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De Pepe Díaz al Gobierno de coalición: el PCE cumple 100 años

Dolores Ibárruri y Rafael Alberti, en la Mesa de Edad de la constitución de las Cortes, el 13 de julio de 1977.

Andrés Gil

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“¿Cómo vamos a seguir adelante sin el partido?”, preguntaba alguien en la película Novecento, de Bernardo Bertolucci, después de que Mussolini hubiera ilegalizado al PCI en 1925. Y Olmo Dalco contestaba: “El partido, sí. Vaya excusa. El partido eres tú, y lo sabes. Es Eugenia, es Enzo, es Armando. Y, además, cruzando el río está la familia Atzalli y, al fondo del valle, la familia del Bizco. Ahí está, en todas partes, donde hay alguien que trabaja, ahí está el partido. Tras los barrotes de la cárcel, donde hay miles de compañeros, ahí está el partido, ahí está”.

El partido como un modo de vida, como una familia, como una escuela, como una red eterna, como una lucha frente al fascismo, la dictadura franquista y por las libertades. El partido, a secas.

Como en Novecento, durante mucho años el partido ha sido el PCE, que este domingo cumple 100 años. Como en Novecento, el partido estuvo tras los barrotes, hasta el punto de conocer los campos de concentración nazis y participar en la Nueve liberando París, y de que uno de los presos políticos que más tiempo estuvo en las cárceles franquistas fue el militante y poeta Marcos Ana. Como en Novecento, también, el partido estaba donde hay alguien que trabaja, participando en la construcción de la Comisiones Obreras durante el franquismo, como Marcelino Camacho o Nicolás Sartorius, o creando redes como la Asociación de Mujeres Antifascistas en los 30, o de apoyo a las familias de los presos en la dictadura, como el Movimiento Democrático de Mujeres, en el que participó Josefina Samper. El partido estaba cruzando el río, en las cunetas, donde decenas de miles de perdedores de la Guerra Civil aún yacen; en las fosas comunes de los trabajadores forzosos del Valle de los Caídos; poniendo el cuerpo, como Julián Grimau, torturado en la Dirección General de Seguridad y posteriormente fusilado en 1963, o como los abogados de la Matanza de Atocha de enero de 1977. Y el partido estaba al fondo del valle, ya fuera en los maquis, en las universidades, en las pinturas de Juan Genovés o Joan Miró, en las películas de Juan Antonio Bardem y en los versos de Gabriel Celaya, Miguel Hernández o Luis Cernuda, o en las creaciones de María Teresa León.

El partido estaba en todas partes, en el No Pasarán acuñado por Pasionaria al día siguiente de la sublevación franquista, pero también en los poemas de Rafael Alberti, quien, como otros muchos miles de republicanos, se marchó al exilio desde el puerto de Alicante y lo último que vio cuando el barco se alejaba en el mar, era la sierra de Aitana, nombre que le dio a su hija, y que tantas hijas llevan en recuerdo de aquel episodio. Tan en todas partes estaba el partido, que las peleas, conflictos y escisiones vividas durante su historia han nutrido a otros partidos, como explica Gregorio Morán en Miseria y Grandeza del PCE, de numerosos dirigentes, sobre todo a partir de la Transición, como los que fueron ministros de Cultura con el PSOE Jordi Solé Tura, ponente constitucional comunista por parte del PCE, y el escritor Jorge Semprún.

Ese trasvase al PSOE ocurre después de que las urnas de la Transición decretaran que la hegemonía en la izquierda pivotaría sobre un PSOE liderado por un Felipe González de 40 años criado en el interior, dentro de la España franquista, y no en el PCE, dirigido por un Santiago Carrillo sexagenario que ya había sido un dirigente político en la Segunda República –con las acusaciones nunca demostradas de haber participado en los asesinatos de Paracuellos– y que acababa de llegar del exterior.

