Un partido no es un medio de comunicación. A veces lo parece en su departamento de agitación y propaganda, que básicamente se ocupa de atizar al contrario. En especial, en las redes sociales, donde los argumentos suenan más contundentes cuando se hacen a la contra. Cagarse en todo sirve para liberar tensiones, es hasta estimulante o necesario como ha demostrado Juana Dolores en TV3, pero no te hace ganar elecciones. No es el único ingrediente que necesitas.
La furia sólo moviliza a los que ya están convencidos. El objetivo termina siendo buscar que parte de ella se vaya filtrando hacia abajo poco a poco hasta llegar a los menos concienciados. Estos últimos han pasado a ser una incógnita para todos los partidos por una convocatoria en mitad de las vacaciones de julio. ¿Qué les cabreará más? ¿Sánchez, un pacto del PP y Vox o votar a 40 grados?
El PSOE hizo el martes un intento de reaccionar con rapidez sacando un vídeo que utilizaba un lapsus de Borja Sémper –hay que derogar el 'sanchismo' para que “la mentira vuelva a operar en política”– con el que remontarse a las mentiras del PP con el Prestige, el 11M o el Yak-42. Salía hasta Rajoy hablando de los “hilitos” de plastilina. La hemeroteca con mala leche es una especialidad de los medios, porque los partidos aportan mucha materia prima para ese género. Con las que destacan los partidos, ocurre que se quedan cortos o se pasan cien pueblos. Más bien lo segundo.
El vídeo sonaba forzado, un poco desesperado, más que nada porque todo partía de un error de Sémper en una entrevista, divertido sin duda, freudiano si quieres hurgar en la herida, pero que no es para tanto comparado con la confusión en que se mueve su líder en intervenciones públicas.
No faltaron voces, también en la izquierda, que reprocharon el vídeo del PSOE por ser otro descenso al “barro”, a esos infiernos de la crispación política en que la derecha se ha movido con fluidez en esta legislatura hasta el punto de negar al Gobierno la legitimidad para tomar las decisiones que le permite la Constitución, lo que viene a ser gobernar. Todo ello a pocos días del fin de una campaña en que el PP enarboló la bandera de Txapote para atacar a Sánchez o alertó de un fraude electoral nacional que nunca se produjo. Y no le fue nada mal.
Es legítima la discusión de por qué unos están obligados en el combate a seguir estrictamente las normas del marqués de Queensberry, mientras otros pueden tirar directamente de la motosierra. Más allá del hecho de que casi todos terminan recurriendo al trazo grueso si la situación es crítica, está el asunto de la utilidad. Importa la credibilidad de quien lanza esos mensajes, sus antecedentes y lo que espera su electorado de esos políticos.
El juego sucio en política no es patrimonio de las dictaduras. A veces sirve para ganar elecciones en democracia y ha ocurrido en todos los países occidentales incluso antes de Donald Trump. En las primeras elecciones en Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill afirmó que los laboristas terminarían creando “algún tipo de Gestapo” para someter toda disidencia contra sus ideas socialistas. Después de perder en las urnas, aún seguía convencido de que había sido un gran discurso.
Pedro Sánchez intentó ser más eficaz que los gestores de las redes sociales del partido. Algunos medios le han dado por muerto. Otros han contado que está muy tocado. La información con la que Moncloa contaba antes sobre el posible resultado resultó ser de muy mala calidad. El presidente no necesitó muchas horas después del fin del escrutinio para convencerse de que tenía que adelantar las elecciones, lo que era como admitir que el PP no estaba tan equivocado cuando denunciaba que el Gobierno de coalición ya no tenía futuro ni siquiera para aguantar seis meses más.
Ese trago amargo merecía una explicación y una súplica. Su discurso ante diputados y senadores socialistas fue una forma de reconocer la derrota y pedir disculpas a los candidatos que fueron derrotados el 28M, “un castigo tan inmerecido”, dijo, es decir, recibieron una patada que estaba dirigida al líder del partido.
