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Análisis

Podemos y el eco de Vistalegre

Pablo Iglesias en el escenario de Vistalegre durante la celebración de la asamblea fundacional de Podemos. / Juan Luis Sánchez

Juan Luis Sánchez

Palacio de Vistalegre (Madrid) —

Vistalegre hace eco. No sólo retumba la megafonía penetrando por los vomitorios de la antigua plaza de toros, también reverbera la memoria de un lugar que fue santuario del PSOE para los años cumbre del zapaterismo. En 2003, un Vistalegre abarrotado se levantaba entre banderazos enrabietado por unas elecciones que creía haber ganado y que el 'tamayazo' le quitó.

Sobre el escenario que hoy pisa Pablo Iglesias, el éxtasis de aquella mañana de domingo de 2003 llegó espoleado por una intervención del entonces presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra. El barón del PSOE, ya curtido, alzó los brazos ante el atril y puso las dos manos en forma de pistola; cañón con el índice y martillo con el pulgar. “¡No pasarán!”, dijo una vez; “¡No pasarán!”, dijo una segunda agitando las pistolas; “¡¡No pasarán!!”, gritó a su máxima potencia al tiempo que miles se alzaron. A la mañana siguiente ninguna institución progresista acusó al PSOE de manipular, de hacer demagogia, de jugar con el populismo.

El “no pasarán” de Ibarra es “el asalto a los cielos” de Pablo Iglesias, parafraseando cada uno desde su lugar ideológico aunque desde la misma tarima. Pirotecnia dialéctica para generar base social, retórica política para aglutinar apoyo. Política clásica para liderazgos fuertes. En el caso de Iglesias, un poco de lo de siempre para intentar hacer hueco a algo nuevo. Es, sin embargo, un mensaje construido desde un concepto diferente, el de la clave para todo el nuevo universo Podemos: la idea de que, efectivamente, pueden. Que la victoria es posible; que ya no se trata de resistir (no pasarán) y saber quiénes son (la izquierda y, además, mejor si está muy unida), sino de salir ahí fuera con el machete en la boca para desbrozar la selva hasta llegar al poder. Porque pueden.

Podemos no es sólo Vistalegre

El encuentro en Vistalegre sólo ha representado a una de las capas de este fenómeno político llamado Podemos. Si sacar predicciones generales de lo que será su futuro por los debates que unos cientos de personas mantienen en foros digitales es equivocado, sacarlas de lo visto dentro de esta plaza de toros durante este fin de semana, también. Dentro de Vistalegre estaban los activistas que más han trabajado en la construcción de círculos, en la campaña, en la expansión territorial del partido. Los que más merecen ser escuchados, probablemente. Pero son una parte pequeña de las más de cien mil personas que se han registrado para participar en las decisiones que a través de internet se van a tomar.

Por eso este fin de semana era complicado para Pablo Iglesias, a pesar de que era también una celebración. Tenía delante a los que más de cerca han visto los posibles errores y los que más intensamente han vivido los debates, en especial los que tienen que ver con qué papel juegan los círculos con la dirección del proyecto o con la autonomía de éstos para presentarse a las elecciones municipales.

Podemos supo descorchar el volcán del 15M y desde el principio quiso canalizar la energía generada, pero no representarla. Podemos no es el partido que traduce el 15M sino que lo remezcla, lo toma como herencia para matar al padre y poder seguir. El equipo promotor de Podemos tuvo claro desde el primer momento que había que dejar atrás algunos métodos del 15M para conseguir sus objetivos, y lo han ido diciendo públicamente.

Una idea del 15M que Podemos ha hecho cenizas es la del rechazo a una figura de una dirección fuerte, a un liderazgo personal. El sábado por la mañana, con casi una hora de retraso como corresponde a quien sabe hacerse esperar, Pablo Iglesias entró en Vistalegre en un paseíllo de simpatizantes que querían tocarle y cámaras que querían inmortalizarle; llegó a la primera fila de asientos reservados, se volvió hacia la grada y aplaudió a los miles que le aplaudían.