Así definía al partido la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, militante del PCE, en un acto del centenario: “El Partido Comunista ha sabido siempre donde estar pese a las tempestades, a las corrientes y a los momentos difíciles. Frente a la injusticia y la opresión, frente al fascismo bajo todos sus disfraces y encarnaciones, sin renunciar jamás a la acción colectiva como motor de transformación social. Lo colectivo, lo común, está en la raíz del comunismo, desde la propia palabra y la solidaridad. Estoy convencida de que el Partido Comunista de España seguirá tras estos cien años caminando por la senda de la igualdad, del feminismo, de la justicia social, de los derechos de las personas trabajadoras. Siempre, siempre, con el mismo anhelo de libertad”.  

El PCE nació en uno de los momentos más agitados de la historia contemporánea. Cuatro años después de la Revolución Bolchevique, tres años después de la Primera Guerra Mundial y del inicio de la República de Weimar, un año antes del ascenso al poder del fascismo en Italia, dos años antes del inicio de la dictadura de Primo de Rivera en España, diez años antes de la llegada de la Segunda República, 12 años antes de la llegada de Hitler al poder y 15 años antes del golpe de Franco que dio paso a la Guerra Civil española, antesala de la Segunda Guerra Mundial.

En ese contexto se funda un PCE como sección española de la III Internacional. Pero, ilegalizado durante la dictadura de Primo de Rivera, no toma relevancia hasta la Segunda República y, sobre todo, hasta la llegada a la secretaría general de José Díaz y su apuesta por la unidad popular, que daría forma al Frente Popular que ganó las elecciones de 1936.

Un pensamiento que resume Dolores Ibárruri en un célebre discurso unitario al comienzo de la Guerra: “Todos los sacrificios imaginables antes de consentir que triunfen las fuerzas que representan un pasado de opresión, un pasado de tiranía. Todos contra la reacción. Todos contra el fascismo. Un solo frente. Una sola unión, hombro con hombro, unidos todos, hasta acabar con el enemigo. ¡Abajo los generales facciosos! ¡Abajo los elementos contrarrevolucionarios!”

“Si hubo un partido que puso los muertos, que puso los encarcelados y que puso los represaliados para que hoy tengamos una democracia, fue el Partido Comunista”, decía Pablo Iglesias, entonces vicepresidente del Gobierno y secretario general de Podemos en un acto del PCE en febrero pasado: “El PCE tiene un papel clave también para el presente y para el futuro de España. Es un orgullo que hayamos sido capaces de romper la cláusula de exclusión histórica según la cual la gente que pensaba como nosotros no podía participar en un gobierno y que hoy tengamos un gobierno de coalición en España con cuatro ministros que militamos en las Juventudes Comunistas, con un ministro de consumo como Alberto Garzón o con una ministra de Trabajo como Yolanda Díaz”. 

“100 años de la historia del Partido Comunista de España son 100 años de la lucha de hombres y mujeres por la libertad y la democracia, la mayoría de ellos y de ellas anónimos”, decía la veterana militante Julia Hidalgo, víctima también de las torturas de Billy el Niño: “Porque esta seudodemocracia ha falseado nuestra memoria y ha falseado nuestra nuestra historia. La lucha por la libertad y la democracia bajo la dictadura franquista fue una lucha muy dura, muy terrible, pero que el Partido Comunista, que era un partido fuerte, un partido unido, un partido cohesionado, el mayor partido y el mejor partido que luchó por la libertad y la democracia contra la dictadura franquista, estaba en toda la sociedad, estaba en el movimiento obrero, en los movimientos vecinales, en los movimientos del mundo de la cultura y por supuesto, en el movimiento estudiantil”.

Agustín Moreno, veterano militante de CCOO y el PCE contaba así, en un acto de la campaña de las últimas elecciones autonómicas de Madrid, cómo escapó de la policía franquista cuando era un joven estudiante.

