“Nosotros los pueblos de la Tierra, que en el curso de las últimas generaciones hemos acumulado armas mortíferas capaces de destruir varias veces la humanidad, hemos devastado el medio ambiente natural y puesto en peligro, con nuestras actividades industriales, la habitabilidad de la Tierra (...), promovemos un proceso constituyente de la Federación de la Tierra (...) a fin de estipular este pacto de convivencia y de solidaridad”.
Así comienza el preámbulo de la Constitución que propone el profesor emérito de Filosofía del Derecho de la Università Roma Tre, Luigi Ferrajoli, uno de los constitucionalistas más citados del mundo, que ha publicado recientemente un libro en el que alerta de un momento sin retorno de la humanidad. Un momento únicamente reversible, a su juicio, con la refundación de un pacto de convivencia global.
Ferrajoli plantea una nueva organización mundial, una federación de estados subordinada a instituciones globales con verdadero poder y presupuesto que impongan “límites” reales a los poderes desbordados de los mercados, pero también, dice, de los Estados. “Puede sonar utópico, pero la verdadera utopía es que podamos seguir como estamos”, razona.
¿Cómo puede un texto legal solucionar o ayudar a solucionar problemas tan globales como la crisis climática, las guerras o las amenazas nucleares?
La finalidad de esta propuesta es mostrar que una alternativa es posible y necesaria. Una Constitución de la Tierra puede sonar utópica, pero la verdadera utopía es que el mundo pueda continuar así. El mundo no puede continuar sin hacer nada contra estos desafíos y contra catástrofes inevitables. Hemos visto la pandemia, ahora la guerra, pero también el cambio climático, la muerte cada año por falta de alimentos y medicamentos, la creciente desigualdad, cientos de miles de migrantes que huyen de estos problemas no resueltos. Son problemas globales que no forman parte de la agenda política de los gobiernos nacionales, a pesar de que de su solución depende la supervivencia de la humanidad.
Yo creo que no existen alternativas realistas que no pasen por un salto de calidad. Es decir, imponer límites y vínculos a los poderes salvajes de los Estados más poderosos y de los mercados. Y eso solamente se puede realizar con una constitución rígida a la que estén subordinados estos poderes. Debemos ser conscientes de que solamente una constitución global puede resolver estos problemas.
Su idea de una constitución mundial viene de antes, ¿pero la pandemia lo ha reafirmado en sus teorías?
La pandemia ha sido una confirmación de esta necesidad. El virus no conoce confines. Lo que pasa en China es relevante en Europa. Esto requiere una respuesta global, coordinada. La ausencia de una Organización Mundial de la Salud a la altura de tales desafíos se ha traducido en la falta de previsión y también en la incapacidad para controlar los contagios.
Solamente una organización mundial podría adoptar soluciones homogéneas en todo el mundo. Los fallos de esta institución creo que son los responsables de los millones de muertos que ha ocasionado la pandemia. También la guerra. Hoy tenemos el peligro real por primera vez desde el fin de la Guerra Fría del estallido de un conflicto nuclear. Cuando se dice que Putin es el nuevo Hitler, esto debería ser una preocupación.
Usted plantea en uno de los artículos de su constitución la supresión de los ejércitos nacionales; la creación de un Estado Mayor de la Defensa Mundial que vaya desarmando a las tropas de cada país. Justo cuando los países se vuelven a blindar.
Es la vieja idea de Thomas Hobbes de esa naturaleza salvaje de los hombres. Hoy la situación es mucho más peligrosa. Es una sociedad no de lobos naturales, como los hombres, sino de lobos artificiales, como los Estados y los mercados, que son dotados de una capacidad destructiva incomparable con la capacidad destructiva de los hombres en el siglo XVII, cuando Hobbes desarrolló sus ideas. Y sobre todo las catástrofes, el cambio climático, el peligro de un conflicto nuclear. Son catástrofes irreversibles. Esto significa que sería urgente y necesario, no solamente posible, una refundación de estos pactos, porque existe el peligro de que no haya tiempo de un nuevo nunca más.
¿En qué se concretan los límites a los poderes privados y estatales que menciona?
En nuestra tradición filosófica, jurídica y política, la idea fundamental es que el poder debe residir únicamente en el Estado y el mercado es un lugar solamente para las libertades. Aquí existe un equívoco que se remonta a [John] Locke: la identificación de propiedad, de iniciativa económica y de libertad. Naturalmente, la iniciativa económica es un derecho fundamental. Sin embargo, es un derecho que es también un poder. No podemos considerar el mercado como un lugar únicamente de libertad. Es un lugar también de poder.
