Pablo Iglesias pone las luces largas tras abandonar la política

Aitor Riveiro

9 de julio de 2021 21:54 h

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Dos meses después de dimitir de todos sus cargos públicos tras las elecciones madrileñas, Pablo Iglesias reapareció el pasado lunes para impartir la conferencia inaugural de uno de los cursos de verano que organiza la Universidad Complutense, donde él estudió y comenzó a ejercer de profesor antes de fundar Podemos en 2014. Iglesias retomó su papel de profesor ante una pequeña audiencia de poco más de 20 personas en una intervención por videoconferencia realizada desde su casa y a la que pudo asistir, de oyente, elDiario.es. El tema, uno de los que apasionan al exvicepresidente del Gobierno: la comunicación política. Pero vista ya desde fuera, con distancia y calma. Y con la mirada puesta en el medio y largo plazo.

La reaparición no fue publicitada, no se celebró en un gran auditorio, ni supuso ningún ingreso para Pablo Iglesias, quien por si acaso pidió el visto bueno de la Oficina de Conflictos de Intereses del Gobierno. Cada paso que da el ex secretario general de Podemos tiene que ser medido porque cualquier movimiento es carne de titular. De hecho, incluso su ausencia lo es. Desde que dio el paso atrás el flujo de información sobre Iglesias ha descendido, pero no se ha detenido. El hype que se originó cuando apareció su imagen con su nuevo look es solo un ejemplo.

Precisamente de los medios iba la conferencia que impartió el pasado lunes. En concreto, de cómo preparar a un candidato desde el campo progresista, desde la izquierda, para participar en entrevistas y debates en televisión y radio, las plataformas donde, principalmente, se forma “el sentido común de época”. De qué necesita un buen director de comunicación, en qué debe fijarse, a qué debe atenerse y qué puede esperar.

“Cualquiera que se dedique a la política en España debe partir de un 'bienvenidos a Vietnam'. No es agradable para nadie, pero si además tienes que trabajar con un candidato de izquierdas va a ser un infierno”, dijo a los alumnos en una charla prevista para que durara bastante menos de las más de dos horas que se prolongó por las muchas intervenciones de los asistentes, que bombardearon a preguntas al inesperado invitado inaugural. 

Iglesias habla en tercera persona, en un marco teórico, pero parte de sus vivencias propias desde que lanzara Podemos hace siete años. Ya desde antes, como asesor de IU en algunas campañas, especialmente con el éxito de la Alternativa Galega de Esquerda de Yolanda Díaz y Xosé Manuel Beiras en 2012, el por entonces desconocido politólogo intentaba convencer a los suyos de que estar en la televisión era imprescindible. Una lección bien aprendida de otras experiencias. Hace años se hizo famosa una frase en la que decía que prefería controlar antes un canal de una televisión autonómica que cualquier consejería que no fuera de las principales.

La pugna por los “marcos”

La tesis central de Iglesias es bien conocida y bebe de los estudios de George Lakoff sobre los “marcos”, es decir, las estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Esos marcos no son fijos. De hecho, pueden cambiar, y cambian, a gran velocidad. Ese es el trabajo del dircom, el director de comunicación, de un político: identificar los marcos y cambiarlos o modificarlos para adaptarlos al mensaje que quiere dar el dirigente en cuestión. O prevenir que puedan cambiar y hacia dónde.

Iglesias planteó un ejemplo en primera persona y en forma de autocrítica: la entrevista en Salvados de la polémica sobre la comparación entre los exiliados republicanos y Carles Puigdemont. “Estuve torpe y no vi que era un marco emocional para la izquierda, que no se puede usar la misma palabra para describir a los exiliados republicanos que a Puigdemont”, reconoció Iglesias ante sus alumnos. Otra tarea para un dircom: anticipar la pregunta y, cuando no es posible, comenzar de inmediato con el control de daños. Pero se confiaron. De aquella entrevista salieron contentos por cómo le había ido en el resto de aspectos y no fueron conscientes del error hasta que ya era tarde.