¿Y cuál es el papel del PCE en 2021? Así lo explica su secretario general actual, Enrique Santiago, protagonista del día a día del grupo parlamentario y de Unidas Podemos, además de uno de los negociadores con el PSOE para el seguimiento del pacto de Gobierno: “Es un orgullo ser secretario general del partido que más ha hecho por la democracia y las libertades públicas. En los momentos más difíciles, con la dictadura de Primo de Rivera; en la defensa de los derechos de los trabajadores en la Segunda República; con el golpe militar de Franco, el PCE fue el partido que con más ahínco y perseverancia defendió el orden constitucional de la República y se opuso a la invasión por el nazi fascismo. Durante la dictadura, el PCE fue el único que estaba organizado, anteponiendo los intereses de los españoles a los intereses propios, y luchando por la democracia y por las libertades públicas. Es un orgullo, y creo que la sociedad española debe mucho al Partido Comunista de España cada vez que disfruta de la libertad y cada vez que va a votar”.  

Con el golpe de Franco, llegó la Guerra Civil, en la que el PCE apostó por priorizar la estrategia militar sobre la revolucionaria en oposición a otros movimientos, como el anarquista y la CNT; y, a continuación, el exilio, el recuerdo de la sierra de Aitana y cuatro décadas de dictadura en la que el PCE se partió en dos, entre el partido del interior y el partido del exterior.

El partido del interior, que se convirtió en la principal oposición al régimen, que tejió alianzas con cristianos de base, con otros partidos y se implicó en la creación de CCOO, por ejemplo. Y el partido exterior, que vivía en los países de la órbita soviética o en la propia URSS, que viajaba, asistía a congresos internacionales y mantenía relaciones con los principales líderes comunistas del mundo.

Ese partido del exterior fue el que desembarcó tras la muerte de Franco y el que pilotó uno de los episodios más controvertidos de la historia del PCE: la renuncia a la república y la asunción de la bandera monárquica como condición sine qua non para ser legalizado, dentro de la política de reconciliación nacional que adoptó el PCE en la Transición. Una legalización, por otro lado, imprescindible para homologar a la España de 1977 con el resto de Europa, cuya diferencia fundamental sería que la restauración democrática no se construía sobre la derrota del fascismo, sino sobre la reforma política, de la ley a la ley, y con la foto de Santiago Carrillo y su dirección al lado de la rojigualda en vez de la tricolor.

Manuel Vázquez Montalbán retrata, en Crónica sentimental de la transición (1985), aquellos días en los que se tomaron decisiones clave para el devenir de España y del PCE, que desembocaron en el hundimiento electoral de 1982 ante un PSOE que sumó 202 escaños: “También en las filas comunistas hubo que iniciar la pedagogía del pacto con la monarquía y con el Gobierno de Suárez (…) Preside Gutiérrez Díaz, el Guti, secretario general de facto [del PSUC, ], aunque todavía no de iure, merodea por el asunto asegurando que es obligación de un comunista hacer análisis oportunos de la oportunidad real, aun a riesgo de ser acusado de oportunista. Y tras el merodeo, la evidencia. Los niños no vienen de París. Los Reyes Magos son los padres. Es decir, no habrá ruptura, pero sí habrá reforma. Y a continuación, Santiago Carrillo se sacaría en Madrid la bandera española y la aceptación de la monarquía del sombrero de copa de su tenaz entrepierna”. 

El PCE pasó de ser la principal fuerza antifranquista a quedarse en el 10% de los votos en las primeras elecciones generales, las de 1977, y gracias a que su partido hermano en Catalunya, el PSUC, llegó al 20% en sus circunscripciones.

“¿Cuál es el problema?”, reflexionaba el coordinador de IU, ministro de Consumo y militante del PCE Alberto Garzón en una conversación con elDiario.es: “La Transición es el resultado de una correlación de fuerzas. Esa correlación de fuerzas no es suficiente para la izquierda para romper con la dictadura. Y cuando tú estás pidiendo 10 y consigues 5 por la correlación de fuerzas, es normal, es lo que has conseguido. El problema es que creas que 5 era realmente lo que tú querías conseguir. Y Carrillo dijo que la Constitución del 78 era el camino hacia el socialismo. Y en vez de aceptar que no habían sido suficientemente fuertes para romper con la dictadura, consiguen reconstruir el relato, como diríamos hoy, para decir que en realidad el Partido Comunista siempre quiso la Constitución del 78 y que es hija del PCE. Allí está gran parte de la desconexión con la base social”.