El problema es dramático porque el mercado es global y la política es todavía sobre todo local. Esta asimetría entre el carácter global de los mercados y el carácter local de los Estados ha producido una inversión de la puerta entre política y economía. No son los Estados los que gobiernan la economía, garantizando la competencia entre las empresas, sino que la política se ha subordinado a la economía, que es quien maneja la competencia entre Estados, para ver quien propicia mejores condiciones para explotar a los trabajadores, no pagar impuestos, devastar el medioambiente o plegarse a la corrupción. Pasa igual con el rearme: lo provoca el lobby de las armas, que ha corrompido gobiernos como el de Estados Unidos, donde no se puede regular el comercio de armas. La producción de armas es una de las actividades más criminales y yo creo que solamente una Constitución global puede identificar y perseguir ilícitos.
Hay que volver a la idea de Hobbes del monopolio público de la fuerza, no para crear bombas atómicas o misiles. Se trata simplemente de mantener la fuerza necesaria para la actividad de las unidades de investigación de la Policía, de la seguridad.
Hablaba antes de la necesidad de una OMS capaz de gestionar catástrofes. En el libro consagra de alguna manera instituciones económicas como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), que han llevado a la ruina a no pocos países en el mundo. ¿No las enmendaría?
El papel de esas instituciones debería ser, como proponía [John Maynard] Keynes, el desarrollo y la estabilidad económica de los países más pobres. Sin embargo, solamente los Estados Unidos tienen poder de veto, y esto las ha convertido en instituciones que funcionan bajo la lógica neoliberal, de la ausencia de límites a los mercados.
No son los Estados los que gobiernan la economía; la política se ha subordinado a los mercados
Solamente una redefinición de los estatutos de esas instituciones, que es formulada en el texto de la constitución que propongo, puede reformarlas y reorientarlas hacia un desarrollo económico compatible con la salvaguarda del medio ambiente, con la igualdad, con la garantía de la supervivencia de todos. Solamente una Constitución de la Tierra puede reformar estas instituciones de garantías y poner límites y vínculos a los mercados. Los mercados son globales y solamente instituciones de garantías globales pueden limitar y realizar el paradigma del Estado de Derecho, la sumisión del mercado al derecho.
¿Qué otros elementos económicos estarían regulados bajo esta Constitución?
Bienes comunes como el agua potable, el aire, los grandes espacios naturales. En segundo lugar, la prohibición de fuentes de energías no renovables y la emisión de gases. Una prohibición que debería ser gradual, naturalmente. Al comienzo, con una fuerte imposición fiscal, con la tasación de estas actividades, pero después su prohibición. También una garantía universal del trabajo. Hoy existe una competencia sobre el trabajo. Es decir, que las empresas pueden trasladarse a países en los cuales se puede explotar al trabajador. Pero también en España, en Europa, el derecho del trabajo está en crisis por la necesidad de defender los empleos frente a esta deslocalización de las empresas.
Esta es una deslocalización que debería ser prohibida a través del derecho de veto. Existe un artículo en la Constitución que prevé que estas decisiones deben ser aprobadas también por los obreros, los autónomos. Es necesario una garantía universal a través de una homogénea adscripción a un salario mínimo de carácter universal y también, sobre todo, instituciones de garantías de carácter universal.
He propuesto muchas veces una reformulación de la separación de poderes formulada por Montesquieu. Es necesario separar las instituciones de gobierno, que deben ser representativas en los estados nacionales, de las instituciones de garantías, que deben controlar las amenazas de carácter global: las violaciones de derechos humanos, de bienes fundamentales. Se trata de crear instituciones de garantías, como la OMS, la UNESCO o la FAO, pero con la capacidad real de garantizar la alimentación a todos, de proteger del medio ambiente, de garantizar la paz a través del monopolio de la ONU de la fuerza. No pasa tanto por un cambio de sus estatutos sino por su reafirmación por parte de todos los Estados.
El único intento de una Constitución supranacional fue el de la Unión Europea y fracasó. ¿Cómo pretende poner de acuerdo a países con sensibilidades tan diferentes?
Creo que el proceso de unificación europea ha sido el hecho más importante de la historia tras la posguerra. Sin embargo, ha sido un proceso enormemente lento, incompleto. El verdadero enemigo de esta perspectiva es la idea de la soberanía de los Estados. La soberanía es un concepto antijurídico. Hay dos categorías: la soberanía y la ciudadanía. La ciudadanía es una diferencia por razón de nacimiento que contradice el principio de igualdad. Yo creo que los verdaderos adversarios de esta perspectiva son, por un parte, el sujeto político de los estados nacionales, que defienden de manera miope el poder de los Estados sobre la base de la idea de la soberanía. Y por otra parte, los poderes económicos, los mercados, que naturalmente no quieren una esfera pública global a su altura.
