Michael Haneke ha vuelto a sorprender con su último filme, “Amor”, una durísima pero tierna historia de amor, de dolor, de devoción y de vida, una película tan profunda como las que suele dirigir el director austríaco, que reconoce que no quiere “crear un mundo que sea inmediatamente olvidable”.
En una entrevista con un reducido grupo de medios, entre ellos Efe, en el Festival de Cannes, donde se estrenó el filme, Haneke se muestra especialmente emocionado con el trabajo de la pareja protagonista, los franceses Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, que dan una toda una lección de interpretación y entrega en este “Amor”, que llega a los cines españoles el viernes.
El guion fue escrito para Trintignant, un actor con el que Haneke quería trabajar. “Es un increíble ser humano y no conozco a muchos actores que lo sean (...) Siempre ha sido uno de mis actores favoritos, tiene ese misterio de no saber exactamente qué tienen dentro, muy poco actores lo tienen”.
Y el trabajo de Trintignant estuvo muy por encima de las expectativas y esperanzas del director, así como el de Riva. “Fue increíble lo que dieron al filme”, asegura Haneke.
Trintignant y Riva interpretan a un matrimonio feliz, que viven su vejez con tranquilidad hasta que a la mujer le diagnostican una enfermedad y comienza la última etapa de una vida que recorrerán juntos y solos, sin querer que nadie ni nada entorpezca ese viaje.
“No era mi intención hacer un retrato de una generación, siempre hay una generación previa, gente que envejece, pero no era ese mi objetivo haciendo este filme”, explica pausadamente el realizador.
La idea era centrarse en algo a lo que todos tenemos que enfrentarnos. “En nuestra vida, en nuestra familia o en nuestro círculo más próximo de amigos hemos visto sufrir mucho a alguien a quien queremos y es muy duro tener que verle pasar por ello. Ese era el punto de partida del filme”.
Y si situó la historia en la vejez fue por el hecho de que Trintignant es mayor y Haneke quería a toda costa trabajar con él.
Quizás, reflexiona, “hubiera sido posible hacer el filme sobre una pareja cuyo hijo de treinta años muere de cáncer, pero hubiera sido diferente, porque el cáncer es el destino individual y es trágico porque es alguien que muere muy joven, pero no es algo global, no es un hecho universal al que todos tendremos que enfrentarnos en algún momento de la vida”.
Es una película sobre “cómo enfrentarse al sufrimiento de alguien que queremos profundamente”. Y eso, agrega, “no está determinado por la edad”.
Un sufrimiento con el que el realizador ha buscado, como siempre, perturbar al espectador, llevarle a una parte de sí mismo que no conoce, “crear una experiencia intensa para la audiencia, llegar a lo más profundo del asunto que trata, ese es el desafío”.
En este caso, Haneke considera que “no hay algo más hondo que ser forzado a mirar al sufrimiento de alguien que amas sin poder ayudarle”.
Y para lograr ese sentimiento de gravedad y profundidad en la historia, decidió situarla en la casa de los protagonistas y no en un hospital, donde muere ahora la mayor parte de la gente.
Una casa que es una copia exacta de la que tenían los padres de Haneke en Viena, de clase media alta, para que la película no fuera un drama social y así eliminar cualquier problema social que distrajera del tema principal.
“Quería mostrar ese dolor, esa pena, que es igual para todos, independientemente del dinero que poseas”, afirma.
Una historia que fue relativamente fácil de rodar por los actores tan profesionales con los que contó y que permitió crear un clima de confianza para trabajar, una atmósfera productiva, algo que siempre busca el cineasta, pero que en otras ocasiones, como con “La cinta blanca”, donde trabajó con niños, fue mucho más difícil.
Contradictoria esa búsqueda de confianza con la reputación de exigente que precede a Haneke y que él mismo reconoce.
“Puedo ser muy terco y repito las tomas tantas veces como considero que es necesario”, señala con humor Haneke, que agrega entre risas: “Los actores se quejan y no siempre están contentos de volver a trabajar conmigo”.
Pero con esa actitud alcanza lo que persigue: sacar lo mejor de los actores con los que trabaja. Como es el caso de Trintignant y Riva, que han conseguido el premio del Cine Europeo por sus interpretaciones.
Y mientras espera a ver si “Amour” consigue el Globo de Oro a la mejor película extranjera al que está nominado o entra en la lista de candidatos al Óscar -ya está entre los últimos nueve-, Haneke se centra ahora en la ópera.
Concretamente en “Così fan tutte”, de Mozart, que estrenará en el Teatro Real de Madrid a finales de febrero.
“Tenía que haberlo hecho en el Festival de Salzburgo, pero estaba malo y no pude, ahora Gerard Mortier me lo ha pedido otra vez y lo haré en Madrid”. Y para ello asegura estar preparándose “muy duramente” porque “es muy difícil”.
Por Alicia García de Francisco