Durante las primeras horas de la noche electoral de 2008 Gabriel Elorriaga paseaba sonriente por la sala de prensa de Génova. Él, director de la campaña de Mariano Rajoy y uno de los hombres que susurraba al oído de Aznar, era un peso pesado allí, el que marcaba los tempos, el que controlaba los mensajes. Según avanzaba la noche parecía que le cogía por sorpresa la victoria de Zapatero. Difícil creerlo. Fue mudando el gesto, más serio, más sobrio. Hasta que dejó de aparecer.
Entonces empezaron los meses en los que Esperanza Aguirre por un lado y Juan Costa por otro movían la silla de Rajoy, los meses en los que supuestamente el ahora presidente del Gobierno decidió irse. Pero nunca se fue. En aquellos meses Elorriaga se pasó al bando de los críticos. Y perdió. Expulsado de la ejecutiva del partido tras el Congreso en el que Rajoy volvió a la vida, ha tardado tres años en volver a ganar visibilidad. Aunque obviamente no ha vuelto a tener peso alguno en la formación.
Precisamente una de las cuestiones que más se critica del actual sistema político es que son los partidos quienes eligen a los políticos, y no los ciudadanos. Las formaciones confeccionan las listas, ponen y quitan nombres. Incluso pueden forzar renuncias a actas para que sea otra persona, más conveniente según los intereses, quien ocupe un escaño. “Al final quien lo hace mal se acaba cayendo de las listas”, decía José Montilla en una pregunta descartada en una entrevista reciente. ¿Hacerlo mal es discrepar? “No hacerlo mal es no desarrollar bien las funciones para las que has sido elegido por la ciudadanía, o por tus compañeros de partido”. “Otra cosa”, añadía, “es ser desleal olvidando que te has presentado con unas propuestas y no puedes hacer caso omiso de ellas”.
La pregunta venía a cuento de Ernest Maragall, que recientemente ha anunciado que abandona el PSC que su hermano Pasqual dirigió para formar Nova Esquerra Catalana, una nueva fuerza política a la que podría sumarse la exconsellera socialista Montserrat Tura. Por el camino un largo reguero de desencuentros con su formación, especialmente en lo que se refiere a las posturas sobre el soberanismo y la independencia. El mejor resumen de estas situaciones sigue siendo el que en su día hizo Alfonso Guerra con aquello de que quien se mueve “no sale en la foto”.
Hace algunas semanas un grupo de críticos con la gestión de la ejecutiva socialista surgida del congreso que hace un año se suponía que iba a cerrar las heridas del partido firmó una carta contra Rubalcaba. En ella muchos afines a Tomás Gómez, conocido crítico con el secretario general socialista. A finales de octubre sonaron los sables de nuevo: Griñán hizo un par de declaraciones ambiguas y Chacón hizo un desembarco mediático tremendo en apenas unos días y tras haber guardado silencio durante meses. El desastre electoral gallego y vasco ha reabierto el cisma de un Partido Socialista que, en Cataluña, se encamina según los sondeos a un nuevo revolcón que podría abrir las hostilidades internas de forma definitiva.
Un año atrás, antes de las elecciones municipales y autonómicas que evidenciaron el fin del zapaterismo como concepto político, varias federaciones socialistas celebraron primarias para dilucidar quién sería el candidato. Las más sangrantes fueron las de Madrid y Valencia. Las primeras porque eran la antesala de la lucha fratricida entre Rubalcaba y Chacón por medio de Trinidad Jiménez y Tomás Gómez, y las segundas porque acabaron con todo un exministro como Antoni Asunción suspendido de militancia por hablar de 'pucherazo'.
Exilios y resurrecciones
Si es verdad que los partidos castigan la discrepancia interna ¿de qué sirven las votaciones en el Congreso más que para certificar una postura común? ¿Cómo si no se explica que en los Parlamentos haya gente dedicada a marcar el voto a sus compañeros? Según la experiencia española en la mayoría de los casos la disidencia interna sólo tiene dos caminos: seguir dentro de la formación condenado al ostracismo o bien emprender el camino del exilio.
Al exilio se han ido muchos, pero hay exilios y exilios. Algunos dejan la primera línea de la política. Desde Jordi Sevilla en el PSOE hasta Acebes en el PP. De Labordeta en su día hasta Aguirre más recientemente. Hay centenares de casos. Para otros el exilio es casi literal, como el caso de Mayor Oreja en el Parlamento Europeo. Pero en muchas ocasiones ese camino termina con la salida final de la formación... para montar otra distinta y acorde a los propios intereses.
Un histórico que parece preparar la vuelta al ruedo político es por ejemplo Julio Anguita, ajeno a los mandos de IU desde hace años y que pasea su plataforma cívica por España desde hace meses. Sin dejar la formación, algunos como Inés Sabanés decidieron abandonarla para fichar por Equo. O, más recientemente, Gaspar Llamazares decidió presentar una corriente interna en la formación quién sabe si con vistas a convertirse en una formación futura, algo que sucedió poco después de que su formación no le designara como portavoz.
En Galicia la implosión del BNG ha acabado con una coalición de nacionalistas, ecologistas e izquierdistas encabezados por Xosé Manuel Beiras, que ha vuelto al ruedo político a los 76 años de edad. En Asturias Francisco Álvarez Cascos salió del PP porque no le designaron como candidato a la presidencia del Principado y formó Foro Asturias para acabar encabezando uno de los gobiernos más rápidos que se recuerdan. El ejemplo más célebre, sin embargo, se vivió hace cinco años cuando Rosa Díez, entonces una exconsejera vasca que intentó ser candidata a lehendakari y que después disputaría la secretaría general del PSOE a Zapatero, formó su propia formación, UPyD.
¿Cola de león o cabeza de ratón? ¿O es que de verdad se busca un nicho ideológico diferente? No dejan de ser rumores, pero ante el creciente éxito de UPyD ya se le han buscado fichajes de calado, como la nunca cerrada anexión de Ciutadans en Cataluña o la posible entrada de los zaplanistas alicantinos del PP en la formación.
Olvido, cisma u oposición interna
También está el otro camino, el del ostracismo. El que siguen muchos 'viejos' valores de los partidos que acaban convertidos en auténticos problemas para los suyos. Son gente con tanta historia a sus espaldas que no se puede cargar contra ellos, gente con tantas medallas que cada una de sus palabras cala en la moral del grupo. Pero que, curiosamente, no ven política mejor que la que hacían ellos. Es el caso de los Alfonso Guerra o José Bono en el PSOE o José María Aznar en el PP.
Hay formaciones que, sencillamente, implosionan. Cuando en Esquerra decapitaron a Carod-Rovira se abrió la puerta a la eclosión interna del partido, de cuyas disputas internas surgieron fuerzas similares como Solidaritat per la Independència, Reagrupament o Solidaritat Catalana. O en la Izquierda Unida vasca, que primero sufrió la escisión de Alternatiba, hoy en EH Bildu, y ahora ha concurrido bajo dos marcas, Ezker Batua y Ezker Anitza.
Hay una última línea, la intermedia. La de los que se han convertido en tan críticos quedándose dentro que hasta se rumorea con que puedan acabar dando el paso de irse fuera. En el caso del PP, por ejemplo, el sector 'duro' del antiguo PP vasco ya ha plantado cara a Rajoy en algunos casos y han salido de la actividad política en otros. Son los Mayor Oreja, María San Gil y, más recientemente, Esperanza Aguirre. Esa misma visión 'dura', más afín al aznarismo del pasado, mantienen otros que han vuelto a la palestra recientemente como Alejo Vidal Quadras.