¿Llevas un partido de Estado en el bolsillo o es sólo que te alegras de verme?

25 de julio de 2023 22:31 h

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Isabel Díaz Ayuso estaba realmente furiosa a finales del año pasado. Habían expulsado del hemiciclo del Congreso a una diputada de Vox por decir que el Gobierno “premia a filoetarras”. La presidenta de Madrid se plantó en la rueda de prensa semanal del portavoz de su Gobierno para lanzar un mensaje. “Vamos camino de una dictadura, sometidos por un tirano que pone en peligro el Estado de derecho”, dijo. Y con este equipaje se presentó el Partido Popular a las elecciones de julio. El único cambio de discurso con Alberto Núñez Feijóo como líder del PP fue decir a Pedro Sánchez que su cargo no era ilegítimo, pero que sí era ilegítimo lo que estaba haciendo.

Menos de un año después, el PSOE ha recuperado la virginidad constitucional en 48 horas. Los resultados electorales han abierto los ojos a Feijóo. Su gran rival es con el PP uno de los “partidos de Estado”, dijo el martes en Santiago, un concepto que se basa fundamentalmente en la idea de que el tamaño importa. Los dos grandes partidos dominan la política nacional desde los años ochenta –ahora menos que antes– y las demás formaciones son una purria que no levanta dos palmos del suelo. Una persona, un voto, dice la norma, pero con los partidos todavía hay clases.

Todo es posible en la terminología constitucional del PP. Alardear de ser uno de los dos partidos de Estado mientras boicotea la renovación de la cúpula de uno de los poderes del Estado, el judicial. Llevan 1.690 días sin cumplir el mandato constitucional que ordena sustituir a los miembros del CGPJ.

Como las rebajas, a la política española siempre vuelve la idea de un Gobierno de gran coalición. Es un subproducto típicamente madrileño, originado en algunos medios de comunicación que se creen que viven en Italia. Olvidan que un elemento esencial del sistema político español es la confrontación entre el PSOE y el PP. Entre otros muchos ejemplos, tenemos la imperiosa necesidad de ambos partidos de aprobar una ley de educación cada vez que llegan al poder. Del otro, no se fían nada para estas cosas.

Durante un tiempo, la incompatibilidad ideológica en materia de economía no era tan acusada. Sólo había que ver la identidad de los vicepresidentes económicos en los gobiernos socialistas. Todo eso se acabó con el Gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos y la radicalización neoliberal de la derecha, obsesionada con bajar todos los impuestos.

Una parte de la derecha no quiere saber nada de esos experimentos de los partidos de Estado. El tremendismo continúa dominando sus reflexiones (si se puede utilizar la palabra en este contexto). "Vamos camino del suicidio, aunque a mí que no me esperen”, ha escrito Bieito Rubido, director de El Debate y gran amigo de Rajoy. Cualquiera diría que pretende adelantarse a ese funesto acontecimiento por su propia mano sin esperar a los demás.

Esto ya se vio tras la derrota de la derecha en 2008. Los mismos que juraban tener sólo a España en sus pensamientos dijeron luego que los españoles se habían suicidado porque eran un pueblo sumiso y cobarde.

Con estas opiniones, se puede sospechar que el tímido y poco creíble gesto de Feijóo de acercarse al PSOE acabará con el gallego en una barbacoa de la derecha en calidad de plato principal. Lo cierto es que también hay ejemplos de lucidez entre algunos conservadores por encontrar una explicación al desenlace electoral que nunca creyeron posible.

Ignacio Camacho ha revelado a sus lectores en ABC algo que no está claro que quieran escuchar: “La mitad del cuerpo electoral español siente más desconfianza o más miedo ante Vox que ante Bildu”. No entra en detalles de por qué no sea que algunos abran una ventana y acaben como Rubido.

Sí destaca que los dirigentes de Vox no han asumido ninguna autocrítica por la pérdida de la mitad de sus escaños. Sólo hay que asistir a uno de sus mítines para ver confirmada la idea de que un auténtico voto antisistema, que es lo que representa Vox, nunca duda de la verdad de sus argumentos. Son los demás los que no tienen razón o son unos traidores, dicen mientras conducen a toda velocidad por el carril equivocado.

Camacho llega a una conclusión estremecedora para Feijóo: “Y el problema es que la derecha en conjunto no ganará nunca en la dialéctica del ruido y la furia”. Ese es el oxígeno que ha respirado el partido en toda la legislatura.

Por definición, cualquier cosa puede pasar en una repetición electoral, desde que no ocurra nada hasta que un mínimo cambio de escaños desequilibre la balanza en favor de uno de los dos bloques. Para aspirar a que ocurra lo segundo, se necesita un cambio de estrategia. Feijóo se quedó sin la carta económica para sustentar su campaña y optó por poner todas sus fichas en el discurso propio de Ayuso y del PP de Madrid de la erradicación del sanchismo como una de las grandes amenazas a la civilización occidental. Con los resultados por todos conocidos.

Feijóo estudia ahora si le conviene presentarse a una investidura condenada al fracaso confiando en que sea después Junts quien se ocupe de impedir la reelección de Sánchez. A él le gusta decir que es un “político previsible”. Por ahí sí que estamos en una situación imprevisible, porque sólo los independentistas catalanes pueden salvar la cabeza de Feijóo. Quién iba a decirlo hace sólo unos días.

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