Pablo Iglesias vino a explicar a sus, por unas horas, alumnos que todo es muy difícil. Que en los medios, el terreno de combate más importante, opera una estructura ideológica no neutral. Según esta tesis, en los medios se gestionan marcos, más que información, y el espacio favorable para la izquierda es estrecho. Una última lección, su dimisión como vicepresidente: “Cambiamos el marco, no esperaban que hiciéramos. Una de las claves es hacer lo que el adversario no espera. Y nadie espera que un vicepresidente deje la Vicepresidencia”.

Reequilibrio de fuerzas

Esa desigualdad no se ha corregido con las redes sociales. Si en un inicio sí fue un espacio propicio, y Podemos lo usó, el paradigma trumpista de hacer política ha condicionado la agenda de los grandes medios, que ahora es más conservadora y sin apariencia de neutralidad.

El problema, planteó, es que “el bulo y la mentira en redes sociales tienen una influencia determinante en radio y televisión”. “El nivel de toxicidad y agresividad es enorme. Cuando lo ves con perspectiva lo comprendes, cuando lo sufres es difícil de llevar. Ves el partido desde la grada y comprendes que Roma no perdona a sus enemigos”, apuntó.

Por eso Iglesias sostiene que la única opción para el campo progresista pasa por “reequilibrar la estructura de poder mediático”. Con el actual pueden “ganar partidos de Copa, pero la Liga regular la ganará quien tiene más poder”. “En el blitz podemos ganar. En el movimiento ordenado de tropa gana quien tiene más poder. Y los cañones mediáticos del poder son fuertes”, afirmó, para asegurar que a ellos les han intentado “reventar”. En el inicio “fueron torpes”, dijo. “Luego hubo recursos mediáticos, judiciales, del Estado… Lo que nos han hecho no tiene nombre”, concluyó.

¿Y cómo se combate ese ecosistema? “Sin una estructura de poder mediático afín, lo que puedes hacer es ganar tiempo”. Y para construirla “los recursos económicos son fundamentales”.

En su limitada reaparición, volvió a demostrar lo cómodo que se siente en el papel de profesor. Sin el corsé de ser un líder político. En puridad, Iglesias no ha roto el silencio público que se autoimpuso desde aquella noche del 4 de mayo en la que se despidió con un “hasta siempre”. Poco después se cortó su icónica coleta, algo que llevaba tiempo queriendo hacer, pero que había pospuesto precisamente por las lecturas políticas que se pudieran hacer en los medios de comunicación. Porque Pablo Iglesias siempre tiene en cuenta la repercusión que pueden tener sus acciones. Todas. Hasta las que pueden parecer más nimias o personales. Ya ha sufrido las consecuencias de no anticiparse. 

Quienes le conocen creen que seguirá así todavía un tiempo, aunque no mucho. Mientras reflexiona y descarta proyectos futuros intenta recuperar parte del tiempo de cuidados y atención de sus tres hijos que no pudo asumir mientras estaba en primera línea. Habla de vez en cuando con Pedro Sánchez, como ha desvelado el propio presidente del Gobierno, y con Yolanda Díaz, como ha dicho la vicepresidenta. Pero no está en el día a día, en el torbellino continuo que es la política, aseguran personas de su entorno. Como expuso en su conferencia, prefiere ver las cosas con perspectiva, alejarse un poco y pensar en lo que necesita su espacio político en el medio y largo plazo. Como dijo cuando anunció que se postulaba como candidato a la Asamblea de Madrid, “un militante debe estar allí donde es más útil”.

Eso también da más margen a su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero, para desarrollar su labor política, justo cuando vive su mejor momento desde que accedió al cargo y se prepara para una intensa segunda parte de la legislatura. Tanto a nivel gubernamental como orgánico, con la misión de poner a punto a Podemos, y a Unidas Podemos, para la marabunta electoral de 2023. Sin dejar de tener que gestionar “mentiras y bulos”, como el publicado esta misma semana que informaba de la falsa ruptura de su relación personal. “Es una estrategia de acoso y derribo”, ha dejado escrito en su cuenta de Instagram la número dos del partido. “Incluso cuando ya ha dejado la política”.