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Operación Illa: la investidura culmina el plan de Sánchez para recuperar Catalunya

La investidura de Salvador Illa como president de la Generalitat tiene para Pedro Sánchez mucho de victoria personal. El empeño del presidente del Gobierno en una política territorial con Catalunya marcada por hitos como los indultos a los líderes del procès y la ley de amnistía ha ido de la mano de una apuesta decidida por el hombre que consiguió arrinconar en las urnas al independentismo a sus niveles mínimos históricos de representación parlamentaria. Y por eso Sánchez fue el primero en celebrar el éxito de Illa públicamente. 

“Hemos trabajado juntos en las circunstancias más adversas. Sé de tu amor por Catalunya. Conozco tu templanza, sentido común y capacidad de trabajo. Justo lo que necesita Catalunya. Serás un gran President”, escribió el líder del Ejecutivo en sus redes sociales cuando aún retumbaban los ecos de Els Segadors entre las paredes del Parlament.

A Salvador Illa no se le olvidará la fecha de este 8 de agosto de 2024 como el día en que se convirtió en President de la Generalitat, igual que seguramente no olvide la del 10 de enero de 2020. A media mañana de ese lluvioso viernes en Barcelona, el entonces secretario de organización del PSC recibió una llamada del presidente del Gobierno que interrumpió una reunión de trabajo en su despacho de la sede socialista de Poblenou y que cambió para siempre su trayectoria política. 

Sánchez, que llegó a manejar informes de Salvador Illa como un 'candidatable' para la alcaldía de Barcelona y que había confiado en él las negociaciones de su primera investidura con ERC, lo llamó ese día para ofrecerle ser ministro de Sanidad. A Illa ya le habían llegado por entonces cantos de sirena de que su nombre estaba entre las quinielas del presidente como posible ministro, pero la cartera asignada le sorprendió. Filósofo de formación, había sido alcalde de su municipio, la Roca del Vallès, tras el fallecimiento repentino de su predecesor, Romá Planas. Y luego un hombre de aparato leal a su partido con un perfil público prácticamente desconocido. Nada relacionado ni remotamente con la gestión sanitaria. 

El hoy president no le ocultó entonces a Pedro Sánchez su extrañeza y por eso el líder del PSOE empleó varios minutos en explicárselo. No quería un experto en sanidad sino un hombre con sus dotes de negociación y su profundo conocimiento de la política catalana para una legislatura marcada por la dependencia parlamentaria de ERC y para los planes de desescalada del conflicto catalán, por aquel entonces todavía marcado por la pena de cárcel que cumplían los principales líderes independentistas condenados. Y Sanidad, le argumentó Sánchez, no era una mala cartera para compaginar todo eso. 

Aquel era uno de los ministerios desechados entonces por Unidas Podemos durante la negociación de la coalición, un departamento con la práctica totalidad de competencias transferidas a las comunidades autónomas. Y eso, le dijo Sánchez a Illa, le dejaría mucho tiempo libre para ocuparse de Catalunya, la principal misión que le encomendaba. 

Cuando terminó esa conversación del 10 de enero ni Sánchez ni Illa sabían que una pandemia mundial acechaba ya en China y que en cuestión de semanas los contagios y las muertes se contarían por centenares de miles en todo el mundo. Ni tampoco que el Gobierno tendría que decretar en apenas dos meses un estado de alarma que convertiría al ministro en mando único sanitario. 

La gestión de la pandemia a la que se enfrentó Salvador Illa desde su departamento lo convirtió entonces en uno de los políticos más conocidos y reconocidos del país. Su templanza y su pedagogía a la hora de explicar en público las líneas de actuación del ministerio forjaron en tiempo récord una figura política muy trascendente. Sánchez y su equipo más cercano así lo apreciaron y ni siquiera se había empezado a suministrar la vacuna contra la COVID-19 cuando al ministro de Sanidad le volvió a sonar el teléfono móvil. 

Después de afrontar los meses más complejos de gestión de la pandemia en primera línea, Salvador Illa fue convocado a la Moncloa a una reunión en la que también estaba presente Miquel Iceta, su jefe de filas en el PSC entonces. El encargo era claro, mucho más congruente por su trayectoria que el anterior, pero igualmente sorprendente por los tiempos: Sánchez quería que fuera candidato a las elecciones catalanas, una decisión consensuada con Iceta. 

Illa admitió entonces en alguna entrevista que le hubiera gustado poder pilotar desde su ministerio el proceso de vacunación que supuso el principio del fin de la pandemia. Pero aceptó también el encargo e hizo sus maletas para volver a Catalunya. A las semanas de su nombramiento, afrontó su primera cita electoral como candidato el 14 de febrero de 2021. El exministro de sanidad ganó las elecciones por un puñado de votos a ERC, segunda fuerza. Pero la mayoría independentista impidió su investidura en favor de Pere Aragonès. 

La carrera de fondo de Salvador Illa para volver a ser candidato en 2024 se produjo en paralelo al despliegue por parte de Pedro Sánchez de una política territorial tan ambiciosa como arriesgada. Primero indultó a los políticos presos, luego reformó en el código penal la sedición y la malversación. Y por último, impulsó la ley de amnistía, el requisito de Carles Puigdemont y Junts para prestarle su apoyo en la investidura que siguió a las elecciones generales de julio de 2023. 

La apuesta por Salvador Illa como candidato, primero, y la hoja de ruta para desmadejar el conflicto que propició la quiebra institucional entre la Generalitat y el Estado en 2017 tras el referéndum unilateral del 1 de octubre y la posterior declaración de independencia, terminaron por fructificar el pasado 12 de mayo. Ese día, los catalanes dejaron por primera vez en cuatro décadas en minoría parlamentaria a las fuerzas nacionalistas o independentistas. Y otorgaron al líder de los socialistas catalanes una victoria rotunda.

“No vengo a desmontar nada. Catalunya necesita abrir una etapa de consensos puertas adentro y puertas afuera y afrontar sin prejuicios los conflictos políticos mal resueltos”, dijo Illa durante su discurso de investidura, la primera de un president no independentista en 14 años y que certifica el éxito del gobierno de Pedro Sánchez para enterrar, esta vez sí, una década de procès.