La escenificación, equiparable a la de cualquier otro gran partido, contrastaba con la aparición de la voz más discordante con la de Iglesias en Podemos, la de Pablo Echenique, que había entrado discretamente a su hora. Al día siguiente, este domingo, Echenique volvió a ser puntual, pero esta vez llegó arropado por sus compañeros de alternativa, entre ellos dos eurodiputadas más, Teresa Rodríguez y Lola Sánchez. Coreaban el eslogan de su propuesta y la sensación era de empuje. Alguien había tomado nota y las formas se igualaban al alza.

Lo que Echenique ha venido a decir es que nadie duda del liderazgo público de Pablo Iglesias, pero que son necesarias reglas del juego que impidan que Podemos genere su propia casta, que concentre todo el poder de decisión y representación pública. La eurodiputada Teresa Rodríguez iba más allá y soltaba pequeñas bombas: “Podemos no es un experimento universitario sino una experiencia con mil círculos funcionando”, dejando caer la crítica de que Podemos se rige desde dentro de un núcleo duro de profesores y amigos.

La postura del equipo de Iglesias ante esto ha sido arriesgada. Algunas frases contra el consenso, defendiendo la “eficacia” o advirtiendo de que “un secretario general es mejor que tres” o de que dejarían el liderazgo si no se aprobaba su propuesta, han situado las fichas, desde el inicio del fin de semana, en una posición incómoda para ellos: parecía que Iglesias quería control y Echenique, democracia. Y, obviamente, nada es así de simple.

Hay también una lucha de poder interno, fraguada desde la génesis, donde determinados círculos y miembros importantes (especialmente los que proceden de Izquierda Anticapitalista) se sienten desposeídos de un partido que ellos también han fundado. Pero esa canción suena diferente, y mal para Pablo Iglesias entre los ecos de Vistalegre, cuando un buen puñado de ponentes van soltando una tras otra palabras que reclamaban que Podemos cumpliera su papel “como heredero político del 15M, del no nos representan, donde la democracia es el programa”. Un toque de atención constante y celebrado desde las gradas. El aplausómetro comenzaba a debilitar la propuesta organizativa de los promotores, aunque no pusiera nunca en duda la figura de Pablo Iglesias.

Al final de las jornadas, el equipo se ha esforzado por rebajar esa tensión. “No habrá vencedores ni vencidos”, ha dicho Iglesias. Carolina Bescansa o Pablo Soto han puesto sobre la mesa que la promesa es “hacer el partido político más deliberativo de la historia”; en palabras de Bescansa, fundamentalmente con el uso masivo y desestructurado de la tecnología. Alrededor de Podemos se sitúan, con más o menos escepticismo, expertos en tecnopolítica que tampoco creen que la estructura en círculos y delegados sea la mejor para fomentar la participación.

Sobre la tarima, ni Pablo Iglesias ni Juan Carlos Monedero han entrado con mucho detalle en el modelo orgánico expuesto en los documentos que ahora pasarán a votación a partir de ya. Probablemente no lo han hecho para evitarse complicaciones, porque saben que superando este fin de semana se superaba lo más difícil, su segundo dique de dependencias tras haber desbordado ya a Izquierda Unida. "Ahí fuera”, fuera del activismo de Vistalegre, donde Pablo Iglesias ha pedido en la clausura que miren todos los simpatizantes de Podemos, la cultura de la participación de las asambleas a semejanza del 15M está hundida. Echenique dice que “entre veinte responderemos a las preguntas mejor que entre dos”, pero la hipótesis de victoria de Podemos ha hecho que, ante la posibilidad de ganar, todo pase a un segundo plano.

Iglesias apunta a “la centralidad del tablero”, donde cree que no puede llegar con una estructura orgánica como la que plantean los círculos afines a Teresa Rodríguez o Echenique. Unas primarias abiertas con más de cien mil registrados por correo electrónico, o unas elecciones con millones de potenciales votantes que le ven por televisión, sí le llevarían directo a la centralidad, a lo masivo. De fondo, una actualidad política que parece un flyer de barra libre gratis para Podemos.

Todos los partidos políticos de masas manipulan, hacen demagogia y caen en sus particulares formas de populismo. Podemos no se va a salvar. Pero ya no valdrá nunca más sólo con eso; si no son los círculos, aparecerán dentro o desde fuera de Podemos otras formas distribuidas de equilibrar los vicios del poder. Quizá mejores, quién sabe. Porque la sociedad ya no es lo que era cuando Ibarra gritaba a los cielos de Madrid con las manos en forma de pistola.

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