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Julio Anguita, el “comunista con sangre anarquista” cuya influencia creció con el paso del tiempo

Andrés Gil

16 de mayo de 2020 11:56 h

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Julio Anguita (Fuengirola, 1941-Córdoba, 2020) llevaba dos décadas fuera de la política orgánica e institucional. Pero su capacidad de influir en las siguientes generaciones no dejó de crecer con el tiempo. No hay líder actual de la izquierda más allá del PSOE que, en algún momento, no haya cogido un AVE a Córdoba para debatir con Anguita, para saber su opinión, para conocer su análisis del momento político, para pedir consejo o para buscar su apoyo. 

Anguita, quien acaba de fallecer en Córdoba tras varios días hospitalizado por una crisis cardiaca, ha sido un líder político, y enseñante, que creció con el tiempo. Su auctoritas se agrandó en la medida en que salió de las estructuras del PCE y de IU, se sacó el traje y la corbata y recuperó la paz del dominó en el Sótano, aquel bar que hace esquina en la plaza de la Corredera de Córdoba. No es que se dijera que Anguita pasaba allí horas; es que de verdad lo hacía, con amigos que se habían ido a Ganemos, a Podemos o a Equo. Anguita respaldó a Alberto Garzón para liderar IU; celebró la confluencia con Podemos; y recibió la propuesta de Pablo Iglesias de formar parte del Consejo de Estado a finales de 2018, que terminó rechazando por motivos personales.

“Soy de la cultura del PCE de la clandestinidad, cuando trabajábamos donde podíamos. No podíamos exhibir el carné, trabajábamos apoyando un movimiento en donde creíamos que podía haber una fractura. ¿Por qué no recuperar eso? Ya nos reunimos una vez al año con la bandera. Retomo elementos del manifiesto comunista: proyecto y programa para generar contradicciones en el sistema. Y para eso hay que rechazar al narcisismo de mirarse al espejo”, decía en la última entrevista con eldiario.es.

Y es que Anguita representaba el PCE del interior, aquel que mantuvo la lucha antifranquista bajo el franquismo, de ese PCE organizado en frentes de lucha –fábricas, universidad, sindicatos, Cultura, en lugar de por provincias electorales–, y que se vio atropellado en la Transición por el PCE del exterior, el eurocomunista de Santiago Carrillo y el exilio, que trasladaba hacia afuera una línea de continuidad con el 36 en un momento en el que España quería imaginar un nuevo país; al tiempo que apuntalaba la monarquía y el sistema del 78.

“Tuve la suerte de crecer políticamente en el Partido Comunista en el interior, el Partido Comunista del exterior bebió de lo que bebía”, explicaba Anguita en una entrevista en el libro Voces del Cambio: “La alternativa de la izquierda era la alianza intersocialista y comunista. Hay otro comunismo y otro socialismo, claro, y el de la alianza electoral para formar un bloque parlamentario. Para los que estábamos dentro, por ejemplo, no existía el Partido Socialista, ¿cómo formábamos la alianza? Pues con la gente de la calle, cristianos, asociaciones de vecinos, ecologistas que ha- bía entonces, feministas, con lo que había, y, claro, al Partido Comunista del interior eso le hizo conectar permanentemente con la calle para ir acopiando fuerzas, lo que llamábamos entonces el bloque histórico. La diferencia entre estas dos concepciones del partido se manifestaron en la primera crisis. Y así Convocatoria por Andalucía e Izquierda Unida son los hijos del partido del interior, pero para el partido del exterior el esquema era rígido. No, no, no: PSOE, PCE y Comisiones Obreras. El partido del exterior y el partido del interior: esa es la gran diferencia que nos está enfrentando todavía. No se ha resuelto el dilema”.

Anguita ganó la alcaldía de Córdoba en 1979, con apenas 37 años se convertía en el primer alcalde comunista desde la República. Al igual que, en 2020, algunos de sus discípulos han llegado al Consejo de Ministros 80 años después.

En 1983 revalidó la alcaldía, y comenzó a ser conocido como el califa rojo por su gran apoyo electoral, precisamente un año después del batacazo de Santiago Carrillo, que dejó al PCE en 4 escaños en 1982 y provocó su salida de la organización para crear un nuevo partido, PTE-Unidad Comunista, que acabó integrándose en el PSOE.

En paralelo, Anguita, el referente del partido del interior, crece en el sur. 

El Documento de las Amapolas, de 1984, alumbra Convocatoria por Andalucía, un proyecto de confluencia impulsado por el Partido Comunista de Andalucía que lleva a Anguita a duplicar los resultados en las autonómicas, con 19 escaños y un 18% de los votos. Mientras, en el Congreso, el mismo día, Gerardo Iglesias logra pasar a 7 escaños, pero se queda por debajo del 5%.