El entonces secretario general del PCE, Santiago Carrillo, proclamaba en la tribuna del Congreso el 31 de octubre de 1978: “Nuestro acuerdo con la Constitución empieza porque la consideramos válida para todos los españoles, una Constitución de reconciliación, que viene a hacer punto y raya con el pasado de luchas civiles, con el pasado de división que ha conocido nuestro país; una Constitución que refleja las realidades político-sociales y culturales de la España de hoy y que, además –y esta es una de las razones por las que la votamos sin vacilar–, no cierra el camino a las transformaciones sociales para las cuales nosotros existimos como partido. Es decir, se trata de una Constitución con la cual sería posible realizar transformaciones socialistas en nuestro país”.

Morán explicaba en una entrevista con elDiario.es: “La gran paradoja del PCE es que es el partido más joven en la España del 77, tanto como que sería el que suministraría los cuadros políticos al PSOE en los años por venir. Ese partido se presenta en junio de 1977 con las candidaturas más viejas, arcaicas, que uno se pueda imaginar. Para gente como Carrillo, la Transición y las elecciones del 15 de junio de 1977, hasta que el PSOE domina en octubre de 1982, consisten en ver pasar el último vagón del último tren: o coges ese tren en las condiciones que fueran o no pasa otro. Nosotros teníamos una vida por delante, ellos tenían vida por detrás. Esto se convierte en una radiografía del PCE. ¿Cuál es el gran éxito del PSOE? Que no tenía ningún pasado. ¿100 años? No tenía nada, el pasado eran Llopis y compañía, ellos estaban virginales en todos los sentidos”.

Carrillo se armó de eurocomunismo para justificar las decisiones en aquellos años tan complicados. El eurocomunismo fue una expresión teórica de los partidos comunistas en los países occidentales a partir de los años 60, la línea hegemónica en el caso del poderoso PCI, pero también en el PCF y el PCE. El eurocomunismo teorizaba el “compromiso histórico” acuñado por Palmiro Togliatti tras la Segunda Guerra Mundial, de acercamiento entre clases sociales y entre partidos políticos.

Cuando llegó el momento de redactar la Constitución del 78, el peso del PCE –19 escaños– era equivalente al de los posfranquistas de Manuel Fraga (16 escaños). El búnker y el mayor referente del antifranquismo estaban empatados. El pacto fundamental se produjo entre el reformismo de la UCD y el del PSOE, al que se sumaron tanto Fraga como Carrillo, con renuncia a la República incluida –a la bandera, a llevar a la justicia los crímenes del franquismo–.

Manuel Vázquez Montalbán retrataba de esta manera la Transición en una entrevista emitida después de su fallecimiento en el programa Epílogo, de Canal +, en 2003: “En política las únicas consecuencias reales vienen de lo que se llama la correlación de fuerzas. Cuando Franco desaparece, en España no se pudo establecer una correlación de fuerzas sino una correlación de debilidades. En ese sentido, para mí uno de los lemas más hermosos de la Guerra Civil no es ni el más vale morir de pie que vivir de rodillas de la Pasionaria ni el no pasarán sino que es el de Margarita Nelken: ni olvido ni perdono”.

En paralelo al ocaso político de Carrillo tras el fracaso electoral de octubre de 1982 que llevó al minero asturiano Gerardo Iglesias a la secretaría general del PCE, crecía el perfil político del alcalde de Córdoba, Julio Anguita, al tiempo que se iban produciendo sonoras marchas, como las de Ana Belén y Víctor Manuel, quienes cantaron el regreso de Pasionaria a España en 1977 y cinco años después anunciaron su salida del PCE en un artículo firmado en El País en noviembre de 1982. “¿Por qué no dimiten todos?”, se preguntaban. Años después, participarían con otros artistas en la llamada Plataforma de Apoyo a Zapatero en las elecciones generales de 2008 que revalidaron la victoria del PSOE y que dejaron a la IU de Gaspar Llamazares en su suelo, con dos escaños.