Corregir esto es improbable. No se debe, sin embargo, confundir entre improbabilidad e imposibilidad. Yo soy, creo que como casi todos, muy, muy pesimista sobre el futuro de la humanidad. Sin embargo, este libro tiene como finalidad contrastar las tesis que repiten todos los gobernantes de que no existen alternativas al statu quo actual; de que no existe una alternativa a la destrucción del planeta, a la disolución de la humanidad. Es una tesis realista. Yo creo que en el momento en que estas catástrofes sean más visibles se podrá pensar en un rediseño de la razón y la política puede volver a ser progresista.
¿Incluso ante el crecimiento de la extrema derecha en países democráticos; el enconamiento de Rusia; o la relevancia económica de una dictadura como China?
Es necesaria una batalla cultural. Una lucha que consiste en tomar en serio lo que nadie, tampoco la derecha, tiene el coraje de negar: el principio de la igual dignidad de todos los seres humanos, de los derechos fundamentales de todos. Estos principios dejarán de ser una retórica vacía cuando sean tomados en serio y garantizados. Es una batalla cultural que es del interés de todos. Este es el único planeta que tenemos. Tenemos peligros gravísimos para la supervivencia de la humanidad. Existen bienes vitales que deben ser tutelados.
La derecha es siempre el efecto de un vacío de política progresista, que supone un desafío a los principios establecidos en nuestras constituciones. Eso es siempre el síntoma de una crisis de la democracia y de la política. Yo creo que en este sentido la hipótesis de la Constitución de la Tierra, con todas estas indicaciones, tiene también el papel de refundar una política progresista, una política en el interés de todos.
¿Habría partidos globales?
Obviamente. Debemos ser conscientes de que el mundo está hoy mucho más conectado que en cualquier época del pasado. Cuando yo tenía 20 años, el mundo tenía 2.000 millones de personas. Hoy somos cuatro veces más: más de 8.000 millones. Y sin embargo está mucho más conectado. Pero, sobre todo, estamos expuestos a los mismos peligros, a los mismos desafíos globales. En este sentido, yo creo que se puede también hablar de un pueblo de la tierra. Es una batalla cultural que hay que emprender, naturalmente.
Esto implica la necesidad de una movilización, cuanto menos, de los juristas. No creo en los partidos políticos actuales interesados en mantener su pequeña parcela de poder, con intereses siempre vinculados a las elecciones locales. Sin embargo, yo creo que esta propuesta sí tendría sentido si pensamos, por ejemplo, en movimientos como el Fridays For Future, Greta Thunberg. Movimientos ecologistas, pacifistas, que no puedan limitarse a protestar, a denunciar lo que todos sabemos. Esta denuncia debe ser acompañada de una propuesta política. Ese es precisamente el objetivo de la Constitución de la Tierra.
Si se consiguiera poner de acuerdo a todos los países, usted propone ordenarlos en un sistema federal.
Naturalmente. Propongo un estado federal basado en la autonomía máxima de las funciones de gobierno de los Estados federados y el carácter federal sobre todo de las instituciones de garantía que mencionaba, pero pensadas, insisto, como límites a la fuerza, a la violencia y al arbitrio.
Y apuesta, lógicamente, por una Justicia universal, que está en franco declive en el mundo.
Yo propongo ampliar la Corte Penal Internacional, obligatoria para todos los estados. Que las justicias nacionales estén subordinadas a esta instancia. Pero sobre todo propongo ampliarla a las violaciones de libertades como las que vemos, por ejemplo, en Turquía, en Egipto, en Rusia. Además, habría una Corte Constitucional Global a la que estarían subordinadas el resto de las instituciones de garantía.
Todo puede parecer un sueño o una utopía. Sin embargo, yo creo que tenemos la responsabilidad de elaborar una teoría de la democracia a la altura de los verdaderos problemas del mundo, es una cuestión de supervivencia. Existe el peligro de que la humanidad se autodestruya con el calentamiento global, con las armas nucleares, con el crecimiento de la desigualdad. Existe una responsabilidad de la cultura y la teoría jurídica de proponer, de mostrar, que la única alternativa es un replanteamiento de la ONU.
La mayoría son cosas obvias que, sin embargo, contrastan con el sentir común actual basado en la defensa idiota de la soberanía, de la nacionalidad. Yo creo que existen dos significados de nacionalismo: el nacionalismo agresivo, excluyente, que representa el fascismo y la idea de nacionalidad como tutela de la identidad cultural de todos los pueblos, basado sobre el respeto de las diferencias nacionales de los otros. Esta no es negada, es garantizada en la Constitución de la Tierra. La nacionalidad es parte de la identidad de una persona que requiere ser garantizada, así como el igual respeto de todas las diferencias.