M.A.R., el último superviviente del aznarismo vuelve a la casilla de salida
Cuando Pedro Antonio Martín Marín tomó posesión como nuevo secretario de Estado de Comunicación del Gobierno de José María Aznar, en sustitución de Miguel Ángel Rodríguez, dijo que su labor iba a estar marcada por “el diálogo, la tolerancia y la búsqueda del entendimiento”. Aquella frase decía más de la etapa que terminaba que de la que estaba a punto de comenzar. Era un golpe de timón, al menos semántico, para romper con el legado del omnipresente Rodríguez, que se había labrado un protagonismo exacerbado en cada rueda de prensa de los viernes, cuando se celebraba el Consejo de Ministros, y tenía tras de sí una larga lista de rifirrafes con periodistas y políticos.
Rodríguez acabó quemado de esa etapa, que solo duró dos años. Pasó entonces a la esfera empresarial, aunque sin perder el contacto con la vida pública. Primero, por su buena relación con las administraciones gobernadas del PP, que siempre tenían un contrato público que encajaba con la empresa en la que estuviera Rodríguez; segundo, porque se convirtió en un tertuliano profesional -sin complejos- de tono duro contra la izquierda que gustaba mucho en las televisiones de derechas.
Ahora, Rodríguez, a quien Aznar se llevó al Gobierno después de que fuese el portavoz de su Ejecutivo en Castilla y León, vuelve a la casilla de salida. De nuevo ostenta un cargo de responsabilidad en el Gobierno de un líder del PP que ejerce la oposición al de Pedro Sánchez desde su feudo regional. Como le ocurrió con Aznar, su ahora jefa, Isabel Díaz Ayuso, también está en las quinielas para dar el salto a la política nacional en un momento en que el PP está huérfano de referentes y la prensa conservadora de la capital empuja para sacar una nueva lideresa de la cantera del aguirrismo. Rodríguez es el único superviviente del aznarismo, que esta semana ha celebrado los 25 años de su primera victoria electoral, y ha vuelto a la casilla de salida, pero con una estrategia distinta: ahora huye de los focos y ha comprendido que es más cómodo influir -y los que conocen los entresijos de la Puerta del Sol dicen que influye mucho- desde un segundo plano.
“Estar todo el día en el foco, con entrevistas diarias y ruedas de prensa, es mucho más duro que estar trabajando en la sombra, es infinitamente mucho más desgastante”, señalan fuentes de su entorno. Esa “sombra” es el cargo de jefe de Gabinete de Díaz Ayuso. Desde que lo ocupa, en enero de 2020, no hay movimiento o frase de la presidenta madrileña que no se le atribuya a MAR -el apelativo que surge de sus iniciales y que él ha adoptado-. “Desde que estoy en este cargo, no hago declaraciones y no debo hacerlas”, se disculpa ante la llamada de elDiario.es.
Pero Rodríguez ha tardado en alejarse de los micrófonos y las cámaras, a los que siempre acudía con un gusto por el protagonismo excesivo hasta para algunos integrantes del PP. La combinación de los focos y la soberbia -un defecto que reconoce él mismo- ha resultado en multitud de ocasiones en polémicas salidas de tono que han ido construyendo al personaje a lo largo de los años. Es algo que ha ocurrido desde sus inicios en política: en 1989 tuvo que dimitir como portavoz de la Junta de Castilla y León por criticar públicamente a dos procuradores del CDS.
Aznar, que lo había ascendido a ese puesto después de que Rodríguez cubriera su campaña como periodista de El Norte de Castilla, lo rescató cuando se trasladó a Madrid para asaltar la Moncloa. Lo consiguió en 1996 y ahí estaba MAR -al que se le atribuye la autoría del célebre “Váyase, señor Gónzález” y el mantra del “paro, despilfarro y corrupción” con el que el PP sacudía al tardofelipismo- , para ser su secretario de Estado de comunicación y ministro portavoz. Una crónica de El País del primer Consejo de Ministros, que le llama “superjefe de prensa” de Aznar, ya describía la guerra interna por el poder que quería acaparar Rodríguez. El desgaste comenzó ese mismo día y se acrecentó viernes tras viernes.
El PSOE pidió su dimisión porque, dijeron, había abordado a Joaquín Almunia cuando acudía a Moncloa a reunirse con Aznar para afearle que solo buscara una foto con la que reforzar su liderazgo. Jordi Pujol había mostrado su enfado con Rodríguez, unos meses antes, cuando este se burló de la propuesta de que las selecciones deportivas autonómicas compitiesen a nivel internacional. En una rueda de prensa, con motivo del 18 aniversario de la Constitución, Rodríguez dijo que si la carta magna fuera mujer “se pondría de largo”. Además de sus salidas de tono, algunos periodistas que cubrían la información de Moncloa se quejaban de sus presiones.
Dimitió por “razones estrictamente personales” en julio de 1998. No faltaron entonces las interpretaciones que veían la mano de Aznar en el cese para escenificar un giro a la moderación en el ecuador de su primer mandato. La dudas las despejó la frase de Marín, otro histórico de la UCD que había sido asesor ya de Calvo Sotelo, y que sustituyó a M.A.R. como secretario de Estado, y también Josep Piqué, que asumió el cargo de ministro portavoz prometiendo “moderación y tolerancia”. Dos dirigentes para sustituir a Rodríguez. Poco después de su marcha, el Ejecutivo autorizó a Rodríguez a trabajar en Carat, una multinacional de publicidad en la que entró ya como presidente.