Anguita había pasado de Córdoba a Sevilla y era cuestión de tiempo que cruzara Despeñaperros: ocurrió en febrero de 1988, cuando accede la secretaría general del PCE; a lo que le sigue la candidatura a las generales en octubre de 1989, 48 horas antes que fuera elegido coordinador general de IU.

Y lo hace en un contexto difícil hacia dentro y hacia afuera: Anguita accede a la coordinación general de IU escasos días antes de que fallezca Dolores Ibarruri y caiga el Muro de Berlín, que supuso en la izquierda una convulsión: desaparecía la competencia geopolítica al capitalismo; la socialdemocracia derivaba hacia la Tercera Vía y el PCI, el partido comunista más importante de la Europa occidental, se disolvía.

En las elecciones del 29 de octubre de 1989, Anguita lograba un salto electoral: duplicando los resultados, hasta los 17 escaños. Cuatro años después, en 1993, Anguita crecía hasta los 18 escaños, y el PSOE caía hasta los 159. 

Aquellas elecciones fueron clave en la evolución de lo que vendría después: ratificaron el liderazgo de Anguita en su espacio, y la erosión del PSOE de Felipe González, que se quedaba a 17 escaños de la mayoría absoluta y elegía mirar a su derecha, a CiU (17) y el PNV (5), en lugar de a su izquierda para ganarse la estabilidad parlamentaria. González prefirió el acuerdo con Jordi Pujol y Xabier Arzalluz que con Anguita.

Pero el de Anguita fue un resultado marcado por su primer infarto, el 28 de mayo de 1993, cuando se encontraba en plena campaña electoral, en la que hacía todos los desplazamientos por carretera por su rechazo a volar y en la que fumaba más de dos paquetes diarios. 

La legislatura fue agónica, apenas duró tres años, en los que el terrorismo de los GAL comenzaba a salpicar al Gobierno socialista judicialmente; se destaparon casos de corrupción como Filesa; se produjo la fuga de Luis Roldán; y se difundieron las grabaciones del CESID de Juan Alberto Perote, entre otras. Además, la economía cambiaba de ciclo y España entró en una crisis económica que disparó las cifras de paro.

En ese contexto, se acuñan tanto la teoría de las “dos orillas” como la de la “pinza”.

“Ese discurso de las dos orillas lo aprobó la dirección, lo propuse yo, pero la formulación no es que PP y PSOE son iguales, yo nunca he dicho que son iguales. El castellano es un idioma que tiene los verbos ser y estar. No le pasa como al inglés y al francés. No es lo mismo ser que estar. Están, y objetivamente están: OTAN, Unión Europea, pacto de Estado, reforma constitucional, situación ante la Iglesia. ¿Y van a estar? Siempre hay sus diferencias, a una fuerza la mido por lo que hace; yo siempre expongo el símil del ajedrez: yo tengo dos alfiles, un alfil en casillas blancas y otro en casillas negras, son distintos, un momento; pero el movimiento es el mismo, ¿son iguales? No, uno va sobre blanco y otro sobre negro, pero hacen lo mismo”, explicaba Anguita.

Lo cierto es que aquella teoría de las dos orillas, en la que se situaba políticamente en la misma orilla a PP y PSOE, trajo consigo que alcaldías y comunidades autónomas pasaran del PSOE, o de cogobiernos de PSOE-IU, al PP a partir de las municipales de 1995; y también llevó a una legislatura corta en Andalucía tras los resultados inéditos de Luis Carlos Rejón en 1994 (20 escaños y 19% de los votos) que dejaron a Manuel Chaves con un gobierno en minoría y azuzaron la teoría de la pinza: aquella según la cual IU y el PP tenían una alianza contra el PSOE.

El escenario era complejo: el PSOE de los GAL y Filesa no era necesariamente el de la alcaldía de una ciudad; pero también era verdad que el PSOE prefería gobernar el Estado con la derecha nacionalista en lugar de con la izquierda de IU a la que le reclamaba apoyo en los gobiernos locales y autonómicos. 

Al final, en 1996 llegó José María Aznar a La Moncloa por primera vez, Anguita creció tres escaños y Felipe González terminó dejando la política activa. 

Pero en 1996 las aguas ya bajaban revueltas para Anguita en Izquierda Unida. Él siempre decía que en IU y ese espacio político había tres familias: los socialdemócratas, los de la III Internacional y los comunistas con sangre anarquista, entre los que se contaba a sí mismo. Y para 1996, a pesar de la subida electoral que supo a poco en IU, el proyecto político de Anguita empezaba a sufrir por el lado socialdemócrata: ya en 1992, en el debate sobre Maastricht, IU se abstiene en contra de la opinión mayoritaria de la organización para evitar la ruptura del grupo parlamentario por parte de ICV y Nueva Izquierda.

Pero esa ruptura crece hasta la escisión de prácticamente el 40% de la organización en 1997, su ala más socialdemócrata, con el Partido Democrático de la Nueva Izquierda, de Nicolás Sartorius, Cristina Almeida y Diego López Garrido, que acaba ingresando en el PSOE; y la ICV catalana que, con el tiempo, vuelve a reconciliarse con IU y convive con ella ahora en Catalunya en Comú. 

