Las memorias (parciales) de Álvarez de Toledo, una venganza contra Casado, el PP y la prensa

Aitor Riveiro

26 de noviembre de 2021 21:58 h

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“Había algo de Casado que no acababa de convencerme. Me parecía, sí, un hombre de empatías variables. Un camaleón sentimental. Lo que castizamente se llama un bienqueda o un veleta”. La descripción que firma Cayetana Álvarez de Toledo en la autobiografía parcial que acaba de publicar no es la de una persona despechada y desilusionada con un proyecto político. La exportavoz parlamentaria del PP tenía esa idea de su futuro, y breve, jefe de filas antes de que este le ofreciera la que, en sus propias palabras, fue una propuesta irrechazable. La duda que surge con la semblanza que hace de Pablo Casado y del PP en las más de 500 páginas de Políticamente indeseable (Ediciones B) es por qué aceptó su oferta de encabezar la papeleta electoral por Barcelona en la doble cita electoral de 2019.

Las respuestas son varias, pero de todos los motivos despunta uno a lo largo de todo el libro. El concepto que tiene de sí misma Álvarez de Toledo es altísimo, y así lo reconoce ella misma en el arranque, cuando relata la reunión que mantuvo con Casado el 11 de marzo de 2019. “Era la única oferta que no podía rechazar. Lo tenía todo para una persona de mis ideales y mi arrogancia”, apunta la autora, que ya desde el inicio deja clara su vocación provocadora al verse a sí misma como “una madrileña presentándose por una provincia catalana”.

La provocación dio para poco. Muy poco. Ella fue la única electa del PP en la segunda circunscripción que más diputados aporta al Congreso. Uno de 32 sacó su partido. Entre la propuesta y la aceptación apenas transcurrió una semana: “Contesté tumbada en la cama. —Pablo. —Caye… —Barcelona. —¿En serio? —¡Sí!”.

Álvarez de Toledo no salva en sus memorias a casi nadie del PP. El retrato que hace de Casado es el de una persona calculadora, que se acerca a unos y otros para lograr ascender hasta la cúspide de la pirámide alimenticia que es un partido político. Un trepa, palabra que no llega a usar pero que dibuja todo el rato la autora: “Pedir consejo es algo habitual en Pablo, una forma hábil de relacionarse con la humildad del discípulo. De hecho, lo fue de muchos: de Esperanza Aguirre, de Manuel Pizarro, de José María Aznar y de Mariano Rajoy. De estos dos últimos a la vez”.

“No tengo ningún instinto de poder. Pablo sí”, dice la todavía diputada sobre el que sigue siendo su jefe. “Afilado”, apuntilla. Aun así, Álvarez de Toledo disfrutó del triunfo de Casado sobre Soraya Sáenz de Santamaría en el congreso extraordinario de 2018 convocado para la sucesión de Mariano Rajoy. El entorno ayudaba: Álvarez de Toledo relata que escuchó su discurso “desde la playa de Tarifa, el cielo rasgado de cometas de los kitesurfs”

La referencia gaditana no es la única que dedica a sus destinos favoritos. Políticamente indeseable exhibe también el relato de una bon vivant que parece no ser plenamente consciente de que lo es, quizá porque siempre lo ha sido, como ella misma relata. Así, la autora transita, a medida que hilvana su venganza, desde “la casa de los Montes de Toledo” al Algarve portugués; de “un pequeño pueblo en la región francesa del Jura” a su “refugio de la Rue de Grenelle” en la capital del país, pasando varias veces por el otro “refugio de Mallorca”, rodeado de almendros y desde el que divisa al fondo “un hilo de mar”. Entre medias pasa por la Cueva de Joselito, el Ritz o el Coure barcelonés.

La todavía diputada del PP también cuenta su paso por las estaciones de esquí suizas y su estancia en Venecia. Entre estas dos últimas se resolvió una de sus más furibundas enemistades: la de Manuela Carmena. Álvarez de Toledo revela que estaba en Suiza, en un “suntuoso hotel de Verbier” bebiendo vino y disfrutando de una fondue “después de una mañana perfecta de esquí” y “una tarde de spa”, cuando la Cabalgata de Reyes que motivó aquel “no te lo perdonaré jamás”. “Jamás” para Álvarez de Toledo son 365 días porque un año después, en la ciudad de los canales, decidió perdonar a la alcaldesa tras una suerte de epifanía operística en un paseo nocturno camino de la iglesia de San Giorgio defli Schiavoni, según cuenta ella misma. 