Anguita, que sustituyó a Iglesias en 1988, representaba el PCE del interior, que se vio atropellado en la Transición por el PCE del exterior que trasladaba hacia afuera una línea de continuidad con el 36 en un momento en el que España quería imaginar un nuevo país al tiempo que apuntalaba la monarquía y el sistema del 78.

“Tuve la suerte de crecer políticamente en el Partido Comunista en el interior, el Partido Comunista del exterior bebió de lo que bebía”, explicaba Anguita en una entrevista en el libro Voces del Cambio: “La alternativa de la izquierda era la alianza intersocialista y comunista. Hay otro comunismo y otro socialismo, claro, y el de la alianza electoral para formar un bloque parlamentario. Para los que estábamos dentro, por ejemplo, no existía el Partido Socialista, ¿cómo formábamos la alianza? Pues con la gente de la calle, cristianos, asociaciones de vecinos, ecologistas que había entonces, feministas, con lo que había, y, claro, al Partido Comunista del interior eso le hizo conectar permanentemente con la calle para hacer acopio de fuerzas, lo que llamábamos entonces el bloque histórico. La diferencia entre estas dos concepciones del partido se manifestaron en la primera crisis. Y así Convocatoria por Andalucía e Izquierda Unida son los hijos del partido del interior, pero para el partido del exterior el esquema era rígido. El partido del exterior y el partido del interior, esa es la gran diferencia que nos está enfrentando todavía. No se ha resuelto el dilema”.

El Documento de las Amapolas, de 1984, alumbra Convocatoria por Andalucía (dos años antes que Izquierda Unida), un proyecto de confluencia impulsado por el Partido Comunista de Andalucía que lleva a Anguita a duplicar los resultados en las autonómicas de 1986, con 19 escaños y un 18% de los votos.

Mientras, en el Congreso, el mismo día, Gerardo Iglesias logra pasar de 4 a 7 escaños, pero se queda por debajo del 5% en unas elecciones en las que el PCE ya presenta dentro de IU, con otros partidos, como el PCPE de Ignacio Gallego, el PASOC de Alonso Puerta o la Federación Progresista de Ramón Tamames. Izquierda Unida se había constituido en abril de 1986 como una plataforma de fuerzas al calor de las movilizaciones contra la OTAN. Un año después, el referente catalán del PCE, el PSUC, impulsaba la creación de Iniciativa per Catalunya. ICV, ideada como coalición, terminó convirtiéndose en el partido en el que se disolvió el PSUC en 1997 –si bien permanece congelado para que nadie se apropie de las siglas–. La disolución del PSUC terminó llevando a la ruptura del espacio catalán y la creación del PSUC-viú como referente del PCE. No obstante, ahora todos están bajo el paraguas de Catalunya en Comú.

Anguita había cruzado Despeñaperros en febrero de 1988, y accede la secretaría general del PCE; a lo que le sigue la candidatura a las generales en octubre de 1989, 48 horas antes que fuera elegido coordinador general de IU. Y lo hace en un contexto difícil hacia dentro y hacia afuera de la familia comunista: Anguita accede a la coordinación general de IU escasos días antes de que fallezca Dolores Ibárruri y caiga el Muro de Berlín, que supuso en la izquierda una convulsión: desaparecía la URSS y la competencia geopolítica al capitalismo; la socialdemocracia derivaba hacia la Tercera Vía y el PCI, el partido comunista más importante de la Europa occidental, se disolvía.

En las elecciones del 29 de octubre de 1989, Anguita lograba un salto electoral: duplicando los resultados, hasta los 17 escaños. Poco después, el 12 de noviembre, fallecía Pasionaria. Y así se despedía de ella Anguita: “Mujer, cuánto has hecho por tus compañeras. Mujer, qué ejemplo para mujeres y hombres. Mujer, qué roca llena de ternura. Mujer, qué fragancia de firmeza. Dolores, ha sido muy largo y muy duro tu combate. Entorna los ojos y sueña en tu pueblo. Duerme, compañera Ibárruri. Reposa, camarada Pasionaria. Descansa, presidenta. Sueña dulcemente, madre Dolores”.

