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Pedro Sánchez y Felipe González, un reencuentro de fuego y cenizas

Felipe González y Pedro Sánchez, en un mitin durante las generales de 2015
2 de octubre de 2021 21:29 h

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Esta es la historia de dos presidentes de Gobierno, de dos secretarios generales del socialismo español, de dos personalidades políticas muy diferentes, de un camino de encuentros y desencuentros… y de una última aproximación que muchos esperan acabe en avenencia definitiva, y no en una escenografía más sobre la unidad del PSOE en el 40º Congreso de Valencia.

Entre Felipe González (Sevilla, 1942) y Pedro Sánchez (Madrid, 1972) no sólo hay 30 años de diferencia, sino también dos formas distintas de mirar la política. Uno fue jefe de Gobierno durante 14 años. Otro lleva tres y pico en La Moncloa. La suya ha sido una relación compleja desde el comienzo -como lo fue, y aún hoy sigue siéndolo, la de González y José Luis Rodríguez Zapatero-.  Cero química.  O porque los ex no se resisten a intentar marcar la senda por la que deben transitar los que vienen detrás, o porque las miradas cambian cuando no se tiene la responsabilidad institucional y orgánica, o porque los que llegan no quieren tutelas y defienden que cualquier tiempo pasado no es necesariamente siempre mejor. A saber.

El caso es que desde que Pedro Sánchez asumió las riendas de la secretaría general del PSOE la distancia entre ambos ha sido motivo de no poca literatura periodística. Tanto que cada palabra, cada reflexión o cada gesto de Felipe González era interpretado por la dirección federal -lo fuera o no- como una declaración de guerra del bando que perdió las primarias en 2017. Más bien de quienes hace ahora cinco años -el 1 de octubre de 2016- convergieron en una operación orgánica en torno a Susana Díaz para echar a Sánchez de la secretaría general que abrió en canal el partido como consecuencia de la abstención socialista a la investidura de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno.

Ahí empezó todo. El ex presidente Felipe González acusó entonces a Sánchez de estar más interesado en el partido que en la marcha del país y llegó incluso a dudar de que pudiera hablar “más de media hora” sobre sus propuestas para España. Esto, además de lamentar que con Sánchez el PSOE hubiera “perdido su vocación mayoritaria” y no se le percibiese como “una fuerza de progreso capaz de defender y restaurar los derechos sociales”.

González siempre fue una personalidad incómoda para la actual dirección socialista. Fue él mismo quién acuñó la expresión “jarrón chino” -mucho antes de la existencia política de Sánchez- cuando afirmó de los ex presidentes: “Somos como jarrones chinos en apartamentos pequeños; no se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”. Y, aunque nunca dejó de tener predicamento entre cargos y militantes que le asocian con un tiempo de hegemonía social y política del socialismo, además de con una etapa de transformaciones decisivas para la historia de España, hay dos generaciones de militantes para quienes hoy su figura resta más que suma a un proyecto progresista.  No en vano, el otrora jefe de Gobierno ha bramado en público contra la coalición de gobierno con Unidas Podemos, contra las alianzas parlamentarias del PSOE, contra la concesión de los indultos a los líderes del procés y hasta contra el optimismo de Sánchez en los tiempos más duros de la pandemia. 

La vicesecretaria general del partido llegó a despachar sus críticas con alusiones veladas a la edad para reivindicar el tiempo de los jóvenes, a lo que González respondió con un sonoro: “No voy a consentir que me manden callar”. Aún así González siempre ha dicho «soy del PSOE pase lo que pase»,  si bien a menudo se declara “huérfano de representación” en esta etapa política.