Contra García Egea, Feijóo... y los periodistas

Quizá el golpe más duro contra Casado, en perspectiva, se lo da cuando afirma: “La crisis del coronavirus convirtió la política de Ayuso en la única alternativa a Pedro Sánchez. Y a ella en una líder nacional”. El análisis coincide con el que hacen en Génova, que por eso busca cortar las alas a la examiga de Casado. La presidenta madrileña y la exportavoz parlamentaria se han dedicado en los últimos días cariños y complicidades en los medios de comunicación, ahondando en la infinita bronca interna en la que está metido el PP y que el jefe de filas ha calificado de "talent show" para decir a Ayuso que en el PP no caben solistas.

Pero Álvarez de Toledo no solo le hace un traje a Casado, de quien deja claro que nunca han sido amigos. Casi nadie en el PP se salva. Desde Rajoy, su ministro del Interior Jorge Fernández y su vicepresidenta Sáenz de Santamaría, pasando por los presidentes autonómicos que cataloga como “barones blandos”: Feijóo, Moreno Bonilla, Mañueco y Alfonso Alonso, quienes, según relata, “emprendieron una campaña interna y mediática” para que no fuera designada portavoz parlamentaria. El objetivo, dice, era colocarse en la línea de sucesión del propio Casado, al que veían, según la tesis de Álvarez de Toledo, “tierno, dubitativo y débil”. “Y con razón”, concede.

Si la exportavoz no tiene muchas contemplaciones con Casado, con su número dos, Teodoro García Egea, directamente va a degüello. A lo largo de todo el libro le acusa de haber ideado un plan para acabar con ella en lo que llama una “destitución a cámara lenta”, a través de filtraciones periodísticas y de las trabas, dice, al trabajo que ella quería desarrollar en un grupo al que tampoco tenía en alta consideración, por decirlo suave.

La diputada llama a quien sigue siendo su secretario general “déspota”, lo desprecia intelectual y discursivamente y se divierte dejando por escrito las veces en que intentó ridiculizarlo en las reuniones internas. Con todo, reconoce al número dos del partido que su labor de zapa, filtraciones periodísticas mediante, tuvo éxito y terminó convenciendo a Casado de que debía destituirla con la acusación de “ir por libre”. “Una de las imputaciones que me clavarían una y otra vez, primero los enemigos internos de Pablo; luego el entorno de Pablo y luego el propio Pablo” y que ella desmiente que fuera cierta. O, más bien, que tuviera el objetivo de ocupar el espacio de Casado, porque lo de ir por libre es algo de lo que se enorgullece ampliamente, pese a dirigir un grupo humano de 66 personas, primero, y de 88, después.

Ambos se reunieron en el hotel Wellington de Madrid para intentar limar asperezas. Así lo relatan las memorias: “Como Teodoro sonreía, pensé que él también. Pero en dos minutos comprobé que el Profident y el puñal son compatibles”. Ni siquiera un halago a la buena dentadura del número dos suena como tal en boca de Álvarez de Toledo.

Pero 500 páginas dan para mucho y a la escritora el PP se le quedan cortas, así que arremete también contra Alfredo Pérez Rubalcaba, José Luis Rodríguez Zapatero, Albert Rivera, para quien había llegado a pedir el voto, y Pablo Iglesias, entre otros. Al ex secretario general de Podemos, según rememora, le tendió una celada en la interpelación parlamentaria en la que acusó a su padre de “terrorista” aprovechando la inmunidad parlamentaria. Y contra Pedro Sánchez, a quien califica de “separatista”. Todos lo son, según su definición, pese a que admite que intentó convencer a Casado, sin ningún éxito, de que ofreciera un “Gobierno de concertación” con el socialista como presidente.