Anguita, en agosto de 1998,  sufre un nuevo infarto por el que tiene que ser ingresado en un hospital de Córdoba, del que fue dado de alta tres días más tarde. Aquello marcó el principio del fin de su vida institucional. Con el tiempo, él afirmó que su marcha al final de la legislatura de 1996 se debió más al retroceso de sus posiciones políticas que la salud. No en vano, de batallar contra Maastricht, de la jaculatoria del “programa, programa, programa” como condición para los pactos, de eliminar el apriorismo de que los votos a IU acabarían apuntalando gobiernos del PSOE sí o sí, mientras el PSOE gobernaba en la Moncloa con CiU y PNV y le salpicaban casos de terrorismo de Estado y corrupción, la IU ya de Francisco Frutos en 2000 firmaba un acuerdo preelectoral con el PSOE de Joaquín Almunia.

En la fiesta del PCE de 1996, Anguita vino a decir: “Nosotros estuvimos en el pacto constitucional, ellos han traicionado el pacto constitucional, por lo cual nosotros nos sentimos liberados de ese pacto”.

Después de que él se marcha, la svolta de Frutos con el PSOE, que ya había absorbido a Nueva Izquierda, no cubre ninguna expectativa: Aznar logra la mayoría absoluta, el PSOE cae a los mínimos de entonces, 125 escaños, e IU retrocede a niveles de 1986, con 8 escaños.

Anguita dio un paso a un lado, pero no dejó de caminar: puso en marcha el Colectivo Prometeo en Córdoba, lanzó iniciativas por la Tercera República, participó en el surgimiento del Frente Cívico-Somos Mayoría, junto algunos de los que luego impulsaron Podemos, y se implicó en las Marchas de las Dignidad, que lograron su mayor éxito en marzo de 2014

Y, por el camino, en 2003, perdió a su hijo Julio Anguita Parrado, de 32 años, en la guerra de Irak. “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”, dijo entonces.

El ex líder de IU y el PCE daba charlas, conferencias, entrevistas, asistía alguna que otra fiesta del PCE, en función de quién estuviera en su dirección, y se convirtió en un referente de aquellos que querían impulsar una alternativa al bipartidismo, con raíces en el 15M, con cultura de militancia en la juventud comunista, a quien lo veían como quien avisó sin ser escuchado: de los problemas del modelo de construcción europea, de las veleidades neoliberales del PSOE, de los pactos con Pujol, del olvido de los derechos sociales de la Constitución –cuyo mayor ejemplo es la reforma del artículo 135 entre PSOE y PP– y de los derechos humanos con quienes huyen del hambre y la guerra. 

Ya sean Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Yolanda Díaz o Irene Montero, ahora en el Gobierno, han hablado mucho en los últimos años con Anguita, quien en los peores momentos de tensión entre ambas organizaciones en 2014 y 2015 no dejó nunca de empujar por la unidad. Y siguió haciéndolo después. Anguita volvió a los mítines después de tres lustros en la campaña electoral de Antonio Maíllo de las andaluzas de marzo de 2015 –ya había estado en la fiesta del PCE de septiembre de 2014 en una mesa con Garzón–. Y, desde entonces, no dejó de participar en actos políticos.

En una entrevista reciente con eldiario.es, Anguita decía sobre el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos: “¿Con qué nos encontramos? Con un gobierno que tiene unos ministros de izquierda, formado mayoritariamente por el PSOE, y que se ha formado en torno a un programa y un discurso de investidura. Lo que justifica el Gobierno es el programa pactado y la investidura. Pero nos vamos a encontrar con dificultades para todos, para los ministros de Unidas Podemos y el Gobierno en su conjunto, que no son los aspavientos delirantes del tripartito de la derecha, sino el IBEX, la Iglesia, los elementos del PSOE que no están por la labor y la obstrucción que se hará en las instituciones contra las política del Gobierno. Habrá una pugna silenciosa y los ministros de Unidas Podemos tendrán dificultades inherentes, por unas concepciones de política económica que ya han chocado en épocas anteriores. Aun así, merece la pena, sabiendo dónde están las dificultades”.

Julio Anguita, ese alcalde de Córdoba, ese líder de IU y PCE que parecía reñir a los asistentes en sus mítines cuando era candidato, ese comunista que decía tener “sangre anarquista”, ese jugador de dominó en su bar de siempre en la plaza de la Corredera, ese teórico del “programa, programa, programa” y de los “decálogos” sobre los que confluir políticamente, ha muerto a los 78 años de edad. Aquel Anguita “de la pinza”, “de las dos orillas” o del “movimiento del alfil”, según quien lo mire; se fue convirtiendo con el tiempo en un referente de líderes actuales que, como él en 1979, han logrado un hito que no se conseguía en ocho décadas.

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