Jesús Gil como metáfora: poder, burbuja y populismo
La Historia deja muchas páginas en blanco sobre personajes que no han trascendido con la relevancia que merecen, para bien o para mal. El pasado día 12 de marzo el soriano Jesús Gil y Gil hubiese cumplido 80 años. Repasar su biografía es poner a un país frente al espejo.
Empresario de la construcción y presidente de club de fútbol que decide, en los años 90, iniciar su aventura política para obtener beneficios económicos y judiciales. Gana tres veces las elecciones gracias a su dominio de la comunicación a través de un lenguaje populista basado en la jocosidad y en el manejo de la psicología del hombre humilde, del millonario hecho a sí mismo. Como todo buen “héroe”, necesita estructurar la demonización del enemigo: los políticos “tradicionales” y los jueces y su “persecución”. Como Silvio Berlusconi.
Gil fue condenado y encarcelado en 1969 (salió de la cárcel en 1971 tras abonar 400 millones de pesetas y ser indultado por Franco), tras el desplome del techo de su restaurante de Los Ángeles de San Rafael (Segovia), que se llevó por delante 58 vidas. El 26 de junio de 1987 se convierte en el presidente del Atlético de Madrid tras ganar las elecciones.
Cuando se inicia la última década del siglo XX, a Gil no le basta el rol de empresario de la construcción que entabla amistad con el concejal de Urbanismo de turno: él sólo entiende su estrategia urbanística de una forma, y ésta únicamente es factible mediante el control absoluto.
Así, en 1991, rodeándose de personas arruinadas que estamparan su firma sin hacer preguntas, transmitiendo al electorado una lógica tan antigua como efectiva basada en el “Yo soy millonario. Yo no necesito robar al pueblo”, sometiéndose sin titubeos y con espontaneidad a las cámaras, buscando el voto compartiendo chatos de vino en los bares, y enviando un vídeo a 50.000 hogares marbellíes prometiendo la ruptura radical con la política de los partidos tradicionales para una ciudad que definió como “una joya que ha encontrado al tallador, y tenemos (sic) pronto el diamante”, logra que el Grupo Independiente Liberal (conocido como el GIL, en una muestra de egolatría política sólo comparable al hecho de fundar un partido y escoger como color corporativo el de tu nombre propio) arrase en las elecciones que se celebraron el 26 de mayo, logrando 19 de los 25 concejales.
Sobres lacrados con cemento
Gil y su equipo imponen desde el primer momento un modelo urbanístico en Marbella cuyo modus operandi (basado, entre otras estrategias, en la compra de parcelas a precios irrisorios en los que luego, tras la recalificación, se edificaría importantes construcciones, o en la creación de una caja B con la contabilidad de dinero relacionado con facturas falsas de empresas fantasma que recibían dinero público sin realizar las obras que figuraban en los contratos) no tarda en aparecer en algunas conversaciones que constructores, acreedores y gestores públicos mantienen sobre el césped de algún campo de golf de la costa mediterránea, o en la barra de los palcos deportivos. Una forma de compatibilizar intereses particulares que corrió como la pólvora por España: la burbuja se infló, cargada de ladrillos en su interior; ahora caen sobre nuestras cabezas.
Marbella sufre una metamorfosis radical en esta primera legislatura. Gil destruye, literalmente, parte de la ciudad para edificar una nueva (cuya gestión urbanística se encarga a Juan Antonio Roca); acaba de forma expeditiva con la droga y la prostitución –con la que era visible en las calles, se sobrentiende–; entrega viviendas sociales; atrae inversores –sin importar la procedencia del dinero– y eleva mediáticamente a la ciudad, que lo vive con orgullo (“Me estoy enfrentando a todas las vacas sagradas de este país, a todo lo establecido como norma a pesar de ser prepotente y representativo de la soberbia. ¿Cuántos españoles se pueden permitir el lujo de desafiar tanto absurdo establecido?”, dijo Gil a toda España en el programa televisivo “Las noches de tal y tal”). Las consecuencias judiciales del periodo 1991-95 se llamarán “Caso Saqueo”, y llevarían a la cárcel a Gil en 2002.