Cuatro años después, en 1993, Anguita crecía hasta los 18 escaños, y el PSOE caía hasta los 159. En 1996, las últimas elecciones de Anguita como candidato, IU llega a los 21 escaños, el PSOE cae a los 141 y el PP gana, con 156, lo que corona a José María Aznar como presidente del Gobierno.

Las elecciones de 1989 fueron clave en la evolución de lo que vendría después: ratificaron el liderazgo de Anguita en su espacio, y la erosión del PSOE de Felipe González, que se quedaba a 17 escaños de la mayoría absoluta y elegía mirar a su derecha, a CiU (17) y el PNV (5), en lugar de a su izquierda para ganarse la estabilidad parlamentaria. González prefirió el acuerdo con Jordi Pujol y Xabier Arzalluz que con Anguita.

Pero el de Anguita fue un resultado marcado por su primer infarto, el 28 de mayo de 1993, cuando se encontraba en plena campaña electoral, en la que hacía todos los desplazamientos por carretera por su rechazo a volar y en la que fumaba más de dos paquetes de tabaco diarios. 

La legislatura fue agónica, apenas duró tres años, en los que el terrorismo de los GAL comenzaba a salpicar al Gobierno socialista judicialmente; se destaparon casos de corrupción como Filesa; se produjo la fuga de Luis Roldán; y se difundieron las grabaciones del CESID de Juan Alberto Perote, entre otras. Además, la economía cambiaba de ciclo y España entró en una crisis económica que disparó las cifras de paro.

En ese contexto, se acuñan tanto la teoría de las “dos orillas” como la de la “pinza”.

“Ese discurso de las dos orillas lo aprobó la dirección. Lo propuse yo, pero la formulación no es que PP y PSOE son iguales, yo nunca he dicho que son iguales. No es lo mismo ser que estar. Están, y objetivamente están: OTAN, Unión Europea, pacto de Estado, reforma constitucional, situación ante la Iglesia. ¿Y van a estar? Siempre hay sus diferencias, a una fuerza la mido por lo que hace; yo siempre expongo el símil del ajedrez: yo tengo dos alfiles, un alfil en casillas blancas y otro en casillas negras, son distintos, pero el movimiento es el mismo, ¿son iguales? No, uno va sobre blanco y otro sobre negro, pero hacen lo mismo”, explicaba Anguita en una entrevista en el libro Voces del Cambio (eldiario.es Libros) .

Lo cierto es que aquella teoría, en la que se situaba políticamente en la misma orilla a PP y PSOE, trajo consigo que alcaldías y comunidades autónomas pasaran del PSOE, o de cogobiernos de PSOE-IU, al PP a partir de las municipales de 1995; y también llevó a una legislatura corta en Andalucía tras los resultados inéditos de Luis Carlos Rejón (IU-CA) en 1994 (20 escaños y 19% de los votos) que dejaron a Manuel Chaves con un gobierno en minoría y azuzaron la teoría de la pinza: aquella según la cual IU y el PP tenían una alianza contra el PSOE.

El escenario era complejo: el PSOE de los GAL y Filesa no era necesariamente el PSOE de la alcaldía de una ciudad; pero también era verdad que el PSOE prefería gobernar el Estado con la derecha nacionalista en lugar de con la izquierda de IU a la que le reclamaba apoyo en los gobiernos locales y autonómicos. 

Al final, en 1996 llegó José María Aznar a La Moncloa por primera vez, Anguita creció tres escaños y Felipe González terminó dejando la política institucional. 

Pero en 1996 las aguas ya bajaban revueltas para Anguita en Izquierda Unida. Él decía que en IU y ese espacio político había tres familias: los socialdemócratas, los de la III Internacional y los comunistas con sangre anarquista, entre los que se contaba a sí mismo. Y para 1996, a pesar de la subida electoral que supo a poco en IU, el proyecto político de Anguita empezaba a sufrir por el lado socialdemócrata: ya en 1992, en el debate sobre Maastricht, IU se abstiene en contra de la opinión mayoritaria de la organización para evitar la ruptura del grupo parlamentario por parte de ICV y la Nueva Izquierda creada como corriente en 1990, tras la caída del Muro y antes del XIII congreso del PCE.