A diferencia de Zapatero, con quien Sánchez recompuso pronto la relación tras el traumático Comité Federal del 1 de octubre y mantiene un contacto permanente y fluido, González nunca ha levantado el teléfono ni para pedir, ni para asesorar, ni para sugerir nada al hoy  presidente del Gobierno. Cuando le han llamado, ha contestado. Y las crónicas cuentan que ha sido ahora, con motivo del 40 Congreso Federal, cuando la dirección federal se ha puesto en contacto con él para consolidar un nuevo tiempo de unidad y reconstrucción que Sánchez hace meses que decidió abrir en el PSOE. El primer paso se visualizó con la incorporación al Gobierno, tras la última remodelación, de socialistas que habían sido desplazados de la primera línea tras las primarias que se libraron a cara de perro en 2017 entre Sánchez y Díaz. El pasado julio el presidente echó mano tanto para su gabinete como para algunos ministerios de nombres como el de Isabel Rodríguez, Pilar Alegría, Óscar López o Francés Valles, que no apoyaron su candidatura de entonces, en una decisión que se leyó como el primer paso para el cierre definitivo de las heridas internas provocadas por las luchas intestinas.

Ahora, con la presencia de González, además de la de Zapatero y Joaquín Almunia en el cónclave, se pretende consolidar una apuesta que en el entorno de Sánchez rechazan que responda a un movimiento táctico o estético, sino al “convencimiento más profundo del presidente” de que “todo suma”, que el otrora jefe de Gobierno es “un valor indiscutible” de la socialdemocracia europea del siglo XX y que al PSOE “le va siempre mejor cuando está unido” que cuando se entretiene en “sus cuitas internas”.

¿Cuándo y por qué se produjo el primer contacto entre ambos después de años de incomunicación? “Ha sido un trabajo en equipo”, responden desde Ferraz para soslayar el hecho de que cuando Santos Cerdán, secretario de Organización, se puso en contacto con González para invitarlo al Congreso, Sánchez ya había mantenido al menos dos encuentros privados con el ex presidente. “Con la llegada de Óscar López al gabinete del presidente  ha cambiado por completo el panorama de interlocuciones con notables y referentes del partido”, reconoce un barón socialista para poner el valor el trabajo del que fuera ex secretario de Organización del PSOE durante el mandato de Alfredo Pérez Rubalcaba.

El de Sánchez y González ha sido, no obstante, un reencuentro entre fuego y cenizas, que casualmente es el título que dio nombre al libro de Michel Ignatieff en el que el ex líder de los liberales canadienses reflexiona sobre la grandeza y las miserias de la política, pero que nada tuvo que ver con la primera toma de contacto entre ambos líderes políticos.  Pocos lo saben, pero a González le obsesionan de un tiempo a esta parte los grandes incendios forestales como potencial energético de los excedentes de biomasa en beneficio de la gente que aún vive en los entornos rurales. Y fue este el motivo por el que hizo saber al presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, su interés por hacer llegar al Gobierno un estudio sobre el asunto. El barón socialista, según varias  fuentes del partido, hizo el resto para que se produjera una primera conversación entre ambos, que llevó inmediatamente después a una cita en La Moncloa el pasado julio y a otra a principios de septiembre. Y ya no para hablar de los incendios como problema y oportunidad, sino para intercambiar impresiones sobre la actualidad política nacional e internacional.

González no acostumbra, dicen sus más firmes defensores en el partido, “a imponer nada, sólo da su parecer cuando se le pregunta y esta es la dinámica que impera ahora” con un Sánchez decidido a contar de nuevo con el “disco duro” del partido y uno de los principales referentes de la socialdemocracia europea del siglo XX.

Y es que la política, como dejó escrito Ignatieff,  no es una profesión que se pueda aprender si no es mediante la práctica, porque antes que nada es el arte de la oportunidad y la capacidad de reaccionar a las circunstancias cambiantes. En lo que respecta al PSOE y la cohabitación pacífica entre sus notables y sus cuadros, Sánchez ya lo ha aprendido, lo que para un partido que vivió una auténtica guerra civil cuyas heridas supuraron durante muchos años no es algo baladí.

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