le dio respiro. Uno tras otro la acorralaron. Pablo Iglesias, Mónica García y hasta Gabilondo, que por primera vez entró en el cuerpo a cuerpo. “Yo no traje el virus, aunque no me crean. El virus que empezó asolando China, pasó a Italia y entró a España por Barajas, donde no ha habido ningún tipo de control”, intentaba defenderse de la contundencia de las cifras que sitúan a la región a la cabeza de fallecidos, contagiados, ingresos hospitalarios y enfermos UCI.
Con el insulto siempre en la boca, Ayuso no se privó de calificar de “pantomima” y “mezquino” al aspirante de Podemos, Pablo Iglesias; de cuestionar a la de Más Madrid, Mónica García, sobre su autoridad profesional como sanitaria y de ningunear a Gabilondo al tratarle como a una especie de marioneta de La Moncloa. A mitad del debate y ya metidos en materia económica, el candidato del PSOE se vio obligado a responder a su contrincante “yo no soy Sánchez, soy Ángel Gabilondo y me presento yo”.
El socialista exhibió un nuevo registro y sorprendió desde el inicio al exhibir en plató la carta por la que la Comunidad de Madrid dio instrucciones a las residencias para negar asistencia hospitalaria a los mayores enfermos de COVID durante la primera ola de la pandemia. “Eso no es gestión es ideología”, afirmó. Gabilondo explotó además el mayor error que Ayuso ha cometido hasta ahora en campaña al tachar de mantenidos y subvencionados a quienes acuden a las colas del hambre al decir que le avergonzaban sus palabras. “Se merecen todo el respeto y toda la atención”, trató de enmendarse a sí misma la presidenta.
Fue no obstante Pablo Iglesias el que en más ocasiones dominó la escena y protagonizó los momentos más tensos con Ayuso. El primero, cuando la conminó a que no sonriera mientras él hablaba de fallecidos y del drama vivido en las residencias al tiempo que la acusaba de no haberse preocupado de las personas y de “mentir” con los datos.
“Es usted presidenta. ¿Sabe cuánta gente está en lista de espera en la Sanidad madrileña? No lo sabe. 539.000”, espetó. “Me hace preguntas maniqueas”, se quejaba Ayuso mientras le llovía otra pregunta: “¿Qué va a hacer para evitar las listas de espera?”. Lejos de responder ni una sola de la ristra de interpelaciones del candidato morado, la del PP se descolgó con otra pregunta a su interpelante: “¿Cuántos hospitales hay? No tiene ni idea, viene temporalmente a salvar su proyecto”. Iglesias le interrumpió para desplegar él mismo los datos: “En la Comunidad de Madrid hay 84 hospitales, 48 de titularidad privada y 36 pública. Usted me ha preguntado y he respondido. Yo le he preguntado y no me responde. Pero el dato se lo doy yo y le pregunto, ¿qué va a hacer?”. “¿Cuál es el porcentaje de fallecidos en las residencias?”, insistía mientras ella atacaba la gestión de Iglesias como vicepresidente del Gobierno: “¿A cuántas residencias fue usted?”
Ayuso demostró que no sabe de cifras, pero sí de responder con descalificaciones personales, con el improperio y el exabrupto. “Usted se va al chaletazo”, le soltó a Iglesias en alusión a su vivienda. Una salida que el candidato de Podemos aprovechó para decir que él se pagaba su casa y que, “no me pone un piso de lujo Sarasola”. La presidenta se comprometió a enseñar las facturas de aquel polémico alojamiento, algo que no ha hecho en el último año.
Ayuso derrapó también en la primera curva en la que le situó la candidata de Más Madrid cuando habló de una inversión de 1.000 millones de euros en Atención Primaria y Mónica García la corrigió para apuntar que solo eran 80 y ponerla en evidencia cuando no supo decir cuántos ingresos hospitalarios había habido durante la pandemia. Enfrente tenía a una candidata que, como García, médico de profesión, estuvo “en primera línea contra el virus, visto las UCIs colapsadas, los pacientes y familiares rotos y solos” y además no está dispuesta a aceptar lecciones de la ultraderecha miserable“.
El candidato de Ciudadanos lo intentó, pero no encontró su lugar en el mundo ni tampoco en el debate. Edmundo no sabía si atacar a Monasterio, a Gabilondo, a García o a Iglesias. A cualquiera menos a Ayuso, con quien está dispuesto a gobernar de nuevo. Bueno eso será si saca el 5% que le niegan todas las encuestas y está por ver que su intervención en el debate le vaya a ayudar a remontar. Al final, se peleó con Monasterio por ver cuál de los dos era mejor sostén para el PP.
¿Y qué decir de la candidata de Vox? Esa aspirante de la ultraderecha que confronta por todo y con todos y no aportó más que la estulticia a la que acostumbra, en especial cuando habla de los menores inmigrantes, a los que ayer dedicó en plató uno de los carteles distribuidos por su partido y que han motivado la apertura de una investigación de la Fiscalía por supuesto delito de odio. Tardó en nombrar a los menores inmigrantes no acompañados cinco segundos. Y ya no abandonó esa senda hasta el final.
La letra y la música de toda la noche tuvieron el tono de la rabiosa discordia habitual en la política madrileña y una variedad de acordes en el bloque de la derecha que contrastó con una coordinada izquierda que por primera vez en mucho tiempo no confrontó entre ella. ¿Les servirá de algo el 4M? A saber. De momento, no dicen eso los sondeos. Este jueves habrá que leer el sondeo exprés que ha preparado el CIS de Tezanos por si algo se mueve.
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