El XIII congreso del PCE, de 1991, año de la disolución del PCUS y del PCI, evidencia fuertes tensiones internas. Dentro del PCE hay quien pide la disolución de éste dentro de Izquierda Unida, si bien se imponen las tesis que explicaba así Anguita en una entrevista en El País en septiembre de 1991: “El PCE tiene que cambiar para que Izquierda Unida sea más fuerte. En 1989 acordamos ceder el uso de las sedes del PCE a IU y dedicar el 95% del trabajo a impulsar IU. En julio pasado dije que hace falta otro PCE, no éste, para que IU sea más rica y más plural. Es más, el jueves he advertido: quizá algún día el alma inmortal del PCE tendrá que transmigrar a otro sitio; si se cruza el Jordán hay que pasarlo con todo”.

Pero las tensiones devienen en ruptura hasta la escisión de prácticamente el 40% de la organización en 1997, su ala más socialdemócrata: con el Partido Democrático de la Nueva Izquierda, de Nicolás Sartorius, Cristina Almeida y Diego López Garrido, que acaba ingresando en el PSOE; y la ICV catalana que, con el tiempo, vuelve a reconciliarse con IU y convive con ella ahora en Catalunya en Comú.

 El PCE da por roto el pacto de la Transición

La fiesta del PCE de 1996 es un hito en la historia del partido. Porque es el momento en el que la dirección de Anguita pasa de reivindicar la Transición a dar por roto el pacto que alumbró el régimen y la Constitución de 1978. El entonces secretario general del PCE vino a decir: “Nosotros estuvimos en el pacto constitucional, ellos han traicionado el pacto constitucional, por lo cual nosotros nos sentimos liberados de ese pacto”.

“Lo que dijo Julio Anguita allí era muy difícil”, reflexionaba Garzón con elDiario.es: “Lo que está diciendo es que la Constitución del 78 es un contrato en el que hemos conquistado cosas, la sanidad pública, la educación pública, ciertos derechos... a cambio de tragarnos determinadas cuestiones. Las promesas nunca se cumplieron, nunca. Entonces, Julio Anguita dice: 'En nombre del PCE, históricamente legitimado para hacer esto, rompo el contrato que no se ha cumplido'. Posteriormente, el PCE siempre ha estado fuera del consenso del 78”.

Anguita, en agosto de 1998,  sufre un nuevo infarto por el que tiene que ser ingresado en un hospital de Córdoba, del que fue dado de alta tres días más tarde. Aquello marcó el principio del fin de su vida institucional y un punto de inflexión en el PCE y en IU.

Con el tiempo, él afirmó que su marcha al final de la legislatura de 1996 se debió más al retroceso de sus posiciones políticas que la salud. No en vano, de batallar contra Maastricht, de la jaculatoria del “programa, programa, programa” como condición para los pactos, de eliminar el apriorismo de que los votos a IU acabarían apuntalando gobiernos del PSOE sí o sí, mientras el PSOE gobernaba en la Moncloa con CiU y PNV y le salpicaban casos de terrorismo de Estado y corrupción, la IU y el PCE ya de Francisco Frutos en 2000, firmaba un acuerdo preelectoral con el PSOE de Joaquín Almunia al que se habían ido marchado los escindidos de Nueva Izquierda, y que terminó con un descenso notable de escaños: de 21 a 8.

A partir de ahí, llegaron años marcados por las consecuencias de la escisión de Nueva Izquierda, y la pugna entre una parte del PCE y la coordinación general de Izquierda Unida, que ocupó Gaspar Llamazares entre 2000 y 2008. Un Llamazares que terminó abandonando la militancia del PCE, cuyo rumbo era conducir a IU hacia el ecosocialismo, y que con el tiempo terminó marchándose de IU con críticas a las alianzas con Podemos –que empezaron en 2015 en lo municipal, y se sellaron para el 26J en el pacto de los botellines de mayo de 2016–.

