Desde el inicio de las protestas contra el Gobierno de Turquía, en mayo pasado, las mujeres han estado en primera fila del movimiento social que exige un país más democrático, más laico y, sobre todo, menos machista.
“El Estado es un hombre”, resume Ilknur, una joven madre, la percepción de muchas mujeres que se ven relegadas a la función de máquinas de parir hijos en los diseños políticos del Gobierno, en manos del islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP).
El enfado era evidente también durante las recientes protestas de la plaza Taksim y en el parque Gezi, donde las mujeres llevaron las reivindicaciones feministas al primer plano de los debates.
“Quieren intervenir en nuestros cuerpos”, asegura Ilknur, mientras marcha en una manifestación de cientos de mujeres y hombres, muchas de ellas disfrazadas de embarazadas, con una pelota o un cojín bajo la blusa.
“Desean prohibir el aborto, decidir cuántos hijos debemos tener, cómo debemos vestir, qué amantes tener... quieren tener control sobre nuestra vida”, dice.
La particular manifestación es un grito de rechazo contra el más reciente agravio: el viernes, un conocido abogado y autor de libros religiosos, Ömer Tugrul Inançer, declaró en horario de máxima audiencia en la televisión pública TRT que las mujeres visiblemente embarazadas no deberían mostrarse en público.
Inançer definió como “inmoral” y contrario al buen gusto que una mujer saliese a la calle mostrando un embarazo de siete u ocho meses y sugirió que si necesitaba aire fresco, se hiciera llevar por su marido en coche.
La reacción inmediata fue un “trending topic” en la red social Twitter, en la que mujeres turcas de toda condición enviaban fotografías suyas con orgullosos embarazos, a menudo barriga al aire, en lugares públicos.
Se sumaron incluso algunos hombres, empleando cojines para adoptar una imagen similar.
Horas más tarde, varias protestas tuvieron lugar en Ankara y Estambul, con lemas irreverentes: “Prostitutas o preñadas, las calles son nuestras”, o “Ay ay, aprieta, aprieta, el que me cansa eres tú, Tayyip”, en referencia al primer ministro, Recep Tayyip Erdogan.
Aunque Inançer no tiene un cargo oficial, sí refleja los esquemas mentales del Gobierno, cree Ilgin, una joven socióloga que marcha disfrazada de embarazada.
“Erdogan insiste en que todas las mujeres debamos tener tres hijos como mínimo, pero luego no quieren que se nos vea embarazadas. Conclusión: para el AKP, las mujeres donde mejor estamos es encerradas en casa”, critica.
“Pero cuantas menos mujeres haya en la calle, más agresiones habrá contra las que sí salen, mayor será la violencia machista en la sociedad”, cree Ilgin.
Recuerda la larga lista de agravios, empezando con la violencia machista que se sigue cobrando unas 150 vidas de mujeres al año en Turquía, sin que el Gobierno le preste demasiada atención.
A su vez, Erdogan sigue adelante con su promesa de luchar por una prohibición del aborto, un plan del que tuvo que retractarse el año pasado tras masivas protestas de las mujeres.
“Los tribunales dejan en libertad a hombres acusados de violaciones colectivas, pero luego en la televisión les preocupa que nos vean la barriga”, denuncia la mujer.
No ayudó un comunicado del Ministerio de Religión para desmentir ayer mismo que el islam mande aislar a las embarazadas, al añadir que sí deberían tener “más cuidado con su ropa” y que ninguna mujer debería mostrar barriga ni espalda.
Ni tampoco tranquiliza el que en el actual Gobierno haya una sola ministra, en un país que ya en 1993 tenía una mujer en el cargo de primera ministra, y donde algunas de las mayores empresas y organizaciones empresariales están en manos femeninas.
“El AKP exhibe una política enemiga de las mujeres” asegura también Basak Biner, integrante del Colectivo Feminista Socialista.
“Un Estado masculino quiere controlar el cuerpo de la mujer - han querido prohibir tanto el aborto como las cesáreas - y nos quieren convertir a todas en una mano de obra barata, dedicada a la familia y al marido y fácil de explotar. El AKP hace causa común tanto con el capital como con el patriarcado”, denuncia.
En Turquía, el cuerpo femenino se considera tradicionalmente algo que debe relegarse a la esfera privada.
“Muchos hombres de las generaciones mayores no hablarán de nada que tenga que ver con una vagina”, explica la activista Merve Alici.
Y el embarazo forma parte de este mundo tabú, aunque parece serlo solo en la mente del Gobierno y sus simpatizantes, asegura Ilknur.
Cuando ella estaba embarazada de su hija, no se privaba de salir a la calle, y jamás se encontró una reacción adversa, asegura.
Con un gesto descalifica estos esquemas mentales: “Son solo cosas del Estado”.
Por Ilya U. Topper