Gil se sentía poderoso. Se atrevía con todo: desde convertir, en 1992, al Atlético de Madrid en Sociedad Anónima Deportiva, de la que era el nuevo máximo accionista (eso sí, gracias a 2.000 millones de pesetas que, años después, la Justicia descubriría que nunca abonó, en el que se conoció como “Caso Atlético”), hasta presentarse a las elecciones generales de 1993 (donde se llevaría uno de los mayores varapalos de su vida al obtener tan solo 16.452 votos), pasando por prometer proyectos faraónicos que nunca existirían o lograr, en 1995, abrumadoras mayorías absolutas tanto en la propia Marbella como en la localidad vecina de Estepona, donde alzó a su hijo Jesús Gil Marín a la alcaldía.
El 7 de enero de 1999 estalla el “Caso Camisetas”. Gil es encarcelado por el supuesto desvío de 450 millones de pesetas de dinero público a las arcas del Atlético –del que es máximo accionista– a través de publicitar “Marbella” en las camisetas colchoneras. Sale de la prisión de Alhaurín a los pocos días. Jornadas en las que el pueblo que, según el juez, ha sufrido el robo, se manifiesta en favor del alcalde. El 13 de junio de ese año, el GIL supera sin problemas los escándalos de corrupción en las urnas y logra la tercera mayoría absoluta consecutiva, amén de otras trece alcaldías en el sur de España.
Gil se va, su filosofía y su resaca se quedan
En diciembre de 1999, el juez de la Audiencia Nacional García-Castellón ordena la intervención judicial del Atlético de Madrid por un presunto desvío de fondos por valor de 9.427 millones de pesetas. Pero es en octubre de 2000 cuando Gil se ve acorralado: la Audiencia de Málaga le condena a 28 años de inhabilitación por el “Caso Camisetas”; sin rubor, solicita al fiscal general del Estado que aparte de las causas a los fiscales anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo y Carlos Castresana.
En 2001 el cerco judicial se estrecha aún más sobre Gil, con un historial en el que constan 25 imputaciones en procedimientos penales. Pero cuidado ahora, lector con problemas cardíacos, al leer la sucesión de hechos acaecida en 2001: en agosto fueron robados de los Juzgados de Marbella los sumarios relacionados con la investigación a Gil, y en octubre se suicidó el agente judicial Francisco Calero, detenido por su presunta vinculación con la sustracción, lo que provocaría que se cerrara la investigación sobre el robo de los documentos en sede judicial. El 8 de abril de 2002 el Tribunal Supremo confirma la condena por el “Caso Camisetas”, lo que le lleva a prisión nuevamente el día 16, también durante apenas unas jornadas. Es entonces, el día 24 del mismo mes cuando dimite como alcalde y elige dedocráticamente un sucesor, Julián Muñoz. Un año después, el 21 de mayo de 2003, abandona la presidencia del Atlético.
Su soberbia actuación como forofo futbolero fue un filtro amnésico de primera magnitud para pulir su imagen mediática. Prueba de ello son los periódicos más influyentes del país en sus ediciones del 15 de mayo de 2004 –tras su fallecimiento a causa de un infarto cerebral masivo–, que ubican la información referente a Gil en la sección de Deportes, y no en la de Nacional. ABC acota al terreno deportivo su perfil titulando “El presidente de los excesos del populismo en el fútbol”. La información de El País, firmada por Daniel Borasteros, lo define como “empresario imaginativo”. En estas mismas páginas encontramos la profunda reflexión vital que una figura como la de Jesús Gil inspiró a Mariano Rajoy al hacer éste balance de su trayectoria: “Consiguió uno de sus grandes sueños, ganar la Liga y la Copa el mismo año”.
En 2005, el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales anuncia que el agujero de los ayuntamientos gobernados por el GIL representa más del 50% de la deuda de todos los municipios del país con la Seguridad Social. Otra vertiente del oleaje provocado por Gil es que, pese a que la Justicia explicita que sus herederos deben asumir la responsabilidad civil, éstos aseguran en octubre de 2007 que, en el momento del fallecimiento, el exalcalde tiene en su cuenta bancaria 854 euros y un patrimonio de 625.000, una cifra difícil de encajar si tenemos en cuenta los montantes que Gil había ido desembolsando en fianzas para eludir la cárcel.