Nunca ha estado en España que se sepa, pero podríamos decir que Mike Tyson es uno de los grandes analistas de las campañas electorales en nuestro país. Y sin haber estudiado Ciencia Política. Básicamente, por haber dado una buena respuesta a lo que pretenden los partidos españoles en las campañas. Lo hizo con una sola frase, con la que respondió en 1987 a la pregunta de cómo pensaba afrontar la estrategia de su rival para la siguiente pelea. “Todo el mundo tiene un plan hasta que le golpean por primera vez”, dijo. Los partidos van a sus grandes combates electorales con una estrategia definida, cuentan con asesores muy experimentados que han visto todas las películas y series que existen sobre el tema, y luego se encuentran con que no tienen respuestas claras al encajar el primer puñetazo en la cara.
Con las elecciones de Madrid, puede ocurrir una situación realmente paradójica. El PP busca sumar el mayor número posible de votos, lo que es muy lógico, y corre el riesgo de que ese posible éxito se vuelva en su contra. Isabel Díaz Ayuso no se presenta como la mejor candidata con el mejor programa, sino como la única salvación posible para que Madrid no caiga en manos del comunismo. Sin ella, la libertad desaparecerá y llegarán el gulag y el mal tiempo. Por ejemplo, en la educación. “El 4 de mayo, las familias podrán seguir eligiendo el colegio que quieren para sus hijos en completa libertad, lo que no ocurre en casi ninguna otra comunidad autónoma”, dijo el lunes.
Otros presidentes autonómicos del PP en Galicia, Andalucía o Castilla y León, responsables de la gestión de la educación en sus regiones, se habrán quedado perplejos al escucharla. Lo mismo se han vendido al comunismo liberticida.
La encuesta del CIS conocida el lunes ha puesto números a un riesgo para el PP que ya ha aparecido perfilado en artículos en varios medios. Está en condiciones de engullir casi todos los votantes que apostaron por Ciudadanos en 2019 y dejarlos sin representación parlamentaria. Puede también no sólo frenar el ascenso de Vox en elecciones autonómicas, sino incluso pegarle un buen bocado a su electorado gracias a la buena imagen de Díaz Ayuso entre los votantes de extrema derecha. Encuestas difundidas a mediados de marzo lo apuntaban al dejar a Vox en torno al 7% de los votos. La del CIS le concede un 5,4%, peligrosamente cerca del 5% mínimo para entrar en la Asamblea.
A un mes de las elecciones, las expectativas del PP son tan buenas que parece destinado a mejorar en mucho el batacazo que se dio hace dos años en las urnas. Pero si arrasa en la derecha hasta el punto de dejar a Vox y Cs fuera de la Cámara, es posible que no llegue a la mayoría absoluta y entregue el Gobierno a un pacto de la izquierda. Díaz Ayuso se uniría a ese grupo formado por Jacques Chirac, Artur Mas y Theresa May, los gobernantes que convocaron elecciones anticipadas que no necesitaban y pagaron su arrogancia con creces.
El sondeo del CIS podría estar equivocado –los datos de asignación de escaños que dan un empate entre izquierda y derecha no terminan de cuadrar–, pero con 4.000 encuestados es la muestra más amplia que ha sido publicada en estos meses (una encuesta de un medio privado suele rondar el millar de personas). Ese número permite bucear con más seguridad en las opiniones de los votantes de cada partido. No ocurre así con los titulares de algunas portadas que dicen cosas como 'los votantes del PSOE se oponen a...' cuando se refieren a las opiniones de menos de 300 personas. Por bien elegidos que estén, esa conclusión incluye un margen de error muy alto.
Los datos confirman que el tremendismo de Ayuso y su decisión de autonombrarse como la principal adversaria de Pedro Sánchez han hecho que las personas que votaron a Vox en las elecciones generales de noviembre de 2019 –las más recientes en Madrid y en las que el partido obtuvo sus mejores resultados– tengan de ella una opinión tan buena como los votantes del PP. En algunas preguntas, incluso superan en entusiasmo a los que apoyaron a Ayuso hace dos años.
Los votantes del Partido Popular dan a la presidenta de Madrid una puntuación media de 8,1 sobre diez. Los de Vox, la misma. En otras cuestiones básicas, salta la sorpresa. El 64,4% de los votantes del PP cree que la situación general de la Comunidad de Madrid es buena o muy buena. Ese porcentaje es mayor, del 68,3%, con los que votaron a Vox. Con una pandemia de por medio, el 41,4% de los del PP sostiene que la situación de Madrid es mejor que hace dos años. Los de Vox lo afirman en un 49,5%. Los votantes de extrema derecha superan a los del PP por escasa distancia al calificar de buena o muy buena la gestión del Gobierno Díaz Ayuso (84,9%-83,1%) y también de forma específica en relación a la pandemia (82,2%-81,5%).
Con esos datos, no es aventurado afirmar que Vox tiene imposible alcanzar los votos de 2019. Saber hasta dónde puede caer es una previsión imposible de hacer en estos momentos. No hay que olvidar que si Vox supera el 5%, eso supone al menos siete escaños con los que Ayuso podría superar la mayoría absoluta. Lo mismo si Ciudadanos supera su depresión postraumática y también recibe siete escaños, aunque eso es menos probable.
En cierto modo, lo que transmite la encuesta del CIS es un puñetazo en la estrategia del PP de Madrid. Y es muy difícil cambiarla ahora. La propia dinámica de una campaña hará que se acentúe esa tendencia preocupante para Vox. Y lo hará a lomos de cierta cobertura mediática, porque el club de fans de Ayuso no va a ceder (“Ayuso no necesita la bendición de la politología andante porque tiene el favor del pueblo”, ha escrito uno de sus juglares).
La presidenta madrileña no hará sangre con Vox o con su candidata, Rocío Monasterio, pero no es su relación con el partido de Santiago Abascal la que le ha llevado a esta situación. No va a animar a los votantes de Vox a que sigan confiando en su partido, porque ella aspira a todo. La libertad depende de ella y su enemigo directo no es Ángel Gabilondo, sino Pedro Sánchez. Y qué más quiere un seguidor de Vox que dar caña al presidente del Gobierno.
Ayuso insiste en esa disyuntiva firmemente enclavada en su cabeza y va a estar muy atenta a lo que Sánchez diga de ella. Con Gabilondo, se limita a desdeñarle diciendo que miente. Con Sánchez, todo es más personal. El presidente optó el fin de semana por ataques duros y directos contra Ayuso –los mismos que Gabilondo no quiere hacer–, quizá porque Moncloa calcula que esa táctica le beneficiará.
La presidenta tomó nota, encantada con esa pelea. Dadme guantes más grandes. “Dado que Pedro Sánchez ha entrado más veces en campaña que yo misma, mostrando su obsesión por batallar personalmente conmigo, quiero decirle una cosa. Se lo digo mirándole a los ojos: el 4 de mayo nos vemos en las urnas”, dijo el lunes en un encuentro informativo de Europa Press.
Te estoy mirando a los ojos. Tú y yo. Mano a mano. No importa que sea ella quien lleve casi un año buscando el cuerpo a cuerpo con Sánchez. Ahora resulta que es al revés.
Puede ser un error persistir en la misma estrategia si te llevas un golpe en la cara nada más empezar. Depende de tu capacidad de encaje. Es más arriesgado no darse cuenta de que la realidad te ha atizado un guantazo y pensar que todo va sobre ruedas. Quién iba a pensar hace unos meses que lo que necesitaba la izquierda para gobernar en Madrid no era un milagro, sino una dosis supervitaminada y mineralizada de Ayuso.