CRÓNICA

Ortega Smith te partirá la cara si le miras mal

4 de enero de 2024 22:01 h

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Javier Ortega Smith concluyó su intervención en el pleno del Ayuntamiento de Madrid que debatía su reprobación y salió corriendo. No quería escuchar a nadie más, así que hay que deducir que estaba 'ofendidito'. El concejal y diputado de Vox, conocido por sus modales chulescos que se dan por supuestos en los porteros de discoteca por la noche, había estado lloriqueando antes por creer que la oposición se estaba cebando con él para montar “una cortina de humo” con la que ocultar la moción de censura de Pamplona. El dato positivo de la jornada es que no pegó a nadie. No sería por falta de ganas.

El motivo de la reprobación fue la agresión del concejal de Vox a otro de Más Madrid, Eduardo Fernández Rubiño, en el pleno del 22 de diciembre. Salió adelante con los votos de todos los grupos menos Vox, 52 a cinco. Le tiró una botella a la cara con un golpe de carpeta. Cosas peores se ven por la noche, pero se supone que las instituciones exigen un mínimo de respeto al rival. Fue peor lo que le dijo de inmediato: “Ahora, llora”. Desde los tiempos del colegio, es lo que dicen después de una agresión los alumnos más violentos a las víctimas de las que abusan. No es suficiente con pegar. También hay que humillar.

“La actitud clásica de cualquier matón”, resumió Rita Maestre. La portavoz de Más Madrid afirmó que es un digno representante de su partido, de su ideología y su conducta. “No es una anomalía en Vox. Es el método”.

Ortega Smith es un ejemplo de ese tipo de masculinidad fomentada por la extrema derecha que enseguida te deja claro que te pegará dos guantazos si te atreves a replicar. La agresión es la forma más directa de cerrar una discusión. También ha funcionado con este estilo amenazante dentro del partido. Macarena Olona escribió de él que dirigía una camarilla de exmilitares en Vox que se imponía por el miedo. No es que él haya tomado una colina batida por el fuego enemigo. En realidad, sólo hizo la mili.

Su contribución más noticiosa en el Congreso fue contagiar de COVID-19 a medio grupo parlamentario en las primeras semanas de la pandemia. En el juicio del procés en el Tribunal Supremo tuvo un papel mediocre al frente de la acusación popular. Ahora ha caído en desgracia en Vox, aunque continúa en el Congreso y el Ayuntamiento. La mayoría absoluta del PP en las elecciones municipales le dejó sin ninguna influencia. Tampoco se puede decir que supiera utilizarla con mucha habilidad en la legislatura anterior. Todo lo que no sea embestir le parece una concesión indigna al adversario.

En el pleno, Ortega acusó a la víctima de ser el agresor. “La única agresión en ese pleno fue la que hizo usted a las víctimas” del terrorismo, le dijo a Rubiño. Para cerrar el ataque, le acusó de “apoyar a Hamás”, lo que el concejal no ha hecho nunca.

El Partido Popular votó a favor de su reprobación, que es una medida simbólica, pero estaba más interesado en denunciar a la izquierda. A pesar de que Vox forma parte de cuatro gobiernos autonómicos presididos por el PP y que cuenta con su apoyo en otro Gobierno y numerosos ayuntamientos, la vicealcaldesa, Inmaculada Sanz, describió al partido de extrema derecha como un colaborador esencial del PSOE.

“Sus numeritos son la mejor de las coartadas del partido socialista y de la izquierda”, dijo Sanz. “Son muy útiles para la estrategia del sanchismo”. Será que fue Sánchez quien obligó al PP a pactar con Vox en todas esas autonomías y ciudades.

“A ustedes (la izquierda), les viene fenomenal que exista Vox”, explicó después el alcalde, José Luis Martínez Almeida. Otro que piensa que el PP no se beneficia del apoyo de Vox en varias instituciones.

Sobre quien Sanz quería hablar en relación a la violencia no era de Ortega o de su partido. Es la izquierda la que le da miedo por ser violenta y por eso le dedicó la mayor parte de su tiempo. Se refirió en detalle a los escraches de hace una década, que no duraron mucho tiempo y que han terminado por alcanzar una estatura mítica para el PP.

“Fue con ustedes cuando se normalizó la violencia”, dijo Sanz. Según esta lógica, ahora no tienen razones para quejarse.

Mientras hablaba, una pantalla de grandes dimensiones proyectaba vídeos de algunos incidentes pasados. En el pleno del Ayuntamiento de Madrid, los grupos pueden mostrar vídeos como si fuera un programa televisivo. Hasta salió Beiras en esta ocasión con su puñetazo en el escaño de Alberto Núñez Feijóo en el Parlamento gallego. Ahí se aprovechaba todo. También se pudo ver el puñetazo que recibió Mariano Rajoy en Pontevedra, obra de un joven con problemas mentales.

Era el 'Cachitos del PP', un zapping con los grandes pecados de la izquierda, desgraciadamente sin música y sin gracia.

Almeida se dio el gustazo de llamar “cobarde” a Ortega por abandonar el pleno. El portavoz de Vox había dicho en noviembre que los del PP son “gallinas ponedoras” y que “aunque pongan huevos, no los tienen”. Con ese lenguaje cuartelero y vulgar, Ortega siempre acababa por intimidar al alcalde.

En ese momento, a Almeida sólo se le ocurrió responder: “Quizá no tengo los huevos que él tiene, pero tengo los votos de los que él carece”. Huevos no tendrá, pero tampoco está muy sobrado de habilidad en las réplicas. Una respuesta certera no es la que acepta la premisa del ataque.

El alcalde creía tener razones para presentarse como la víctima de los más fanáticos. Recordó que a él también le insultaron en la manifestación de Nochevieja de la calle Ferraz. “Me llamaron hijo de puta e hijo de perra”, se quejó. Se le olvidó decir que el presentador del acto le llamó “puto enano”. Con ese ganado mugiendo por la calle, podría reclamar que se acaben esas concentraciones delante de la sede de un partido político, pero pensará que eso sería dar una victoria al odiado sanchismo.

Los partidos de izquierda ya saben que, por muy bien que se comporten, seguirán siendo los culpables de toda la violencia en la calle, en opinión del PP de Madrid. Si se cortan un poco y no llaman “hijo de puta” a Almeida, no crean que se lo van a tener en cuenta.