Aún hoy, dos años después, Casado recuerda en cada intervención pública las presiones que vivió para acercarse a Sánchez. Entre ellas estaban las de su por entonces portavoz parlamentaria, a juzgar por el libro.

El nacionalismo, también el “centrípeto” que percibe en Vox (partido al que desprecia, con la excepción de Iván Espinosa de los Monteros), es claramente el gran enemigo de Álvarez de Toledo. La diputada lo asimila con el “separatismo”, en estos términos: “El separatismo es un concepto perfectamente aplicable a la ideología de género (...), al indigenismo (...) y al revanchismo racial”. En su opinión, “el hombre blanco –la niña blanca– [son] culpables de nacimiento por razón de raza. Desiguales. Segregados”. En resumen, “la idolatría de la identidad está arrasando con las conquistas del orden liberal secular (...). Y es también la amenaza más seria que hoy se cierne sobre la democracia liberal”.

Incluso dedica líneas a Íñigo Errejón, al que ningunea en un par de ocasiones por su aspecto físico, y de quien critica que defendiera en una reunión de la Junta de Portavoces, a cuenta del enfrentamiento con Iglesias, que Álvarez de Toledo había “legitimado el régimen anterior por la vía de calificar como terrorista a una organización que luchó contra aquél”. La autora censura que Errejón justificara “el asesinato, legitimando el terrorismo, con el argumento del antifranquismo” y lo compara con el dilema de matar de un disparo a un oficial de las SS que está en un bar, se entiende que en un descanso de sus tareas de oficial de las SS.

Sin decirlo, se intuye que no le parece bien. Una posición, la de Álvarez de Toledo, que puede extrañar al lector por las continuas glosas que hay en el libro al expolítico canadiense Michael Ignatieff, quien publicara en 2005 un polémico ensayo dedicado exclusivamente a justificar las torturas y el asesinato selectivo en la lucha contra el terrorismo. El Mal Menor se llamó el tratado, publicado en 2005 al calor de la guerra de Irak y cuando ya se habían desvelado escándalos como los de la prisión de Abu Grahib o las detenciones ilegales en Guantánamo.

En este sentido, Álvarez de Toledo relata una conversación privada con la por entonces candidata de Junts, Laura Borràs, tras un debate televisivo. “A ver, Laura. Para lo que hicisteis, os salió barato. Un solo ojo os costó la operación”, deja escrito que le dijo. La diputada del PP se refiere así a Roger Español, el hombre que perdió la visión del ojo derecho el pasado 1 de octubre tras un disparo de la Policía Nacional.

Con quienes también se explaya es con los medios de comunicación, a quienes dedica buena parte de sus memorias, y con los periodistas. Con nombres y apellidos. Pese a decir, en referencia a Pablo Iglesias, que “un político no puede señalar ni amenazar a una periodista”. En el mismo párrafo, ella califica a OkDiario y a Eduardo Inda como “periodismo de alcantarilla”. 

Es solo un ejemplo. Álvarez de Toledo repasa sus enfrentamientos públicos y privados con redactores de El Mundo, El País, ABC, La Razón, La Sexta, Radio Nacional, La Vanguardia, Cadena SER, RAC1... En contadas ocasiones es para aplaudir su trabajo, y rara vez se guarda los nombres de los aludidos, aunque con algunos sí lo hace, no queda claro si por falta de memoria o por otro motivo. Sus dardos se dirigen contra directivos, jefes de redacción y presentadores famosos, pero también contra plumillas que, en ocasiones, solo pasaban por allí. Algunos de los más mencionados son Ferreras, Zarzalejos, Marhuenda, Javier Moreno, Ana Pastor, Évole o El Gran Wyoming. Con otros todo son parabienes. Incluso con una importante firma de su experiódico, El Mundo, como es Emilia Landaluce, de quien revela que promovía la candidatura de Casado para liderar el PP “por los cenáculos de Madrid”.

Cayetana Álvarez de Toledo publica estas memorias cuando ya es una diputada rasa del grupo parlamentario que dirigió durante unos meses. Un cargo que, según deja escrito en el libro, mantendrá hasta el final de la legislatura. Según decidió en Olhão (Portugal), donde puso punto final al libro, “con la nariz bien alta y hasta el final”.