Ahí comenzó una segunda etapa de MAR en la vida pública pero desde un ángulo distinto. Como empresario, consiguió para Carat 26,5 millones de euros en licitaciones del Gobierno de Aznar, algunos cuestionadas por el Tribunal de Cuentas por la urgencia en la concesión. Otra empresa en la que participaba, una productora de televisión, se hizo con varios contratos de la TVE controlada entonces por el PP. Sus empresas también han trabajado para FAES, por ejemplo haciendo vídeos que alimentaban la teoría de la conspiración del 11M, y han sido agraciadas con grandes cantidades de dinero por parte de la administración madrileña: recibió casi 600.000 euros del Canal de Isabel II por un proyecto frustrado de televisión por Internet.
Como tertuliano, Rodríguez ha supuesto una fuente inagotable de polémicas. En los años de Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se paseaba por la TDT exhibiendo su perfil más duro. YouTube está lleno de vídeos que recogen sus numerosos enfrentamientos y descalificaciones. Una de ellas, que consistió en llamar nazi al doctor Luis Montes, le costó una condena de 30.000 euros, una pena menor después de que la Fiscalía llegó a pedir dos años de cárcel para él. Se excusó en que quería “calentar” un debate televisivo. Tuvo otro encontronazo con la Justicia en 2013, aunque en esa ocasión por conducir bajo los efectos del alcohol.
Algunos de sus rivales políticos, con los que tuvo duros encontronazos, aseguran que más allá del personaje se pueden encontrar también algunos gestos generosos con personas en dificultades, no siempre de su círculo ideológico.
Su perfil de Twitter se abonó durante años a la línea dura y dio rienda suelta a comentarios broncos, polémicos y faltones. Ahí dijo de Inés Arrimadas que era “atractiva como hembra joven” pero políticamente “inconsistente”. De Ángel Garrido, que tras no ser nombrado candidato del PP a la Comunidad de Madrid se pasó a Ciudadanos, dijo que era un “tránsfuga de mierda”. Se enfrentó también a Ignacio Aguado, al acusar a su padre de haber conseguido “por la cara” un contrato de 102.000 euros de la Asamblea de Madrid. Que pese a ello, Rodríguez siga manejando los hilos de la política de la Comunidad ha sido un trago difícil de asumir para el vicepresidente del Gobierno regional. Los que conocen los equilibrios de la inestable coalición aseguran que el primero manda mucho más que el líder autonómico de Ciudadanos.
La cuenta de Twitter dejó de funcionar el 20 de enero de 2020 con el siguiente mensaje: “Hoy solo puedo deciros una cosa, tras once años de estar en Twitter: hay que defender España. Y quienes puedan dar el paso adelante, que lo hagan ilusionados, como yo. Los espero en la próxima estación. Fin del viaje por aquí”. Ese paso adelante se materializó al día siguiente cuando Díaz Ayuso le ascendió de asesor a jefe de Gabinete, para pasmo de su socio de coalición. Llevaba trabajando con ella desde la campaña de las elecciones, cuando Pablo Casado les puso a ambos para tratar de ganar en Madrid. No lo consiguieron, pero lograron un acuerdo con las derechas que se ha atribuido a Rodríguez.
Poco después llegó la pandemia y con ella ese enfrentamiento constante de la presidenta regional con el Gobierno de Pedro Sánchez. Como Aznar en Castilla y León, Díaz Ayuso se ha erigido como contrapeso al Ejecutivo de coalición, en ocasiones haciendo sombra al propio Pablo Casado. La presidenta no pierde la ocasión de marcar perfil propio, aunque sea a costa de desligarse de otros barones autonómicos y de incurrir en estridencias varias. No hay medida del Ministerio de Sanidad que Madrid no cuestione; no hay restricción que no se resista a aplicar.
Aunque la estrategia se parece a la de Aznar, Díaz Ayuso niega que el propósito sea el mismo. En una entrevista en El Periódico le preguntaron si se veía recorriendo el camino hacia la Moncloa con su jefe de Gabinete, como hizo Aznar. “No, veo a Pablo Casado”, respondió, leal al dirigente al que se lo debe todo. El propio Rodríguez vaticinó que los tiempos felices del PP volverán de la mano de su actual líder, pero añadió que también de “otros jóvenes de los que desconfían tanto como cuando Aznar empezó la carrera a la victoria”.
Esa premonición cerraba un artículo en El Español en el que reivindicaba los gobiernos de Aznar, ahora que se cumplen 25 años de su victoria electoral. “El PP vivió los mejores años de su historia porque alcanzó lo imposible”, escribe Rodríguez en una visión edulcorada que pasa por encima de todos los casos de corrupción en los que han estado inmersos sus compañeros en el consejo de ministros de esa época.
Mientras algunos de sus compañeros del Consejo de Ministros entran y salen de la cárcel, cuando todos son historia, Rodríguez resiste y evoca un cuarto de siglo después aquella etapa dorada del PP. Él, que salió libre de toda sospecha, ha vuelto ahora a sus inicios, trazando una estrategia beligerante que permite a Díaz Ayuso marcar perfil propio en el partido y a nivel nacional. Ahora solo queda despejar la incógnita de si en esa estrategia Rodríguez ha trazado, otra vez, la línea hacia la Moncloa.
51