Los años de la cohabitación de Frutos y Llamazares fueron los del No a la Guerra, el Nunca Máis y el 11M. También, en 2008, el de la “transfusión de sangre roja” de IU a un PSOE creciente de Zapatero. Fueron años en los que el PCE, tras la década a la ofensiva de los 90 con Anguita, pasó a los cuarteles de invierno del retroceso electoral y de militancia.

La llegada a la secretaría general de José Luis Centella en 2009 tampoco logró cambiar mucho las cosas para la organización a corto plazo. Se produjo después de que el PCE construyera una alternativa a la familia de Llamazares y ganara la Asamblea de IU de 2008 con Cayo Lara. Lara logró pasar de 2 a 11 escaños en las generales de 2011, que llegaron después del 15M en el que el espacio de la izquierda empezaba a agitarse poderosamente, lo que motivó que entrara en el Congreso por Málaga un Alberto Garzón que entonces tenía 26 años recién cumplidos.

Pero la dirección del PCE y de IU fueron arrollados por el surgimiento de Podemos, desde las elecciones europeas de mayo de 2014 hasta las generales del 20D de 2015, en las que Garzón y su equipo consiguen mantener viva la llama institucional de la izquierda marxista organizada en España con dos escaños y casi un millón de votos.

Seis meses después de aquellas elecciones Garzón e Iglesias suscriben el pacto de los botellines que lleva a la candidatura unitaria del 26J de 2016, días después de que IU corone a Alberto Garzón como coordinador federal, cargo que renueva en marzo pasado, ya como ministro de Consumo tras la firma del gobierno de coalición entre PSOE y UP de enero de 2020.

Una formación de un Gobierno en la que había tenido un papel importante Enrique Santiago, secretario general del PCE desde 2018. Santiago, abogado, negociador en los acuerdos de paz de Colombia, es ahora secretario de Estado de Agenda 2030, dentro del ministerio de Derechos Sociales, de Ione Belarra, secretaria general de Podemos –en una ocasión, Santiago salvó la vida de un niño en el foso de los hipopótamos del zoo de Madrid–.

Un PCE que, después de tres lustros en segundo plano, resulta que está cumpliendo 100 años con dos ministros en el Gobierno –Díaz y Garzón– después de 80 años, y con un puñado de altos cargos, al margen de la secretaría de Estado de Santiago, como es el caso de Amanda Meyer, directora de Gabinete de la ministra de Igualdad, Irene Montero; la directora del Instituto de las Mujeres, Toni Morillas; o la directora de Comunicación del Ministerio de Igualdad, Clara Alonso.

“Las organizaciones, cuando tienen un referente como el de la Revolución de 1917, tienen que adecuarse a determinados tiempos. Hablo de organizaciones, no de principios ni de teoría política; de distribuirse las funciones. Las ideologías deben examinarse, pero en estos momentos el PCE ha trabajado bastante por que se llegue a este Gobierno, y lo ha hecho de manera silenciosa”, decía Anguita en su última entrevista con elDiario.es.

El PCE cumple 100 años. Ya no es el partido hegemónico de la España antifranquista, ni siquiera se presenta a las elecciones con sus siglas desde hace cuatro décadas, sino que lo hace dentro de otras, como en 1936 fue el Frente Popular, y desde 1986 es Izquierda Unida; luego ha sido Unidas Podemos y en las próximas elecciones será dentro de lo que sea que se llame la futura plataforma electoral liderada por Yolanda Díaz. Pero cumple 100 años estando en el Gobierno, por primera vez en ocho décadas, y, aunque su militancia no sea la de otros tiempos en número, el PCE para sus militantes sigue representando un modo de vida, una familia, una escuela. Como decía Olmo en Novecento, “ahí está, en todas partes, donde hay alguien que trabaja, ahí está el partido. Tras los barrotes de la cárcel, donde hay miles de compañeros, ahí está el partido, ahí está”.

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