La segunda parte fue a la que dedicó más tiempo. Con la idea de desmentir cualquier tipo de derrotismo en las bases socialistas, intentó arengarles para convencerles de que aún hay tiempo para afrontar en condiciones la batalla final. No todo está perdido, aunque los militantes del PSOE se asoman por las almenas y creen ver al ejército de Saruman a punto de ganar la batalla del abismo de Helm.
Sánchez optó por la vía más fácil, que fue la de criticar a la oposición en vez de centrarse en defender los logros del Gobierno, lo que también hizo. Buscó un rearme ideológico y de sentimientos que necesita si quiere que dirigentes regionales y locales se vuelquen en la campaña del verano. Anunció tiempos duros, porque “la tormenta, ya lo hemos visto el 28 de mayo, va a ser tremenda”.
Lo que más le interesó fue dibujar un futuro tenebroso si ganan “la extrema derecha y la derecha extrema”. Repitió constantemente la palabra 'España' para sostener que el país no puede caer en la situación en la que han estado EEUU, Hungría o Brasil con líderes como Trump, Orbán o Bolsonaro.
Es un mensaje que ha fracasado en varias elecciones autonómicas de los dos últimos años, incluida la cita múltiple del 28M, pero la izquierda no tiene más opción que ofrecerse como alternativa a un posible pacto del PP y Vox. Quizá funcione en la contienda decisiva.
Reservó un momento para los aliados mediáticos del PP a los que dio una gran importancia: “Desde la posición de dominio que tienen en grandes medios de comunicación, se va a desatar una campaña aun más feroz de insultos y descalificaciones”. Por sus palabras, estaba pensando fundamentalmente en las televisiones. “Veremos en programas de máxima audiencia a gentes que solo se representan a ellos mismos pontificar e insultar sin derecho a réplica. Se van a inventar barbaridades”, dijo.
La pata mediática de la ofensiva de la derecha ha sido un elemento constante de la propaganda de Podemos en los últimos meses. Tampoco le fue de mucha utilidad a este partido en las urnas del 28M. La pinza televisiva en favor de la derecha que forman los informativos de Antena 3, al igual que algunos de sus programas de entretenimiento, con Ana Rosa Quintana en Telecinco no es una novedad y tampoco es irrelevante. De todas formas, si fuera siempre el factor decisivo en un contexto de máxima crispación, el Partido Popular habría ganado las elecciones de 2008 o las de 2019, y eso no ocurrió.
Ya es tarde para recordar que las dos grandes televisiones privadas recibieron el mayor regalo económico que haya tenido nunca un medio de comunicación en España con la decisión del Gobierno de Zapatero de poner fin a la publicidad en TVE. Era de ilusos pensar que iba a servir para comprar apoyos.
Sánchez podría haber recurrido a los números y referirse a los 763.075 votos que el PP sacó al PSOE en las elecciones municipales en toda España. La mayor parte de esa ventaja, 680.485, la obtuvo el PP en la Comunidad de Madrid, con lo que el balance en el resto del país no está tan desequilibrado. La traslación de elecciones tan diferentes es algo discutible y además no está el horno madrileño para recordar el fracaso socialista en Madrid con candidatos escogidos por Moncloa.
En vez de recordar que el PP fue fundado “por siete exministros de la dictadura” –eso lo sabe todo el mundo y no va a mover ni un solo voto–, la gran duda es si Sánchez podrá convencer a su partido de que la suerte no está echada y que merece la pena pelear por las políticas que ha defendido su Gobierno, lanzarse a la cancha para el último baile. Suena fácil, es lo que se espera de todos los partidos, pero en algunas ocasiones, como en la vida, es complicado.
Corrección:
Una edición anterior del artículo destacaba que Núñez Feijóo prometió el miércoles transmitir todo su cariño a Josep Piqué, fallecido el 6 de abril. En realidad, en sus comentarios el líder del PP hablaba de Piqué en pasado por su muerte reciente, y parecía referirse a lo que los católicos llaman un encuentro en la otra vida.
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